Una amante celosa y la mala suerte hicieron caer al director de la CIA

Una amante celosa y la mala suerte hicieron caer al director de la CIA

WASHINGTON. AFP.- Fue una inverosímil cadena de episodios que involucró a una amante celosa, a una organizadora de eventos sociales en Florida y a un obsesivo agente del FBI la que condujo a la renuncia del director de la CIA David Petraeus a raíz de una relación extraconyugal.

El escándalo Petraeus ha tenido más idas y vueltas que un thriller de Hollywood a medida que cada uno de los diferentes personajes iba entrando en acción en un drama que ha cautivado a Washington y ha dejado a los observadores políticos embelesados.

Cualesquiera que sean los defectos personales del general, su dimisión y el asunto de la suspensión de la nominación del general John Allen en el cargo de comandante supremo de la OTAN en Europa son el resultado de una confluencia extraña de episodios.

El inexplicable despecho que provocan los celos empujó a la amante del general Petraeus, Paula Broadwell, a enviarle en mayo un mensaje electrónico a Allen desde una cuenta de correo firmada como «Patrulla Kelley» advirtiéndole que se mantuviera alejado de Jill Kelley, una mujer dedicada a la organización de eventos sociales en Tampa, Florida (sureste).

Broadwell también le envió en junio y julio mensajes electrónicos amenazantes a la propia Kelley, cuestionándole que dedicara su tiempo a estar con Petraeus y Allen y preguntándole si su marido estaba al tanto de sus travesuras, según recientes informaciones de USA Today. Kelley decidió entonces mostrarle los mensajes electrónicos recibidos a un amigo –el agente del FBI Frederick Humphries II–, una decisión que lamentaría más tarde.

Al investigar las cuentas de correo electrónico desde las que Broadwell acosaba anónimamente a Kelley, los expertos en ciberdelincuencia destaparon una tórrida correspondencia entre ella y Petraeus, así como documentos clasificados que dispararon las preocupaciones sobre la eventualidad de que se hubiera afectado la seguridad nacional.

Cuatro meses más tarde, sin embargo, tras entrevistar a los protagonistas, aparentemente el FBI concluyó que no se produjo ninguna fuga de información secreta, que no se incurrió en ningún delito penal y que, por lo tanto, no era necesario llevar las cosas más lejos.

 Podrían haber concluido aquí. Pero Frederick Humphries, un veterano agente anti-terrorista, considerado por sus colegas como un individuo tenaz y emprendedor en materia operativa, le entregó el 27 de octubre a un legislador en Washington, David Reichert, un informe personal.

Se dice que Humphries sintió que el FBI podía estar bloqueando la investigación por razones políticas y –pocos días antes de la elección presidencial– entregó la información que poseía al líder de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes, Eric Cantor.

Cantor, un opositor del presidente Barack Obama, transmitió estas preocupaciones al jefe del FBI, Robert Mueller, el 31 de octubre, tras esperar que pasara la supertormenta Sandy. Tomando conciencia de que su secreto no se mantendría oculto por mucho tiempo, Petraeus presentó su dimisión a Obama dos días después de las elecciones, por recomendación del director nacional de Inteligencia, James Clapper.

En un final vergonzoso para su carrera estelar, el general estadounidense más elogiado de su generación difundió un humilde comunicado en el que no intentó explicar su «inaceptable» conducta ni su «muy pobre juicio».

Trato junto al Potomac. Supuestamente Petraeus contó a algunos amigos que su amorío de siete meses con Broadwell comenzó en noviembre de 2011, muy poco después de su retiro del Ejército y el comienzo de su tarea como director de la CIA. La primera vez que Broadwell, de 40 años, y Petraeus, de 60, se encontraron fue cuando él habló en la Universidad de Harvard en 2006 y terminó dándole su tarjeta de presentación personal para el caso de que necesitara ayuda para sus investigaciones.

Fiel a su promesa, Petraeus invitó aBroadwell a correr junto al río Potomac, en la capital, en 2008 y, según el prefacio de su biografía, fue el sprint final de Broadwell tras el ritmo agotador de Petraeus el que «selló el trato» para que ella escribiera su biografía. El acuerdo involucró un acceso sin precedentes al general cuando éste se disponía a repetir en Afganistán su espectacular éxito de Irak con un similar incremento de tropas durante 2010 y 2011.

«All In: The Education of General David Petraeus», la biografía escrita por Broadwell con la ayuda del periodista Vernon Loeb tras media docena de viajes a Afganistán para ver a su héroe en acción, es previsiblemente aduladora.

Para 2009, Broadwell, casada y madre de dos hijos, era una ambiciosa mayor del Ejército en la reserva que quería forjarse por sí misma un nombre en el ámbito del contra-terrorismo y los círculos diplomáticos. The Washington Post informa cómo aquel año intentó formar un equipo externo para examinar la estrategia bélica de Stanley McChrystal en Afganistán, que se frustró cuando los asesores del general dijeron que sus credenciales eran escasas.

Ese y otros golpes podrían explicar los enormes riesgos que asumió más tarde para proteger su relación con Petraeus, riesgos que precipitaron su ruina. No está claro qué la llevó a arremeter contra Kelley, a quien aparentemente nunca conoció y que jamás reconoció haber actuado de forma inapropiada.

Kelley era conocida en la región de Tampa como organizadora de eventos sociales para militares y figuras políticas en la mansión de 1,5 millón de dólares que comparte con su marido, Scott. Kelley, atractiva hija de refugiados libaneses, de 37 años, evidentemente le entusiasmaba su papel social en la base de la Fuerza Aérea en MacDill, que sirve al cuartel general del comando central estadounidense (CENTCOM). Dos de las primeras personas que conoció Petraeus cuando asumió en el CENTCOM en 2008 fueron los Kelley.

El general y su esposa, Holly, se convirtieron en amigos cercanos de la pareja después de que ésta les organizara una fiesta de bienvenida. En aquel tiempo Allen era el adjunto de Petraeus y también fue invitado de los Kelley en la mansión con vista a la bahía.

Allen es objeto de una investigación del Pentágono por supuestos «flirteos» en su correspondencia con Jill Kelley. Su intercambio de mensajes electrónicos es sospechosamente largo, pero el general, casado, alega que jamás estuvo solo en la misma habitación con ella.

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