A inicio de la década de 1990, el país vivió cambios sorprendentes en todos los órdenes. Justo es precisar que la década comenzó con desabastecimiento de alimentos, escasez de bienes y servicios de tal magnitud que quienes teníamos la posibilidad de viajar cargábamos en nuestro equipaje productos como azúcar, pasta de tomate, espaguetis, leche en polvo, entre otros. Los apagones eran lo cotidiano y para adquirir gasolina y gas para cocinar había que hacer filas de más de un día.
La situación comenzó a cambiar en el año 1993, cuando los indicadores de la economía se movieron un poco hacia cierta estabilidad, pero con una inflación desesperante.
En ese periodo, el país se abrió a las importaciones y llegaron productos que, junto a los locales, redujeron la escasez que nos golpeó severamente. Junto a la apertura, se abrieron nuevos supermercados y se iniciaron las franquicias de comida rápida.
La proliferación de los supermercados y el anuncio de que vendrían cadenas internacionales propiciaron que los colmados iniciaran la entrega a domicilio.
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Fue una forma inteligente de competir porque, además de la función social que desempeñan los colmados con el crédito a los vecinos, a veces hacen hasta de ambulancia cuando un vecino lo necesita.
Todas las casas de los barrios y zonas residenciales de clase media y media alta tienen en la puerta de su refrigerador la estampilla con el teléfono de los colmados más cercanos porque la cultura del “delivery” que se inició en los barrios llegó para quedarse.
Desde 1996, se afianzó el servicio de delivery, llegó a las pizzerías, las comidas rápidas, los restaurantes y en el 2020, con la pandemia, alcanzó su máximo nivel y también se establecieron los servicios de las plataformas de entrega, muy utilizadas los fines de semana, cuando muchas familias prefieren pedirla para evitar cocinar.
Habría que hacer un estudio para determinar la proporción de la población que utiliza la compra de comida para llevar, pero mientras se realiza, escribo para llamar la atención sobre la inocuidad, la seguridad y la higiene de los alimentos que compramos fuera de nuestras casas.
Lo hacemos porque han circulado videos de entregadores de comida que abren los envases, comen y luego hacen la entrega. Eso es sumamente peligroso y creo que las autoridades de salud deberían reglamentar la entrega de comidas, ya que existe el “Factory”, una entrega de comida que no se sabe dónde y quiénes la hacen.
Hay restaurantes que, o vieron los videos de los entregadores de comida abriendo los envases, o son sumamente responsables, que han establecido un precinto de seguridad para evitar que la entrega sea violada.
Ese precinto debería ser establecido de manera obligatoria, de forma que la entrega que no lo contenga sea rechazada por el consumidor.
La salud y la enfermedad entran por la boca, la alimentación juega un papel muy importante en el bienestar de los humanos, por lo que la confianza juega un rol estelar cuando de alimentación se trata.
Abrir un envase con alimentos para consumir de inmediato pone en riesgo la salud del consumidor: uno por la contaminación ambiental y otro porque los humanos somos también portadores de gérmenes que pueden afectar la salud de la persona que recibirá el alimento.