Un régimen tricéfalo de partido único

Un régimen tricéfalo de partido único

FABIO RAFAEL FIALLO
La constatación es amarga, pero tenemos que asumirla: el juego de la alternancia en el poder no ha estado hasta el día de hoy a la altura de las expectativas del pueblo dominicano. La mitad de nuestros compatriotas viviendo por debajo del umbral de la pobreza, un sistema educativo que se devalúa día tras día, servicios médicos prácticamente inexistentes para la gran mayoría de la población, nuestras playas y muchas otras bellezas naturales reservadas para el deleite de unos pocos, el afán de lucro izado a la categoría de permiso de destruir el medio ambiente, y por encima de todo la sempiterna corrupción, forman parte de los grandes “logros” que pueden exhibir en nuestro país una concepción de la política que reduce el saber gobernar a mantenerse en el poder.

En vez de producir alternativas verdaderas, el debate político en la República Dominicana se ha limitado a divertirnos y ofrecer soluciones cosméticas incapaces de resolver los graves problemas que aquejan a la población. Las medidas tomadas y los resultados obtenidos varían tan poco de un mandato al otro que es posible llegar a la siguiente conclusión: aunque gobernado supuestamente a través de un sistema multipartidista, el país vive en realidad bajo un régimen tricéfalo de partido único. ¿Y qué mejor prueba de ello que la facilidad con la que las alianzas y oposiciones se hacen y deshacen entre las tres organizaciones políticas que ocupan por turnos el poder?

Si el país ha de salir de la ciénaga moral en que se encuentra entrampado desde hace tantas décadas, las nuevas generaciones de dominicanos tendrán que echar por la borda esa creencia atávica en el fin justifica los medios, consubstancial al famoso “Borrón y cuenta nueva” y al “saber gobernar es mantenerse en el poder”, que ha engendrado desilusiones a repetición. Tendrán además, y sobre todo, esas nuevas generaciones, que ir a beber en el manantial prístino de los ideales altruistas, un tanto románticos, y por qué no quijotescos, de quienes, con la sola fuerza de sus convicciones y desdeñando los manejos politiqueros, forjaron con arrojo y sacrificio las gestas de la Trinitaria y la Restauración y la resistencia a la ocupación norteamericana de 1916-1924, y se enfrentaron corajudamente a la tiranía trujillista en nombre de la justicia y la libertad.

Pensemos por un instante en los disidentes dominicanos que hicieron frente día tras día a la dictadura, que vivían espiados, cuando no estaban perseguidos o encarcelados, por los esbirros del tirano. Pensemos en los que organizaron la ola de protestas de 1946, los que vinieron en las expediciones de Luperón y de Constanza, Maimón y Estero Hondo. Pensemos en los que osaron formar parte del movimiento clandestino 14 de Junio.

En aquellos momentos aciagos en que ponían en riesgo sus vidas, llegando en muchos casos a ofrendarlas, ¿cuál de ellos hubiera estado dispuesto, tan sólo un instante, a ofrecer la impunidad política de un “Borrón y cuenta nueva” a los personeros del odiado régimen con tal de obtener el apoyo de éstos en una elección cualquiera? ¿Cuál de ellos hubiera aceptado establecer nexos políticos, ya sea a través de un pacto o por medio de consultas regulares, con el gobernante en cuyos doce años desaparecieron más de tres mil dominicanos? ¿Cuál de ellos hubiera concebido la acción política, y particularmente el saber gobernar, como un simple ejercicio de malabarismo destinado a alcanzar y conservar el poder?

Voy más lejos. Si hubiesen tenido una concepción maniobrera de la política, si hubiesen estado dispuestos a entrar en componendas del partidos con el fin de ejercer el poder, ¿de dónde hubieran sacado la firmeza moral necesaria para rehusar transigir frente al dictador? ¿Qué principio les hubiera impedido colaborar con un régimen trujillista que, a la luz de la definición arriba mencionada, constituía un modelo de “saber gobernar” por haber logrado durante treinta y un años “mantenerse en el poder”? Para los próceres de la disidencia antitrujillista, la política no rimaba con oportunismo sino con altruismo, denuedo y devoción. Y fue esa escala de valores, sólida, tenaz, e incluso rígida, en las antípodas de la duplicidad en los principios tan de moda en estos tiempos, la que les dio la fuerza de luchar.

Imaginemos ahora por un momento que nuestros mártires pudiesen contemplar desde sus tumbas la realidad dominicana actual. ¿Qué pensarían ellos, que dieron sus vidas para que nosotros pudiésemos disfrutar de justicia y libertad, qué pensarían ellos, repito, del estado lamentable, desvencijado, en el que se encuentra la democracia dominicana, de la impunidad alegre de que goza la corrupción, de las obscenas desigualdades económicas y sociales que separan a nuestros compatriotas, de la predominancia de los criterios mercantiles y del consumismo embrutecedor en el esquema de valores que impera en nuestra sociedad?

No se trata, por supuesto, de vivir pegados al retrovisor de la historia, escrutando un pasado que se aleja ineluctablemente de nosotros. El país ha cambiado, las circunstancias también. El reto de hoy concierne el mañana y no el ayer. Tenemos que mirar hacia delante.

Pero es precisamente por eso, porque necesitamos crear para el futuro un país viable y digno, por lo que es preciso darle sentido, coherencia y significación a ese gran proyecto humano que se llama República Dominicana. Proyecto que no podrá construirse sólidamente sobre la base de oportunismos transitorios, sino en torno a los ideales patrióticos y las convicciones éticas que insuflaron bravura y determinación a los desafectos de la tiranía que nos oprimió.

Durante la campaña electoral de 1962, en una metáfora harto pertinente, mi abuelo Viriato Fiallo invocó la necesidad de tomar los látigos de Jesucristo y sacar de las esferas del poder a los cómplices y personeros de la tiranía que, después de haberle servido gustosos y con celo al dictador (a diferencia de aquellos compatriotas que, para sobrevivir, se vieron obligados a manifestar un trujillismo tan sólo de apariencia), trataban de conservar a la sombra del “Borrón y cuenta nueva” su control de la política dominicana. La metáfora se proponía mostrar la urgencia del momento e implicaba el recurso, no a la violencia por supuesto (ese no era el estilo de mi abuelo), sino a la fuerza de la justicia.

Al igual que otros posicionamientos de Viriato Fiallo (que analizaré en varios artículos de esta serie), aquella frase fue distorsionada aviesamente. Los partidarios del “Borrón y cuenta nueva” y otros abogados de la impunidad se esmeraron en presentarla como un grito de venganza, para mejor criticar a mi abuelo y recabar aún más el apoyo de la poderosísima maquinaria política que había dejado tras de sí el dictador.

La metáfora no ha perdido ni un ápice de su validez. Antes al contrario. El malestar es grande, la decepción profunda. Con la avasalladora ráfaga de renovación política que sopla en todo el continente, arriba a pasos vertiginosos la hora en que el pueblo dominicano se decidirá a expulsar del templo del poder a los oportunistas, reciclados del trujillismo y demás mercaderes de esperanzas que, incrustados confortablemente en nuestro régimen tricéfalo de partido único, se han repartido por turnos los destinos del país.

Y cuando llegue esa hora redentora, no habrá “Borrón” que salve ni “cuenta nueva” que valga. Serán los látigos de la justicia lo que, finalmente, el pueblo empuñará.

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