Los smartphones o teléfonos inteligentes, nos guste o no, definitivamente han transformado el panorama social y las relaciones interpersonales en gran medida. Es por esto, que me refiero al vicio del celular, aunque me consta que muchos entenderán que no es un vicio sino simplemente una necesidad, pero ¿sabías que real y efectivamente este vicio empieza como una “necesidad”?
Entiendo que, el que esto sea para bien o para mal está abierto a debate, pero no hay dudas de que el hecho de contar con estos dispositivos modifica la forma de relacionarnos con otras personas y hasta con nosotros mismos.
Nos hacen sentir que siempre podemos ser escuchados porque podemos transmitir nuestros pensamientos vía medios sociales, texto o email cuando lo deseemos. Prometen una vida donde nunca no sentiremos solitarios porque siempre estaremos en contacto con “amigos” y “eventos” en línea. Independientemente de las razones prácticas para tener un smartphone, que son muchas y muy válidas, existe el aspecto emocional que no podemos pasar por alto.
Los dispositivos móviles han resultado ser factor crucial en el crecimiento de muchas redes sociales, sobre todo las más grandes. Y es porque queremos estar más comunicados con nuestros familiares y amigos, pero también soy de opinión de que “esto genera un problema serio, ya que por un lado reemplazamos el contacto cara a cara con las relaciones digitales, pero más insidioso aún, estamos comenzando a crear una dinámica donde las emociones existen para compartirse en un medio digital -lo cual limitaría tremendamente la respuesta emocional de las personas si la posibilidad de compartir no está presente- es decir, si no hay un smartphone o herramienta similar que nos dé esta opción”.
En esta situación, la soledad sería equivalente a no poder actualizar nuestras cuentas de Redes Sociales para poder compartir lo que estamos sintiendo en un momento dado.
Acabo de leer en internet que a la entrada de algunos restaurantes europeos les decomisan a los clientes sus teléfonos celulares. Según la nota, se trata de una corriente de personas que busca recobrar el placer de comer, beber y conversar sin que los tonos de aviso de los celulares interrumpan, ni los comensales den vueltas como gatos entre las mesas mientras hablan a gritos.
Me impresiona la dependencia que tenemos del teléfono. Preferimos perder la cédula que el móvil, pues tal y como dicen, la tarjeta sim funciona más que nuestra propia memoria.
Gracias al celular, la conversación se está convirtiendo en un esbozo telegráfico que no llega a ningún lado. Hipnotizados he visto a muchos de mis colegas, ensimismados en el chat de este nuevo invento. Un pitico que anuncia la llegada de un mensaje, y se lanza sobre el teléfono de inmediato, pues nunca pueden abstenerse de contestar de una vez, sin importar si hablaba con alguien o si estaba caminando.
“No es posible negar las virtudes de la comunicación por celular. La velocidad, el don de la ubicuidad que produce y por supuesto, la integración que ha propiciado para muchos sectores antes al margen de la telefonía. Pero es preocupante que mientras más nos comunicamos en la distancia, menos nos hablamos cuando estamos cerca”.