Algunos afirman: –Dios no se mete en asuntos económicos. Mejor es no interferir y dejárselo todo a San Mercado.–
El profeta Amos 8, 4- 7 condena a los que “exprimen a los pobres y les roban a los miserables”. Al pobre se le engaña. Ante esta situación, el profeta asegura que Dios nunca olvidará esas acciones.
El Salmo (112) presenta a Dios como Aquél que “levanta del polvo al desvalido, y alza de la basura al pobre”.
En el Evangelio (Lucas 16, 1 – 13) Jesús hace cuatro afirmaciones sobre el dinero.
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En primer lugar, Jesús desacraliza al dinero, lo llama “dinero injusto”. El dinero que ganamos, proviene de muchas relaciones sociales injustas. Señalemos dos: se paga mal el trabajo de los pobres, porque no tienen cómo defenderse. Aceptan trabajos mal pagados para que sus hijos no mueran de hambre. Jesús nos alerta: ese dinero que parece tan decente, esconde mucha injusticia.
En segundo lugar, Jesús pone de ejemplo a un administrador corrupto, que sabe lo van a cancelar, y se gana amigos, perdonando tramposamente las deudas de los clientes de su Señor. Jesús no nos invita a ser corruptos, sino a ganar amigos con el dinero injusto, para que, cuando todo acabe, los pobres nos reciban en las moradas eternas. Jesús alaba la astucia y diligencia “de los hijos de este mundo” en ganar amigos. Usemos esa astucia para ganar amigos entre los pobres con “el injusto dinero”.
Tercero, el dinero, que parece la gran cosa, es “lo menudo”. Lo grande va por otro lado.
Finalmente, el dinero no es manso, se enseñorea de nosotros y de nuestras vidas, como si fuera un diosecito que compite con el Dios Verdadero. Nadie se engañe: “no se puede servir a Dios y al dinero”.