Un zapato en la cuneta

Un zapato en la cuneta

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
– ¿Ladislao, puedes decirme por qué dejaron de leer el legajo de la notaría? -Era muy tarde; todos estaban cansados; además, la policía investigaba en los alrededores acerca de un hombre que asesinaron a cuchilladas durante un aguacero torrencial.

Era evidente que Menocal tenía miedo; permanecer más tiempo en la oficina, a puerta cerrada, no era prudente; salir a la calle al anochecer tampoco pareció conveniente a los bayameses. Decidí seguir sus consejos y aplazar la lectura hasta mañana. -¿Un muerto a cuchilladas bajo la lluvia? -Sí, el mensajero de Menocal dijo que los vecinos lo vieron con la boca llena de hormigas. -¿Murió esta tarde? -Así parece. -Es muy raro que tuviese la boca llena de hormigas si estaba lloviendo. Cuando llueve las hormigas no salen a mojarse; se quedan metidas en el hormiguero. Las hormigas llegan cuando el cadáver está tirado en el piso por muchas horas. Habría que saber si el muerto era nuevo o era viejo.

-Lidia, claro que el muerto era reciente. Los únicos muertos viejos son los que están en los cementerios, bajo las lapidas. -¿Dónde encontraron el muerto? -En un callejón, a dos casas del paladar de Amantina? -¿Conoces a esa Amantina? -No; me parece que el notario quería ordenar algunos bocadillos para todos nosotros. El joven auxiliar salió a cumplir con el encargo; encontró a la policía en la calle y no le dejaron pasar. El paladar estaba cerrado. -A veces tiran muertos viejos cerca de un negocio para causar daños; sea para atribuir la muerte a un vecino que no es el culpable o para espantar a los clientes del establecimiento. -Oí decir que podría ser el resultado de una riña, un caso de celos. «Crimen pasional» es la expresión que empleó el licenciado Menocal. – ¿Ninguno de ustedes salió a buscar información sobre el crimen? -No, Lidia, nadie quiso ir a ver. El mensajero se refugió en el patio de la notaría.

-Creo que hicieron bien en no salir; fue una buena decisión suspender la lectura de las Memorias de la mujer francesa. Si la policía hubiera entrado a la oficina donde ustedes tenían la reunión los habrían interrogado. ¿Qué hacen aquí? Esa tenía que ser la primera pregunta; la segunda pregunta: ¿Dónde reside cada uno de ustedes? Menocal es de Santiago de Cuba; se encontraba en su propia oficina. Los otros dos son bayameses, recién llegados a Santiago. Tercera pregunta: ¿Qué hacen, a qué han venido desde Bayamo? Tendrían que contestar que te acompañan a tí, un extranjero que investiga acerca de una señora que vivió en Santiago en la época del general Machado. Tendrías entonces que explicar que eres húngaro, que prestas servicios en la Unidad Científica de Investigación Social, en La Habana. La cuarta pregunta: ¿Dónde están los documentos sobre los cuales están trabajando? Desde el momento en que la policía viera que esa mujer estuvo en Rusia, en tiempos de la revolución de allá, y que los papeles hablan de política, los habrían detenido para ampliar la investigación en la comisaría.

Ladislao quedó pensativo mirando las burbujas de su vaso de cerveza. -Tienes suerte, Caracuadrada; y yo también. Estamos juntos y no ha pasado nada. No estás preso, ni yo tampoco. Ahora tenemos otro motivo para dar las gracias a la Virgen de la Caridad del Cobre. Todos tus esfuerzos estuvieron a punto de irse a pique. ¿Imaginas que fracaso tan grande hubiera sido que los documentos quedasen incautados por las autoridades policiales? ¡Me alegra tanto que hayas venido a verme! ¡Qué platos vamos a cenar, Ladislao! -Lidia, en verdad, habría sido una catástrofe perder esos documentos después de haberlos llegado a tocar; algo así como el suplicio del racimo de uvas que, ya casi al alcance de la mano, el hambriento contempla sin poderlo comer. -Otra cosa, Lidia; el mensajero contó a Menocal que detectaron al muerto, cuando dejó de llover, por la presencia de un zapato en la cuneta. La lluvia arrastró el zapato fuera del callejón. -Tú eres muy inteligente, sabes muchos idiomas, has leído una pila de libros; yo solo soy una mujer inculta que te quiere de verdad. Mírame, Ladislao, atiende bien lo que te digo: cuando cargan un muerto lo agarran por los pies y por los brazos; es fácil que al muerto se le salga un zapato, si lo llevan rápido, en un día de lluvia.

-¿Quieres decir que este muerto no murió donde lo encontraron? -Yo no estaba ahí, Ladislao; no puedo afirmar, de manera rotunda, que la cosa fuera así o fuera asao. Pero a Lidia Portuondo, mujer de verdad y con los pies en la tierra, no la engatusan fácilmente. Tengo buena cabeza; mi corazón me dice cosas que nunca logro explicar con claridad. ¡Siento un atropello por dentro! Por ahora, olvídalo todo: la policía, los papeles de la notaría, el muerto y el zapato. Quedémonos aquí, en el hotel; esta noche habrá músicos; podríamos hasta bailar. Santiago de Cuba, 1993.

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