Un solterón morboso

Un solterón morboso

ÁNGELA PEÑA
Cualquier puritano podría catalogarlo de pornográfico y una beata moralista tal vez diría que es indecente, grosero, vulgar. Un crítico intransigente es capaz de definirlo como novela que intenta ser erótica y cae en lo prosaico. Pero Las desventuras amorosas de un solterón, la más reciente obra de Mario Emilio Pérez, es la suma de experiencias sexuales que un morboso cuarentón cuenta llamando por sus nombres populares las zonas erógenas y ciertos actos de la intimidad que han sido causa de sus encantos y desilusiones, de increíbles sorpresas de alcoba, de gustos y disgustos lujuriosos de ese rubirosa lascivo, disoluto e incontenible para quien la vida, según parece, ha sido sólo coito, camas, amores furtivos o públicos, cerebros inalcanzados, entregas fáciles, gratificaciones lúbricas y un universo de mujeres de todas las edades, clases sociales, agraciadas y raritas, calientes y frígidas, apasionadas o indiferentes, recatadas y castas, sucias de boca, depravadas de lengua y poses, o sumamente finas en compostura y léxico.

De lo único que no cogió fama el voluble don Juan fue de «ponerse los hombres de mochila, de aficionado a la carne de cocote», aunque descubrió a muchos con poses y discursos de machazos que al emborracharse daban salida al cundango que llevaban dentro, lo que no impidió que un día pensara que, «como dicen que todo hombre tiene un pájaro adentro, quizás el mío está buscando salir de la prisión».

Este desahogo de vivencias libidinosas es chiste, humor, identidad, terapia y hasta pedagogía porque con Eliseo, el protagonista, cualquier fémina puede aprender mucho de los hombres, sobre todo para atraerlos y mantenerlos. El personaje no se ha casado porque odie el matrimonio sino por ser un faldero romántico, un fornicador sentimental inclinado por los placeres de la carne cuyos romances naufragaron, casi todos, en los misteriosos océanos de extrañas cavidades.

La gracia con que Mario Emilio describe erecciones, roces, masturbación, succiones, caricias, posiciones, preferencias, sin caer en la vulgaridad, condena al lector a carcajada perpetua porque hasta al recordar lo leído sigue sonriendo solo.

Eliseo cuenta las ventajas de las flacas durante el acto así como los serios problemas que son las gordas pues «la casi totalidad usa faja, y cuando se encueran les queda en la piel que el artefacto aprisionaba un olorcito a cubrecuna de niño». Muchachas frígidas o con master en «machofilia» o «calembonismo» pasaron por las armas del insigne mujeriego, incluyendo maduras cuyos pechos parecían estar ávidos «de juntarse con los mosaicos del piso».

En el desfile de chicas del implacable célibe estuvo hasta una neurótica o sicótica por lo que no escapó a la narración la opinión de Eliseo sobre los siquiatras: «Dicen que tienen algo de locos, y que algunos están peor de la mente que los pacientes que atienden». También que «quienes se deciden por esa especialidad lo hacen con fines de autoterapia, es decir, para curarse de sus problemas mentales».

El libro es un tratado sobre los dominicanos y el sexo. Mario Emilio puso en imprenta lo que los hombres saben de las mujeres y casi siempre se lo reservan o cuentan sólo entre ellos mismos. Muchas chicas verán reflejadas en la novela sus negativas o gloriosas condiciones en el tálamo. Y todo el que la lea tendrá al alcance, además, el más ameno vocabulario sobre el sexo. No encontrarán una sola palabra obscena.

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