Un Plan Marshall del Siglo XXI

Un Plan Marshall del Siglo XXI

Manuel Cruz.

No existe mayor absurdo que insistir en la búsqueda de soluciones simples frente problemas complejos, esa premisa es la génesis y consecuencia de la somalización de Haití que estamos presenciando mientras seguimos con una comunidad internacional aferrada a la retórica.  

En ese sentido, es una cuchufleta seguir afirmando que Haití tiene categoría de Estado cuando todos sabemos que no pasa de ser un conglomerado social. Ese sofisma decimonónico ha sido la excusa perfecta que sirve hasta el día de hoy para justificar la abulia internacional de los corresponsables de ese problema. 

La Crisis Actual.

A pesar de que la crisis de Haití inició con su misma emancipación en 1804, desde el terremoto de 2010 ese amasijo social se ha ido convirtiendo paulatinamente en la Somalia del caribe donde las pandillas son la ley, batuta y constitución y los presidentes de turno una simple pantomima.

Asimismo, tras el asesinato del expresidente Jovenel Moïse ha proliferado la inestabilidad sociopolítica y el éxodo masivo de personas. Sin embargo, fueron las imágenes brutales de Texas y el secuestro de 17 misioneros lo que puso a Haití en la agenda internacional pues todo lo demás a nadie parece importarle.

En efecto, ha vuelto a reverdecer el anacrónico discurso de la intervención militar olvidando por completo los 13 años fallidos y el despilfarro de dinero de la Minustah. Haití lo que necesita es un Plan Marshall del siglo XXI en la condición de “fideicomiso” para ser reconstruido por completo.

Desde esa perspectiva, hay que acabar de manera urgente con la anómala idea de que República Dominicana tiene que cargar con el problema de su vecino; no tenemos las posibilidades y también poseemos nuestros problemas vernáculos. La situación haitiana no tiene ni tendrá solución en esta isla.

¿Qué Debemos hacer?       

Todos los dominicanos debemos unirnos para apoyar las medidas que está tomando el gobierno, pero no olvidemos que todas esas medidas son coyunturales e insostenibles en el tiempo; toda vez que, mientras en Haití existan esos problemas República Dominicana no tendrá descanso.

Por tal razón, conjuntamente con las medidas internas debemos iniciar un inconmensurable ejercicio de lobbismo diplomático en aras de conseguir que Haití sea intervenido bajo el régimen internacional de administración fiduciaria consagrado en la Carta de Naciones Unidas.

Además, una vez contemos con el concierto de otras voluntades de países hermanos hay que buscar la legitimación de esa propuesta por ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y el Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos.  

Dentro de ese contexto, ojalá el liderazgo político dominicano entienda que para ese propósito necesitamos una cohesión holística y una estrategia diplomática sistematizada y permanente. No olviden que los discursos y las medidas internas generan simpatía y votos, pero después de eso los problemas continúan.  

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