Un sótano “piano piano»

Un sótano “piano piano»

Nueva York. En pleno Midtown de Manhattan, a escasos metros del Carnegie Hall, existe un sótano habitado por los mejores pianos del mundo, los de la casa Steinway & Sons, esperando a que los más famosos pianistas los elijan para sus conciertos o su colección personal.

Bajando las escaleras del aterciopelado y barroco Steinway Hall, un espacio sobrio, casi un búnker, se esconden una veintena de pianos que reciben a Lang Lang, a Diana Krall o a, como no, el “piano man”, Billy Joel, que los requiere para sus conciertos en el Madison Square Garden.   Solo ellos, los “artistas Steinway” tienen acceso a este lugar, en el que pueden ensayar con la mejor acústica, con un amplio catálogo de posibilidades y sin molestar a los vecinos.

“Desde 1925 este ha sido el lugar en el que todos los famosos pianistas del mundo han seleccionado sus instrumentos para sus actuaciones, sus grabaciones y su uso personal”, explica a Efe el consejero delegado de Steinway & Sons en América, Ron Losby.   En otoño de 2015, la empresa trasladará al actual Centro Internacional de Fotografía de Nueva York, cerca de Bryant Park, el que ha sido durante 90 años lugar para escuchar con precisión los sentimientos de esas teclas de marfil y ébano hasta encontrar el alma gemela del artista.

“Cada uno de ellos es único, está hecho a mano. Algunos son muy habladores, muy sociables, muy ruidosos y extrovertidos… otros son muy íntimos, casi susurran su sonido”, explica el alto directivo de la empresa.   Desde el punto de vista de quien lo toca “es como un romance.

Siento que cuando estoy con el instrumento estoy yo sola con el piano, el resto del mundo desaparece”, confiesa a Efe la pianista Rosa Antonelli, que desgrana piezas de Astor Piazzola para dejarse seducir por uno u otro de los dieciséis “grand piano clase D” que tiene ante sí.   Un piano, dice, que cuando lo toca siente que forma “parte de su cuerpo».   Desde 1998, esta artista argentina es una “pianista Stainway” y es por eso que tiene derecho a acceder a este espacio para decidir qué piano llevará a su actuación. “Es un compromiso mutuo”, dice Antonelli. Además, reconoce que un piano de este tamaño no le dejaría espacio en casa para nada más.

En el sótano se pueden también ver fotos de algunos de los que pertenecen o pertenecieron a tan selecto club, entre ellos la venezolana Teresa Carreño, Cole Porter, Irving Berlin o Sergei Rachmaninoff o los más actuales Harry Connick Jr, músico de country, y la japonesa Mitsuko Uchida.

De igual manera que Antonelli tomó prestado uno para su actuación, cada año de este sótano salen 1.250 joyas prestadas cuyo precio medio es de 137.000 dólares. Pianos realizados durante un año de trabajo manual en la fábrica del condado neoyorquino de Queens.   “Cada piano Steinway ha pasado por 325 personas antes de poder sonar”, explica Losby, quien asegura que algunos de los afinadores son invidentes, pues tienen el oído más desarrollado, y quien no considera estas pequeñas maravillas un lujo inalcanzable.

“Puede ser un lujo para algunos, pero es una necesidad para muchos. Para los músicos es una necesidad absoluta, es la paleta con la que pintan su arte”, asegura Losby.

Existen otros Steinway Hall en el mundo, como en Londres, Hamburgo o Berlín, pero el original y más importante es el de Nueva York.   En esta ciudad, el emigrante alemán Henry Engelhard Steinway fundó la empresa en 1853, en la calle Varick, el actual barrio de Tribeca, que vendió su primer piano por 500 dólares de la época.

En 1866 se inauguró este concepto, el Steinway Hall, en la calle 14, donde además había un auditorio para 2.000 personas y ya en 1925 se trasladaron a la sede actual. El futuro sótano para tan exquisitos pianos dará “un giro moderno, del siglo XXI” a las necesidades de estos instrumentos.

“Durante los últimos 100 años el piano ha pasado de ser un simple instrumento a ser una parte fundamental del hogar. En un momento en el que no había televisión ni radio, el piano era el lugar de recreo para los que lo tocaban y los que lo escuchaban. Bien fuera para un villancico, una canción de cumpleaños o una canción borrachos”, relata el consejero delegado de la firma.   Y, aprovechando que pasa un minuto en esta habitación, disfruta tocando una de sus cuidadas criaturas. “No es obligatorio saber tocar el piano para dirigir esta empresa, pero es inevitable”, concluye. EFE

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