Un vaticinio histórico

Un vaticinio histórico

R. A. FONT BERNARD
El día lunes 24 de febrero de 1930, la principal noticia servida por el periódico “La Información” de Santiago, anunciaba la ocurrencia, el día anterior, de un movimiento revolucionario, tendiente a derrocar el gobierno presidido por el general Horacio Vásquez. Un titular de ocho columnas, en su primera plana, señalaba que “la ciudadanía, en un movimiento popular, asaltó la Fortaleza, y proclamó el desconocimiento del gobierno reelecionista”.

Y bajo otro titular, a dos columnas, se insertaba el texto de un “Manifiesto al País”, mediante el cual, el licenciado Rafael Estrella Ureña, identificado como el “general en jefe de las tropas revolucionarias”, demandaba del pueblo, que se manifestase “de una manera unánime”, y “con una acción rápida y energética, “para detener el desquiciamiento de la República, y salvar del naufragio económico la hacienda nacional”.

Esto, expresado grandilocuentemente, “dentro de la organización democrática, heredada de los altos principios de la revolución francesa”.

En el cuerpo de la información, se reseñaban los acontecimientos del día anterior, conforme a los cuales, “una acción revolucionaria iniciada a las siete y treinta minutos de la noche de ayer, desconoció la legitimidad del gobierno presidido por el general Horacio Vásquez. La revolución está dirigida por el licenciado y general Rafael Estrella Ureña”.

El general Horacio Vásquez, sin dudas el caudillo político que mayores fervores suscitaba en aquella etapa de nuestra vida republicana, se había juramentado como Presidente de la República el día 14 de julio de 1924, para agotar un período de cuatro años. No obstante, por virtud de una ley del Congreso Nacional, basada en una discutida interpretación de texto constitucional de 1908, prolongó el período hasta seis años, prohibiendo en cambio la reelección.

Hablando ante la Asamblea Nacional, el 27 de febrero de 1928, el general Vásquez manifestó su decisión de permanecer ejerciendo sus funciones hasta el 16 de agosto de 1930, de acuerdo, según expresó, “con el sentimiento de mi pueblo, manifestado de una manera directa y por medio de sus ilustres representantes de las Cámaras Legislativas”. Posteriormente, una temeraria modificación del texto cambiado de 1928, dejó expedita la posibilidad de que el Presidente fuese reelecto en 1930.

Para entonces, las condiciones físicas del septuagenario Presidente, estaban en un visible estado de decadencia. Y en una de sus muy celebradas “Vespertinas”, el poeta y periodista Tomás Hernández Franco, le había calificado como “una gana de laboratorio”.

El 24 de octubre, día de su cumpleaños, el Presidente Vásquez dirigió un mensaje “Al País”, aceptando su repostulación por un nuevo período de seis años. “Nada complacería tanto mi vanidad de hombre – dijo entonces, como aprovechar la oportunidad de desdeñar el poder, en la gallarda actitud de un superior desprendimiento, ahora que esa oportunidad se me brinda, con la seguridad de una victoria electoral, cuya grandeza no podría empequeñecer, ni aún la pobreza del disidente interés que se le opone”.

Para añadir, “acepto sin embargo, sin vacilar, que mi nombre sea postulado para la Presidencia de la República, en el próximo período, con la seguridad de que cumplo un deber, y presto a mi país un gran servicio”. Ese día, el Congreso Nacional le otorgó el título de “Benemérito de la Patria”, como “un homenaje de la nación agradecida, al más sobresaliente de sus gobernantes”.

El día 31 del mismo mes, el Presidente Vásquez viajó a los Estados Unidos de América, de donde regresó el 6 de enero de 1930, tras un largo período de recuperación física, luego de habérsele extirpado un riñón. Ese retorno fue comentado por el periodista Hernández Franco, con las siguiente consideraciones: “Llegó Horacio Vásquez. Día de Reyes. Aterrizaje normal. Más nada. Ya es imposible discutir si llegó vivo o muerto. Llegó vivo, si, pero ¿se desmontó del aereoplano o lo desmontaron? Francamente, según una fotografía que publica un diario de la capital, lo desmontaron y lo metieron en un carro, al que hubo que bajarle la capota, para acomodarlo entre almohadas”.

Un mes después, el 23 de febrero, estalló el llamado “Movimiento Cívico, frente al cual, según la prensa de la época, “el Ejército se mantuvo en expectante pasividad”. Una “pasividad” explicada luego por el jefe del Estado Mayor, general Rafael L. Trujillo, como “una defensa del pueblo, cuando nuestro interés, parecía indicarnos combatirlo”. “Hemos desafiados el peligro, hacia nosotros, cuando se levantaba contra el pueblo”, declaró Trujillo.

El día 2 de marzo, mediante un breve mensaje dirigido al Presidente del Senado, presentó formal renuncia de su elevada investidura el Presidente Vásquez, y el 16 de mayo siguiente, fué elegido para la primera magistratura del Estado, el general Trujillo. Fue un violento, e inesperado desvío del curso de la historia.

Refiriéndose a esos acontecimientos, el Licenciado Joaquín Balaguer hijo publicó el 14 de agosto, un artículo en el periódico vespertino “La Opinión, titulado “El miedo al general”, en el que expresaba lo siguiente: “El temor expectante que a cierta parte de la opinión del país inspira la elección de Trujillo, en torno a cuya vida pública se ha comenzado a tejer una leyenda, que lo pinta como un enemigo de las prácticas y las costumbres de la libertad, no es otra cosa que el fruto de la preocupación que inspira a todo hombre sincero y recto, la desgracia de las instituciones, ante el peligro que le funge su sensibilidad vigilante”. Para preguntar a seguidas: ¿Qué traerá el general Trujillo en su mano provisora? ¿Cuál será su programa, cuál su inspiración, cuál su sistema? Para algunos será, un dictador, que centralizará en sus manos toda la máquina administrativa, y mirará los nobles timbres de la libertad ciudadana, con ojos desdeñosos. Para otros, será un constructor, que realizará su obra con fervor de iluminado. Pero todos, amigos o enemigos, presienten en él, a un hombre superior, preparado para las grandes empresas, enérgico, severo, con el más amplio sentido de la responsabilidad, y con la más firme voluntad de mandar, que haya presenciado la República, a través de sus largas desventuras”.

Treinta y un año después, el 2 de junio de 1961, correspondió al doctor Balaguer, despedir los restos mortales de “El Jefe”, “roble tronchado por el soplo de una ráfaga aleve”. En ese instante ¿Tuvo presente, en su memoria, su vaticinio del 14 de Agosto de 1930?

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