Un serio dilema romántico

Un serio dilema romántico

Con edad biológica pasado meridiano, todavía mi amiga mantiene parte de su belleza de antaño, algo que congéneres envidiosas atribuyen al uso del bisturí, y a su condición de millonaria, que le permite adquirir costosos productos cosméticos.

Después de dos divorcios, conquistó a un hombre de gallarda estampa,  del cual llegó a decir que era un bello ejemplar de la especie humana.

El galán pertenece a la sufrida clase media, y sus ingresos nunca han sido altos, por lo cual su compañera, sobre todo en los primeros años de la relación, lo mantiene de un todo.

Como el afortunado varón es veinte años más joven, los  gritos generados por los nocturnos estrujones amorosos que aplica a su pareja interrumpen las jornadas de sueño del servicio doméstico en la confortable mansión de la ricachona.

Debido a otras virtudes que reconoce a su compañero, la dama muestra una sonrisa de satisfacción cuando presenta a alguien a su apuesto acompañante.

Dice que cuando anda con ella no voltea la cara si cruza por su lado una mujer de anatomía protuberante, aunque vista escote simbólico, y minifalda en búsqueda del ombligo.

Modesto empleado privado, el fogoso amante posee habilidades manuales, por lo cual pocas veces la pareja gasta dinero en el pago de obreros, una forma de justificar el dinero que invierte su mujer en él, comprándole ropa, cigarrillos, relojes, y vehículos de lujo.

Sin embargo, después de quince años la relación se ha ido deteriorando, porque según afirma mi amiga, el hombre renunció a su empleo, bajo el argumento de que estaba cansado de doblar el lomo por tan escasa remuneración.

Desde entonces pasa largas  horas tertuliando con amigos en bares y casas de familia, mientras come como lobo y fuma cual murciélago en la lujosa residencia de su amante.

Mi vieja enllave ha roto las relaciones en más de una ocasión, pero accede cuando él le pide que reinicien el romance, argumentando que le tiene terror a la soledad.

Si alguien le dice que ella puede conquistar un hombre maduro de buena posición, manifiesta que los viejos dominicanos mudan jovencitas, aunque los exploten económicamente, y les peguen cuernos.

Ayer me llamó por teléfono, y tras lamentar la triste vida que llevaba, finalizó el monólogo adaptando a su situación unos versos conocidos:

 “Ni con él, ni sin él, tienen mis penas remedio; con él, porque me mata, y sin él, porque me muero”.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas