Un secreto y mal de la corupción

Un secreto y mal de la corupción

MIGUEL AQUINO GARCÍA
Hay un secreto a voces que se repite sin cesar, y que de ser escuchado y aplicado por nuestros gobernantes terminaría para siempre con la cultura de la corrupción y los desfalcos al Estado. Y hoy más que nunca es necesario que el mensaje de ese secreto no pase desapercibido, porque lo cierto es que en nuestro país ha llegado ya el momento de la definición: o le rompemos las piernas a la corrupción estatal, para que esta no siga desintegrando toda posibilidad de desarrollo de la nación, o nos condenamos al atraso y la pobreza eterna.

¿Que cuál es ese secreto? Antes de responderle, señor presidente, queremos recordarle que usted ha contado y cuenta con el respaldo del pueblo, que vio en su preparación intelectual, en su ecuanimidad y decencia personal, en su visión futurista de un mejor porvenir de la nación, la esperanza real de que tal futuro promisorio en el que reine la justicia social, tuviera oportunidad de concretarse. El país demostró en las pasadas elecciones que cree firmemente en la posibilidad de cambios estructurales bajo su liderazgo, que entierren para siempre la improvisación, trivialidad y relajo a que fueron reducidos los grandes problemas nacionales durante el pasado gobierno, el cual hizo desaparecer el terreno que se había ganado en la institucionalización de los servicios del Estado durante su primera administración, y volvimos a la megalomanía y al paternalismo del poder del jefe, a “trancar” gente porque yo soy el que manda, y a cementar el concepto de que “el poder es para usarlo”. Imagínese el efecto que tal actitud, enarbolada desde las más altas instancias del gobierno, iba a tener en la corrupción estatal y en el desfalco en general de los bienes del pueblo, en un país de tradición caudillista y con débil instituciones, en la que hasta alguna gente “sin maldad” todavía cree que al gobierno se va a “coger su parte”, como si los bienes de la nación fueran una especie de “piñata”, que es cuestión de quien llega a ella primero. Esta cultura de la santificación del robo, solo se puede cambiar aplicando el peso de la ley a los corruptos, ejemplificando ante los jóvenes y las nuevas generaciones que usar el poder para la adquisición de bienes personales es condenable y delincuencial, que al ocupar una posición dirigencial en el gobierno se adquiere con ello la responsabilidad de servir con honestidad al pueblo, en lugar de usar dicha posición para sustraer en beneficio propio el bien común, que el que hace eso termina en la cárcel y deshonrado, y los bienes mal habidos devueltos al Estado, lo que aún no se ha visto en un solo caso, y que todo ello se debe hacer a través de procesos judiciales probos que aseguren la equidad y justicia de las decisiones finales. Hace unos días John Rowland, el ex-gobernador del Estado de Connecticut, quien había sido elegido tres veces por el pueblo por su carisma y popularidad, y se había barajado incluso su nombre para candidato a la presidencia de los Estados Unidos, inició el cumplimiento de una condena de más de un año en una cárcel federal, por habérsele encontrado culpable de haber aceptado, mientras era gobernador, reparaciones gratis en su casa de verano, boletos de viajes y otros regalos de amigos por un total de 107.000 dólares. Además de darle cárcel, a Rowland se le hizo pagar impuestos por el valor de los regalos recibidos, y también una compensación al gobierno por haber aceptado ilegalmente los mismos. O sea se le obligó a devolver lo robado. Cuando en este país se haga lo mismo con dos o tres desfalcadores del Estado, usted puede dar por seguro que se acabará finalmente la corrupción y la cultura del robo.     

¿Que el congreso lo chantajea atándole las manos para que la corrupción no llegue a la justicia? La respuesta a esa amenaza a la ingobernabilidad es precisamente el secreto de que hablamos señor presidente. ¿Cuál? Ya se lo dije antes: el poder del pueblo, del que usted ya está investido. 

Sí, señor, sin tener que acudir al peligroso expediente de gobernar por decreto, respetando las instituciones y la independencia de los demás poderes del Estado, usted puede romper la cabeza de la corrupción llevando su mensaje directamente al pueblo, como lo hizo Ronald Reagan para llevar a cabo su revolución económica por encima de los senadores de la oposición, y como hizo Gorvachev para implementar la democracia o “perestroika” en Rusia, por encima de una asamblea de gobierno controlada por comunistas. Ambos gobernantes apelaron públicamente al poder y al apoyo del pueblo, para instrumentar medidas progresistas en contra de estructuras opositoras de gobierno, sin afectar la gobernabilidad. A través de la televisión y con la elocuencia que lo caracteriza, señor presidente, una vez el ministerio público haya establecido las pruebas que dan fundamento para llevar ante la justicia a alegados desfalcadores del Estado, hágalo público, señor presidente, déle al pueblo detalles de las pruebas encontradas que han obligado la acción legal del ministerio público, pida abiertamente el respaldo de todo el pueblo, de perredeístas, reformistas y peledeístas para que apoyen al gobierno en la ya impostergable misión de combatir la corrupción de Estado, y respalden la acción de la justicia, recuérdele al pueblo que la corrupción beneficia solo al que la ejerce en detrimento de todos los dominicanos, que es precisamente esa corrupción la que mantiene al pueblo en la desesperación y la pobreza, pida el apoyo abierto de la sociedad civil, de las iglesias, de la comunidad internacional, movilice incluso al pueblo en manifestaciones de masas para neutralizar con su voluntad sagrada los intereses personales y de grupos, haga todo público, señor presidente, identifique a los que se obstinan en usar los poderes del Estado que controlan para oponerse a la justicia, para que ganen el repudio y pierdan el voto de las masas, para que se vean obligados a permitir la acción de la justicia. 

No se deje amilanar por aquellos que en lugar de estar temerosos de la justicia, desafían con arrogancia al gobierno conscientes de que en este país y como regla general, “ningún corrupto llega nunca a la justicia”, demuéstrele que usted es el presidente de todos los dominicanos y rodéese del poder del pueblo, anuncie que llegó la hora de desmantelar la corrupción, única forma de llegar al desarrollo. Será el mayor de los megaproyectos, su legado por cien años.

Ahora que la comunidad internacional con Estados Unidos a la cabeza, le ha mostrado su respaldo a la lucha contra el narcotráfico y la delincuencia en general, es el momento propicio, señor presidente, para vencer el chantaje partidista con el poder del pueblo, de sustentar la justicia en los hombros de las masas populares. Acuerdos de aposentos no le servirían de nada, solo le permitirían gobernar a cambio de la impunidad  y en detrimento de los intereses del pueblo y su propio futuro político. Aplique los precedentes de Reagan y Gorvachev, pues el poder realmente viene del pueblo, señor presidente. Ese es el secreto.

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