Un siglo de poesía en la región Este

Un siglo de poesía en la región Este

Cuando estudiamos el surgimiento y evolución de la poesía petromacorisana de finales del siglo XIX y las tres primeras décadas del siglo XX, encontramos que en este período la mujer no presenta credenciales en aquel vívido ambiente poético en una sociedad económica y culturalmente  desarrollada, frente al resto de pequeñas ciudades del país, incluyendo a la capital de la república.

El florecimiento de la mujer en el mundo poético de la Sultana del Este se deja sentir a finales de los años 30, y fundamentalmente entre las décadas del cuarenta y el cincuenta con Victoria Amiama, Hortensia Caldentey Ordóñez, sin embargo, es Carmen Natalia Martínez Bonilla (1917-1976), quien alcanza la mayor valía entre las poetas; para muestra un fragmento de su célebre Canción  de la vida insólita: “Yo estaba muerta, ya. / Tendida encima de un paisaje increíblemente quieto./ Puesta como un mantel / en la dulzura vegetal del musgo./ Con los ojos inmóviles y duros de silencio,/ y las manos dobladas sobre el pecho yacente”.

En el período en el que conviven los hermanos Deligne hubo un número importante de poetas en San Pedro de Macorís, entre los que caben citar a Manuel Leopoldo Richiez, Quiterio Berroa Canelo, Porfirio Herrera, quienes orientan fundamentalmente su producción a resaltar valores locales  (la ciudad, el río, el remanso del mar y los pescadores, la naturaleza viva, el buey y hasta una naciente aristocracia).

Destacan dos generaciones más de poetas integradas por Pedro Mir, Francisco Domínguez Charro, Carmen Natalia, Freddy Gatón Arce, que solo lo une a San Pedro su nacimiento,  y más adelante Virgilio Díaz Grullón, que aunque nació en Santiago vivió la niñez y adolescencia en San Pedro, Víctor Villegas y entre los más jóvenes René del Risco Bermúdez, Federico Jóvine Bermúdez, Norberto James, Rafael García Bidó, quien ganó el primer lugar de los Premios Siboney, José Molinaza y Juan Briján, quienes abrazan la poesía social, con una mano y con la otra, convierten las palabras en enigmas y sueños  humanos.

Federico Bermúdez (1884-1921) capta el ambiente de la ciudad más industrializada del país y burguesía comerciante, matizada por los colores, las lenguas y las culturas de significativos flujos de inmigrantes, que conforma una clase obrera variopinta, expresada en las desigualdades sociales de los bateyes, los ingenios, el puerto, entre otros. Bermúdez revela esta podredumbre social en el poema A los héroes sin nombre: “Vosotros, los humildes, los del montón salidos, /heroicos defensores de nuestra libertad, /que en el desfiladero o en la llanura agreste /cumplisteis la orden brava de vuestro capitán”.

Lo que más caracteriza a la poesía de San Pedro es el tejido escritural en donde el discurso poético se encuentra de una generación a otra; invade fronteras sin prejuicios ni perjuicios,  por ejemplo Pedro Mir cuando advierte “Hay un país en el mundo /colocado en el mismo trayecto del sol. /Oriundo de la noche”. Mientras, René del Risco Bermúdez (1937-1972), de una tercera generación, le responde, desde El viento frío…,: “Debo saludar la tarde desde lo alto, /poner mis palabras del lado de la vida /y confundirme con los hombres /por calles en donde empieza a caer la noche”.

No puedo cerrar este breve desandar por la poesía petromacorisana sin citar Los inmigrantes de Norberto James (1945), donde se queja con amargor sobre el trato recibido por su etnia cocola, que a fin de cuenta es su herencia “No tuvieron tiempo /—de niños— /para asir entre sus dedos /los múltiples colores de las mariposas. /Atar en la mirada los paisajes del archipiélago. /Conocer el canto húmedo de los ríos”.

Definitivamente, Macorís del mar configura la mayor visión del universo poético del país, de los rituales de los antiguos ingenios azucareros, de los inmigrantes y de los peloteros.

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