Una  artista dominicana fuera de lo común

Una  artista dominicana fuera de lo común

Las  pintoras dominicanas representaban una ínfima minoría en el medio artístico y eran destinadas al olvido más que al éxito. Los prejuicios sociales y familiares solían impedir su entrega profesional y las arrinconaban en la pintura aficionada de flores, retratos y paisajes. Esa condición de inferioridad era todavía la norma en las primeras décadas del siglo XX…

Había, sin embargo, sus excepciones, respecto al rechazo de cultivar en las jóvenes la atracción por el arte y quizás una vocación. Fue el caso de Rosario Puente Julia, cuyos padres la mandaron a estudiar en Alemania e hicieron tomar clases de pintura en París a una doncella educada, refinada, dotada. Sus afinidades con las bellas artes eran evidentes.

Un matrimonio de amor con un médico alemán no duró lo suficiente para que Rosario tuviese más de un niño, a quien se dedicó en cuerpo y alma. Las circunstancias de la vida le hicieron ejercer la enseñanza del arte en Estados Unidos… Regresó a Alemania, se quedó allí durante la Segunda Guerra Mundial, vigilante por su hijo con quien emprendió luego el retorno a  República Dominicana.

“La guerra, mi hijo y yo”, emocionante libro de memorias a la vez dramáticas, confiadas y alegres, narra un período muy difícil, durante el cual esa mujer valiente no abandonó la pintura.

Cuando viaja para escapar a los ataques aéreos, se lleva –citamos– “mi pequeño álbum de esbozos, una cajita mínima de acuarelas, dos o tres pinceles y una pequeña botella de agua”. Cuando al final nos hace leer… de los maestros del Renacimiento, en boca de un profesor tirolés, ¡pensamos que es ella, demostrando su gran cultura pictórica!

Definitivamente establecida en Santo Domingo, Rosario Puente Julia siguió enseñando, pintando, multiplicando su talento en las artes, incluyendo el de ser abuela, si parafraseamos a Víctor Hugo. Pronto, se presentará aquí una exposición de las obras de una artista, voluntariamente modesta, que dibujaba y pintaba por el placer de plasmar la flora, la gente, el ambiente, casi siempre en formatos pequeños y medianos, que representaba lo y los que le rodeaban con la sinceridad y el afecto de su temperamento indomable.

Algo más sobre la obra.  Rosario Puente Julia demostró una curiosidad insaciable y aptitudes sorprendentes, acordes con una personalidad increíblemente activa. Así, ella adquiría y dominaba cualquier oficio en las artes aplicadas, aparte de escribir en prosa y en verso. Esculpía en cerámica, repujaba el cuero, bordaba maravillosamente, pincelaba exquisitas flores sobre porcelana, llenaba cuadernillos con bocetos primorosos, triunfaba en el arte culinario. No tenía tiempo para todas las tareas y los retos creativos que quería abarcar, sin que olvidemos el teatro y la música.

La calidad de sus acuarelas hizo que el historiador de arte Danilo de los Santos la incluyera en el cuarto tomo de su contundente “Memoria de la Pintura Dominicana” entre “los artistas nacionales asociados al naturalismo y con relaciones impresionistas”, citando su nombre entre “los pintores naturalistas”. Además, él reprodujo dos de sus mejores acuarelas sobre papel: “Vista de San José de las Matas” y “El muchacho del platanal”, que ciertamente sobresalen por la soltura de la pincelada, la calidad de la aguada y el don de la observación. ¡Y se conoce la dificultad de la acuarela que no admite retoques! En el puro dibujo, ella manejó con habilidad y expresión el lápiz y la tinta.

En la obra de Rosario Puente Julia, gran mujer y artista dominicana, el potencial, la energía, la convicción se alían con el esmero, la armonía, la minuciosidad de una iconografía sensible.

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