Un recuerdo imborrable

Un recuerdo imborrable

En mis años de permanencia en París en los años 60, cuando estudiaba en la Universidad de esa ciudad, conocí a la persona que los dominicanos, residentes o exiliados, considerábamos como nuestro protector. Su residencia en el Boulevard Bineau No. 119 en el exclusivo barrio de Neuilly-sur-Seine, constituía el refugio y el respaldo seguro cuando de alguna manera nos sucedía alguna dificultad de cualquier tipo que fuere. Su nombre, el doctor Claudio Carrón, prestigioso médico nacido en San Francisco de Macorís, que por su participación valerosa en la Resistencia contra la ocupación de Francia por las tropas alemanas, mereció ser condecorado por el Gobierno francés con la Legión de Honor…

Este filántropo, al cual se le debió nombrar una calle en Santo Domingo, teniendo en cuenta, que muchos de los nombres de ciudadanos, tanto nacionales como extranjeros, puestos a las calles de nuestra ciudad, ni siquiera pueden exhibir los reconocimientos y los merecimientos del doctor Carrón, por lo cual creemos que la Alcaldía debería ponderar esta sugerencia y corregir una omisión imperdonable.

En nuestra condición de estudiante, muchas veces debíamos abstenernos de asistir a representaciones en teatros u otros espectáculos de alto costo. Sin embargo, el día 22 de noviembre de 1963, se presentaba en el teatro del Trocadero, los Coros y Danzas del ballet del Ejército de la Unión Soviética. El doctor Carrón que había sido invitado y le habían enviado unas invitaciones adicionales, tuvo la gentileza de convidarnos a esta velada que ayer cumplió cincuenta años.

La función empezó a la hora indicada, a las 8 de la noche. De repente, aquellos militares de potentes voces e intricados bailes y de arriesgados malabarismos, detienen súbitamente su presentación y anuncian en medio de un silencio absoluto; que solicitaban a la concurrencia ponerse de pies y observar un minuto de silencio, ya que se había hecho público que en Dallas, Texas, el presidente de los Estados Unidos de América, John Fitzgerald Kennedy, había sido víctima de un alevoso atentado que le había ocasionado la muerte.

En esos años, la Guerra Fría estaba en pleno apogeo y se habían suscitado encontronazos políticos entre la URSS. Y los Estados Unidos de América por la instalación de parte de la URSS de cohetes con cabezas nucleares en Cuba, a solo 90 millas de su territorio. Este grave incidente casi ocasiona una guerra mundial; ya que de no haberse llegado un acuerdo al retirar los cohetes la URSS, posiblemente hoy muchos países aledaños, incluido el nuestro, hubiesen sido receptáculo de emisiones tóxicas similares a las recibidas por las ciudades japoneses de Nagasaki y Okinawa, que no obstante haber transcurrido 70 años, todavía sus ciudadanos y el medio ambiente, sufren las graves consecuencias nocivas de aquellas bombas atómicas.

Por eso, el momento solemne en el cual el Grupo de Danzas y Coros del Ejército Soviético, cuando detuvo aquella función, pudimos observar, que muchos de los actores lloraban y lo acontecido entre el público fue de tal asombro, que todavía dos días después de la tragedia, nosotros no habíamos salido del estupor que nos causó. El doctor Carrón visiblemente acongojado nos pidió que lo acompañáramos a su residencia, ya que no tenía el ánimo para conducir.

Rememorando este lamentable incidente que conmocionó al mundo, no podemos olvidar los días aciagos que vivimos en esos días en París. Afortunadamente, los estadounidenses acentuaron su patriotismo y actuaron con extremo comedimiento, apaciguando los ánimos de los belicistas, lo cual evitó una conflagración mundial.

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