Que me excusen los propagandistas del gobierno, pero hará falta mucho mas que un puñetazo sobre la mesa, por mas que lo publiciten o cacareen bocinas y velloneras, para que el presidente Danilo Medina y su gobierno nos convenzan de que enfrentarán la corrupción nuestra de todos los días, o que evitarán que enriquecerse por la vía rápida sea el objetivo primordial de todo funcionario inscrito en el Presupuesto Nacional. Y la razón es tan sencilla como evidente: faltan acciones concretas, hechos puntuales que expresen la voluntad de perseguir y sancionar a los corruptos, que precisamente por eso, porque saben que los protege la “jurisprudencia de la corrupción” de la que habló la fiscal del Distrito Nacional, Yeni Berenice Reynoso, ni siquiera se toman la molestia de ocultar sus obscenas y malhabidas fortunas. Y es que a estas alturas no existe ninguna razón para creer en anuncios que no se materializan o en promesas que no se cumplen, en palabras que se las lleva siempre el viento del olvido, como las pronunciadas por el presidente Medina durante su toma de posesión, en el 2012, cuando tuvo lo oportunidad de ser diferente pero nunca pasó de las palabras a los hechos. “Estoy decidido a ponerle fin a la impunidad en nuestro país, mediante la lucha decidida contra la criminalidad y la corrupción”. Abundan, en cambio, las señales de que la lucha contra la corrupción sigue en lo mismo, como se acaba de poner en evidencia al cumplirse el primer aniversario del suicidio de un arquitecto, acosado por las deudas y la extorsión de que era víctima, en un baño de la OISOE, que destapó el primer caso de corrupción del gobierno del presidente Medina. De aquel escándalo, que nos conmocionó por su dramatismo, solo queda un expediente del que fueron excluidos los pejes gordos y del que nadie sabe decir cuánto tiempo mas permanecerá extraviado, sin llegar a ninguna parte, en los laberintos de nuestra justicia.