Un sistema de complicidades

Un sistema de complicidades

Ahora mucha gente anda preguntando cómo fue posible que un presunto prófugo de la justicia española vinculado a un supuesto fraude de 40 millones de pesos, cuya empresa inmobiliaria no aparece en los registros comerciales de España, pudiera convertirse aquí en todo un señor inversionista que movilizaba hasta al presidente de la República y se paseara en los círculos de la burguesía empresarial junto a sus hijos hasta devenir en el escándalo de la semana tras ser arrestado en su país al vincularlo a una importación de drogas.

También hay quienes se preguntan cómo fue posible que esta misma semana dos pilotos abordaran un avión en el aeropuerto internacional de El Higüero, diciendo que volaban hacia Haití para tomar dirección a Sudamérica  y que ahora las autoridades no sepan de dónde eran ni a quien pertenecía la nave. Presumen que sacaron clandestinamente varias personas, pero la Dirección de Migración nada sabe, porque para ellos “ese vuelo no salió”, ya que nunca fueron informados.

Escándalos como esos ocurren con inusitada frecuencia, y en muchos casos de mayor envergadura, como el protagonizado por José Figueroa Agosto. Y en este no sólo resalta la amplia red social que pudo construir aquí un condenado a 209 años de cárcel en un país tan cercano como Puerto Rico, sino también su desaparición como posteriormente la de su amante principal Sobeida Félix.

Recuérdese que una de las revelaciones que hicieron las autoridades policiales en  histórica rueda de prensa fue que doña Sobeida y otras damas asociadas, eran conocidas en círculos del entretenimiento como “las champaneras” porque “se gastaban hasta 200 mil pesos semanales tomando champán” en un conocido centro nocturno.  Pero a ninguna autoridad se le ocurrió investigar de dónde las amantes de los vinos espumosos y de otras delicias sacaban tanto dinero, ya que no eran de las familias afortunadas.

En esta misma semana también hemos vuelto a preguntarnos cómo es posible que no podamos garantizar una leche que no intoxique niños en el desayuno escolar. Nos estamos acostumbrando, como a no disponer de energía eléctrica ni agua, ni siquiera en  las escuelas públicas. O a que nos estafen en la venta del gas propano o que exporten los metales que se roban del tendido eléctrico, las verjas públicas, los puentes y hasta de los monumentos nacionales.

Si damos marcha hacia atrás serían tantos los casos que para abarcarlos se necesitaría una enciclopedia. Baste recordar el más paradigmático de todos los fraudes a los que hemos asistido, la quiebra del Banco Intercontinental que costó al país casi el mismo monto que el presupuesto nacional del año en que explotó. Ni las autoridades monetarias y financieras ni a nadie se le ocurrió averiguar de qué mina salía el chorro de dinero que durante años financió “todas las posibilidades”.

En definitiva que hemos vivido y seguimos viviendo con tantas debilidades institucionales y complicidades al granel, públicas y privadas, que convalidan algunas de las frases emblemáticas de la cultura nacional como “ah no, yo no sé no” o aquella de “usted sabe que yo no me doy cuenta”.

No nos damos cuenta porque hemos hecho de la anomia social un modus vivendi, un “sistema de progreso” que nutre a autoridades, empresarios, comunicadores, religiosos y un largo etcétera. Si hay mucho dinero se abren todas las posibilidades. 

Imponer el orden y la ley en este país es la revolución que nos hace falta. Parece que será necesario que un día estalle una revolución, porque ya no tenemos partidos políticos que planteen programas para sanear la nación. Porque ellos son parte fundamental de la anomia, porque están entre los más beneficiados de este sistema de complicidades que nos agobia.

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