Santo Domingo es una mega ciudad con una producción de desechos sólidos que supera los promedios regionales. Estar en los inicios del siglo 21 sin la certeza de que la urbe va a contar con espacios y mecanismos adecuados para el manejo y disposición final de la basura parecería un problema absurdo por haberse perdido tiempo en afrontarlo. al tiempo de resultar una amenaza real a la higiene urbana y la salubridad. Lo han admitido autoridades locales. El final de la vida útil de la maligna sabana que llaman vertedero de Duquesa dejará en corto tiempo a cerca de una tercera parte de la población nacional que está asentada en el Distrito Nacional y sus municipios anexos -todos superpoblados- sin un destino apropiado para colosales volúmenes de residuos.
Debería convocarse a un diálogo (que podríamos llamar Cómo sobrevivir a nuestras propias porquerías) para que autoridades nacionales y municipales establezcan de común acuerdo los pasos a seguir para librarnos de futuras suciedades amontonadas. Lo primero sería crear tres nuevos vertederos convenientemente lejos de sitios muy habitados para que no se repita la barbaridad de un gran Duquesa digno del libro Guinness. Y lo segundo es crear infraestructuras para el aprovechamiento mediante reciclaje de una parte de lo que la gente bota, mientras se establece un verdadero relleno sanitario, sin humos ni olores. Seamos civilizados.
MÁS OBLIGADOS A CUIDAR AMBIENTE
La minería cobra importancia en la economía dominicana, algo para celebrar, siempre que abramos bien los ojos. Quieren hacer hoyos por muchos lados y con eso hay que tener cuidado. A propósito de la intención de explotar la loma Miranda, el país fue advertido con autoridad por un organismo de que el aprovechamiento de riquezas contenidas en la tierra debe tener límites para que los costos a futuro por daños a la única naturaleza que tenemos, no superen el beneficio ocasional que nos deslumbra.
En ningún caso el país debe ser privado de bosques y acuíferos imprescindibles para sustentar la vida, los que en razón del crecimiento poblacional se tornan más frágiles. A medida que las ciudades se hacen más grandes se reducen los espacios del territorio nacional útiles para la agricultura, el agua para consumo humano y el equilibrio ecológico. Todo eso va primero.