Una ‘paideia’ para la nación dominicana

Una ‘paideia’ para la nación dominicana

Como he dicho anteriormente, los letrados llenan con su discurso el vacío que deja el Estado. Es por esa razón que el aparato directivo de la sociedad necesita intelectuales, pensadores, voces agoreras que impulsen, en la fábrica de las ideas, un pensamiento que module las conductas del ser en sociedad. Todo esto es lo que conforma la argamasa de la coexistencia de una sociedad en la que discurso y prácticas se asocian a comunidad soñada, utopía, mundos imaginarios. Es en la literatura y, específicamente,  en la ensayística en donde estos dispositivos pueden ser estudiados de manera más detenida.

En la República Dominicana, el pensamiento sobre la vida social en el interregno de 1900 a 1930 tuvo como imperativo pensar en una pedagogía de la civilidad. Los letrados intentaron fundar los valores democráticos y republicanos, en la propuesta de una ‘paideia’ (en griego, “educación” o “formación”, a su vez de, país, “niño”). El término griego lo retomó el alemán Werner Wilhelm Jaeger en “‘Paideia’: Los ideales de la cultura griega”. Significativa es esta investigación porque en sus orígenes fue formulada en el mismo periodo en la Europa de entreguerras.

Este  trabajo descomunal, publicado por la Universidad Harvard, es una búsqueda del sentido de la educación en el mundo helénico. En la Grecia que aflora como cuna de la civilización occidental y la cúspide de todo origen del saber en este lado del mundo. En este libro se estudia la educación y se plantean ideas muy novedosas como el empleo de la educación para la forja de un carácter, para la construcción de una ciudadanía. En ella participaron obras que hoy son muy literarias y que no se estudian —generalmente— con los fines que hicieron que ellas se constituyeran en libros clásicos para su tiempo.

Entre estas obras están “Ilíada” y “Odisea”, de Homero. Tres tópicos sobresalen en ellas: el honor, el valor y la honra. En la primera, el honor, la muerte de Patroclo, la encarnizada búsqueda de la honorabilidad de la oligarquía aquea y la lucha de Ulises por regresar a casa, como la de Penélope por mantener la honra de mujer, hilando y deshilando en su habitación, mientras los pretendientes abusaban del honor del huésped y su hijo Menelao se quejaba por la destrucción de su casa. Los dioses, con la mediación  de Afrodita, no pueden olvidar los servicios del buen Odiseo y ordenan a la divina Calipso, que lo tenía secuestrado en una cueva, que deje que el héroe pueda encontrar su destino.

La historia es larga e interesante, pero debemos volver a la isla del Caribidis. A la muerte de Ulises Heureaux, las distintas tribus políticas, fundadas en la forma de la economía del Santo Domingo decimonónico, se habían levantado e imposibilitaban la unidad del Estado (Bosch, Moya Pons). El discurso de la ‘paideia’ funciona como una especie de panacea social, lo único que pudiera cambiar las prácticas políticas a favor de la construcción de una nueva ciudadanía. Las propuestas son muy diversas, las lamentaciones muy dilatadas.

Comentemos algunas. José Ramón López es uno de los ensayistas más importantes en la descripción de nuestros males, desde que publicara en El Porvenir de Puerto Plata una serie de artículos —posteriormente recopilados en “La alimentación y las razas”, (1896)—. Nadie había puesto a circular, en tan pocas páginas, tantas ideas (como vendría a decir Joaquín Balaguer tiempos después); de igual modo, Américo Lugo nos deja saber la estima que tuvo entre sus contemporáneos; la encuentra de la revista,  Letras (1918), por otra parte,  nos muestra, a su vez, que la obra de López es apreciada y él es considerado ya como uno de los ensayos más destacados de la literatura dominicana de principios de siglo XX (cabe en estos tiempos reconocer a Ramonina Brea y Andrés Blanco Díaz, quienes nos han dado una ponderación de su obra en importantes investigaciones).

Para difundir una pedagogía social dominicanista, López plantea la construcción de cooperativas agrícolas (entiendo que ya las había esbozado E. M. de Hostos) con la novedad de realizar una separación entre el hombre bueno del campo y el “corrompido” de la ciudad. Ciudad y campo, el tema de “Facundo” como civilización y barbarie, se ponía en función cual propuesta de regeneración, de salto a la modernización.

Otro letrado que propuso una ‘‘paideia’’ fue Francisco J.  Peynado  en su libro “Por la inmigración” (1913),  pedía una colonización blanca, que debía encontrar a la llegada al país cuerpos saludables  para el desarrollo de la República. De tal suerte que del cuerpo bello, fuerte y alimentado de López pasamos a la propuesta del cuerpo saludable y blanco de  Francisco J. Peynado.

Quien con más ahínco propuso la reforma educativa, y vio en ella una causal de la caída de la segunda República, fue Federico García Godoy en “El derrumbe” (1916). Aparece el deseo de transformación social, y de una práctica política que conformara la nueva polis. También las lamentaciones de la ciudad letrada,  que había caído presa de las luchas civiles del Concho primo, quedaban dibujadas con un aliento lastimero en esta obra. Cuitas que constituían el corolario del esfuerzo más portentoso por darle una educación a las élites dominicanas para la construcción social, desde la década de 1870.

La literatura dominicana prefigura la inestabilidad del Estado, el dominio de las ínsulas interiores, sobre un centro pensante y productor de signos y símbolos como era la capital. Son muchas las obras en que los letrados afanosamente buscaron presentar los remedios a los problemas de salud política. Si vamos a las más recientes, “Los carpinteros”, de Balaguer, o “Una vez un hombre” de José Enrique García. Pero no olvidemos “Cuentos puertoplateños”, todos los cuentos de la antología “Cuentos de política criolla”, de Emilio Rodríguez Demorizi, las novelas “La sangre”, “Sangre solar”, de Cestero,  y muchas de las obras de Damirón.

Estas mismas preocupaciones se encuentran en “Baní o Engracia y Antoñita”, de Billini; la generación del treinta, por su parte, las aborda de otra manera en “La Mañosa” y en los cuentos de “Camino Real”, de Juan Bosch. El tema central de Bosch es buscar una nueva civilidad en un mundo rural que actuaba de forma díscola con el poder central.

Los discursos de los letrados atrapados en la ciudad del Dictador están enlazado a ese pasado como el encuentro del hombre providencial que ha podido dominar las ínsulas interiores y plantea una nueva ciudadanía y hasta una nueva política de la civilidad que se encontrará en las clases de “Educación moral y cívica” que se brindaba en las escuelas, en la Cartilla de Trujillo y en los libros de modales como el de Carreño o de María Martínez.

La ‘paideia’ social que los letrados conformaron, cual educación para la polis, quedó entrampada en el autoritarismo, que ya López había denunciado bajo Lilís y que plasmaría teóricamente en “La paz en la República Dominicana” (1914). La pedagogía social, una enseñanza para la vida en la ciudad, naufragó con el autoritarismo trujillista; el dominicano confundió el poder del dictador con el orden y hoy anhela una nueva ‘paideia’, que le ayude a afrontar los retos de una sociedad problemáticamente urbana.

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