Hay que bajarle el fuego al encendido verbo de unos y otros, de los que defienden y los que atacan la sentencia del Tribunal Constitucional que traza las pautas para que un extranjero pueda adquirir la nacionalidad dominicana. La naturaleza y delicadeza del tema justifica un serio y profundo debate, que debe ser constructivo y juicioso, bien fundamentado y respetuoso de toda disidencia, sin incitaciones perniciosas que puedan agravar la delicada situación.
El ministro de Defensa, almirante Sigfrido Pared Pérez, asegura que hay sectores, locales y extranjeros, que están atizando la tensión existente entre la República Dominicana y Haití. El Presidente Danilo Medina ha llamado a los militares en la frontera, y a los funcionarios en general, a actuar con cautela y evitar provocaciones. A Haití, que hace y prefiere el papel de víctima en esta situación, no le caería mal que los dominicanos perdamos la cordura en algún momento cualquiera.
Hay que decir, sin tapujos de ninguna clase, que del lado que apoya la sentencia del Tribunal Constitucional han provenido las andanadas más agresivas contra la disidencia, hasta el grado de tildar a los disidentes de traidores a la patria. El país necesita manejar esta delicada situación con la pericia de un neurocirujano. Hay que bajarle la llama al verbo y a las incitaciones.
APÁTRIDAS DE SU PROPIO PAÍS
Haití se desentiende de sus súbditos que emigran y solo sale en aparente defensa de ellos por conveniencias marginales. Jean Tholbert Alexis, presidente de la Cámara de Diputados de Haití, dijo recientemente, aquí, que los haitianos pierden la nacionalidad cuando permanecen cierto tiempo fuera de su país. Y el sociólogo cubano Haroldo Dilla, autor del estudio “La migración haitiana en el Caribe: una propuesta para la acción”, sostiene que los migrantes haitianos sufren exclusión en los principales países del Caribe, pero el Gobierno de su país no hace nada por ellos.
El estudio revela que el mayor número de emigrantes haitianos tiene edades entre 20 y 50 años, proceden de la zona urbana y saben algún oficio, pero no hay políticas oficiales para tratar de hacerlos retornar a su país. Por esos y otros factores, el haitiano emigrante es, en términos prácticos, una especie de apátrida de su propio país.