Un reconocimiento justo

Un reconocimiento justo

Ninguna tarea es tan difícil en la vida como servir a los demás. Pero no hablo de servir porque sea una tradición de familia o por deber, sino por amor. Por genuino amor al prójimo, pero sobre todo al prójimo, que es el próximo a nosotros, que sufre, que padece, que está rodeado de restricciones y de precariedades.

Es casi normal, por su frecuencia, “servir” a quienes son poderosos, a quienes son elegantes, a quienes tienen capacidad económica para recompensar el “servicio”, a quienes están en posiciones de altas jerarquías, etcétera. Pero extender con alegría la mano a quienes socialmente están en desventaja no es virtud que veamos a diario.

Doña Mary Pérez viuda Marranzini, un nombre que llevamos años escuchándolo –rostro que nos es familiar por los medios de comunicación social–, es entre nosotros un extraordinario ejemplo de servicio a quienes, aquí y fuera de aquí, no forman parte de los núcleos de atención preferente ni de gobiernos, ni de empresarios, ni de políticos.

Ella lleva casi 41 años dedicados a la Asociación Dominicana de Rehabilitación, es decir, a la atención cotidiana de la población minusválida de la República Dominicana. Comenzó a manejar la idea de su necesidad en 1959, pero fue en 1963 cuando ella, junto a varias otras personas, fundó esta entidad, hoy llena de organización y de prestigio.

Escribo estas notas porque como residente en la capital de la República me sentí fielmente interpretado por el ayuntamiento del Distrito Nacional cuando recientemente declaró y reconoció a doña Mary Pérez viuda Marranzini como “Hija Ilustre de la ciudad de Santo Domingo”. Sentí que era un justo acto de agradecimiento de parte de los munícipes y de las autoridades.

Doña Mary tuvo la entereza y la inspiración divina de transformar un hecho familiar lamentable en un camino de aprendizaje que luego se trocó en una oportunidad de servicio. Dios le ayudó a no paralizarse, a no amargarse, a no quedarse en el muro de las lamentaciones, a no dejarse esclavizar por una espada que como madre le hirió en lo más profundo de su corazón.

[b]Esta es la verdadera espiritualidad.[/b]

En 1963, cuando el país estaba bajo el manto de la efervescencia política que siguió al triunfo del profesor Juan Bosch en las urnas electorales, el polio se batió sobre la nación y dejó más de 400 niños paralíticos. Pero estos niños no tenían dónde ser atendidos, porque no había dónde y porque no había recursos humanos especializados.

Doña Mary, que conocía en carne propia el dolor de este dardo, impulsó la idea que acariciaba y rumiaba con amigos desde hacía varios años y fundó la Asociación de Rehabilitación.

Varias veces ella ha dicho que pudo viajar unas 20 veces a Estados Unidos en busca de mejoría para su hijo enfermo de polio, pero que lo podía hacer porque formaba parte de una familia que disponía de bienes económicos. Los pobres no tenían otro camino que quedar postrados para siempre.

Es hermoso cuando sentimos que somos nosotros y los otros, cuando nuestro hermano nos importa, cuando sentimos que la alegría y el dolor del prójimo, nuestro próximo, también es la alegría y el dolor de nosotros.

Desde 1963 doña Mary Pérez viuda Marranzini no se ha despegado de la Asociación Dominicana de Rehabilitación. Miles y miles de niños y adultos que han necesitado de los servicios de esta institución lo han encontrado, sin importar sus ingresos económicos, su color, su religión y mucho menos su clase social.

Los gobiernos han dado el dinero y las ayudas que han querido, que nunca se ha aproximado a las necesidades, pero aún así la institución ha crecido, se ha desarrollado, se ha desparramado por varias provincias. La sociedad se ha encargado de sostenerla y es mucha la gente que desde hace años se ha sumado al esfuerzo de doña Mary para formar un equipo de trabajo que no desmaya.

La Asociación de Rehabilitación ha servido para devolver salud, alegría y sentido de utilidad a mucha gente, a miles de personas, pero también ha servido para formar recursos humanos necesarios como terapeutas físicos, terapeutas ocupacionales, médicos en medicina de rehabilitación, maestros en educación inicial y orientadores para colocación.

Y si la sociedad así lo quisiera, tal vez uno de los grandes aportes de este esfuerzo es que los ciudadanos y ciudadanas de buena voluntad y con genuina vocación de servicio pueden hacer cosas valiosas, trascendentales y duraderas al margen de los grandes intereses económicos y políticos.

Por supuesto, lo que no puede faltar al emprender una tarea como esta es un inmenso amor por los hombres y las mujeres de carne y hueso.

En conclusión, todos hemos de agradecer la bondad, el esfuerzo, el sacrificio y la tenacidad con que doña Mary se ha dedicado a la población minusválida del país y al levantamiento de un centro de salud tan importante como la Asociación Dominicana de Rehabilitación.

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