Una aproximación a El Greco en el cuarto centenario de su muerte

Una aproximación a El Greco en el cuarto centenario de su muerte

El 8 de abril se cumplieron los 400 años de la muerte de Doménikos Theotokópoulos, acaecida en Toledo (España). Hoy El Greco, como popularmente se le conoce, es considerado el mejor pintor español del Renacimiento, pero no siempre ha sido así. A lo largo de 400 años se han vertido los calificativos más displicentes y contradictorios sobre su figura. Se le ha calificado de místico e intelectual; excéntrico y extravagante. Orgulloso, arrogante, osado y audaz; persona singular y siempre a contracorriente. Y otros calificativos por el estilo.

En la actualidad es creciente la admiración que despierta entre pintores y público. Y este cambio tan radical en su valoración viene avalado por el descubrimiento y la investigación de más de 500 escritos del artista hasta hace poco desconocidos, en los que él critica a los pintores de su tiempo y deja claro cuál es su postura en aspectos como el color, la composición, la anatomía, etc. Se trata, sobre todo, de anotaciones que él hacía en los márgenes de tratados sobre arte. Todo ello indica que El Greco era un teórico de la pintura, además de un artista en el más amplio sentido del término. La originalidad compositiva de sus cuadros, el alargamiento de las figuras, el simbolismo del color, etc. son realidades pensadas y queridas por él.

Es fácil recorrer la vida artística de El Greco teniendo como puntos de referencia los lugares donde vivió, porque él tenía una actitud abierta y deseosa de captar y hacer suyo lo más significativo del ambiente artístico que se respiraba en el lugar.

El primer período transcurre en su tierra natal, Creta (Cadia, 1541- Venecia 1567), donde se forma como pintor de iconos. De esta etapa es más destacable su inquietud por perfeccionar su oficio de pintor y buscar compradores para sus obras que por innovar.

Una segunda etapa se corresponde con su estancia en Italia: primero en Venecia, (1567-1570), donde conoce y admira a Tiziano, sobre todo por su riqueza de color y gama tonal. A partir de ahí El Greco enriquece su paleta. Estudia también la pintura de Tintoretto, del que asume la escenografía arquitectónica, el movimiento y cierta falta de claridad compositiva. Finalmente entra en contacto con Correggio, a quien El Greco califica como “figura única de la pintura”.

Va después a Roma (1570-1577). Roma es meta ilusionante para El Greco, pero allí sufre una gran decepción: no encuentra mecenas que le apoyen. Conoce las pinturas de Miguel Ángel, al que descalifica públicamente; sin embargo queda prendado de su dibujo, anatomía y escorzos, todo lo cual incorpora a su pintura. Ejemplo de este periodo son obras tan importantes como El Soplón, o el Retrato de Gulio Clovio (amigo e introductor de El Greco en el círculo artístico e intelectual generado en torno al Cardenal Alejandro Farnesio).

En Roma hace amistad con Luis de Castilla, hijo del Deán de la Catedral de Toledo, quien le anima a que vaya a España para participar en la decoración de El Escorial.

De 1577-1614 vive en Toledo. Es la etapa decisoria en la configuración de un estilo personalísimo y en continua evolución.

No tiene suerte en su intento de entrar en el círculo de los pintores de la Corte. Hace un cuadro de presentación de su pintura a Felipe II, El sueño de Felipe II, conocido también como Adoración del Santo Nombre de Jesús y actualmente como La Liga Santa. Reúne tales novedades en composición, luz, color e imaginación interpretativa del tema, que Felipe II duda de la calidad plástica de la obra. Se entiende bien, puesto que El Greco se sitúa en los antípodas de El Bosco, de quien Felipe II era gran admirador en ese momento. Así y todo le encarga para el retablo de El Escorial un cuadro con el tema El martirio de San Mauricio. En él El Greco utiliza la misma visión y técnica, incluso enfatizando sus aportaciones personales, que las introducidas en El sueño de Felipe II. Y ahí acabó toda su obra en la corte. Hoy, sin embargo, son considerados dos de sus cuadros más bellos y originales.

Se queda ya en Toledo definitivamente. Trabaja con gran éxito y reconocimiento del clero y aristocracia toledanos. Su técnica evoluciona. En cambio la temática se circunscribe a escenas religiosas (en consonancia con la doctrina tridentina) y retratos, solicitados por su clientela. Sólo excepcionalmente incursiona en representaciones mitológicas (Laoconte) y en la interpretación del paisaje de Toledo.

A este periodo corresponden obras magistrales como El Expolio, La Trinidad, La adoración de los pastores, La Virgen en variadas versiones o Jesús con la cruz a cuestas. Punto y aparte es El entierro del conde de Orgaz, por la originalidad con la que trata el tema y la riqueza de personajes que introduce: desde Felipe II, el párroco de Santo Tomé y su hijo Jorge Manuel, a santos de los siglos I, V y XIII. Trata con pincelada larga y suelta algunas partes del cuadro y con delicadeza y minuciosidad, otras. Reproduce el esquema compositivo de El sueño de Felipe II y el de El martirio de San Mauricio:distingue claramente un escenario terrestre contemplado desde arriba por la gloria celestial. Todo ello organizado a su vez en torno a un eje de simetría vertical. Mantiene el colorido y su simbología.

Igualmente son excepcionales sus retratos: El caballero con la mano en el pecho, Retrato de un anciano, del Cardenal Niño de Guevara y la Dama de armiño, entre otros. Este último muy diferente en la técnica empleada, lo que ha hecho dudar de su autoría.

Es muy significativo el número de pleitos que mantuvo por la tasación de sus cuadros durante este periodo, casi siempre por su particular interpretación del tema, lo que le ha valido su fama de hombre pleiteador y orgulloso.

Pero la realidad es que hoy El Greco es considerado en ciertos aspectos, precursor e inspirador de los pintores de las llamadas Vanguardias. Un creador de indiscutible originalidad. Un artista excepcional.

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