Una bocanada de aire fresco

Una bocanada de aire fresco

POR VLADIMIR VELÁZQUEZ MATOS
Porque aire fresco es lo que necesitamos en estos tiempos de miseria, decadencia, vileza, traición, amén de embarcarnos todos los dominicanos en el destino más incierto jamás creado por el non plus ultra del descaro, la improvisación e irresponsabilidad de la agonizante -ojalá que para siempre- administración pepeachista del agrónomo presidente Hipólito Mejía, porque cualquier bocanada de aire, por pequeña que sea, nos ayuda a no sucumbir en las profundidades de la desesperanza.

Y es que además de estar cerca del cambio de mando, el cual por lo menos nos levantará un poco el muy decaído ánimo de todos los ciudadanos de esta amada tierra, en estos días hemos recibido una muy agradable sorpresa, una de esas bocanadas de aire límpido que nos hacen tener un poco más de optimismo en un medio que como ya expresamos, está colmado de infinitas desventuras e insensateces, y fue la visita que hicimos al Museo de Arte Moderno en la muestra del pintor francés oriundo de El Limón, Samaná, Theodor Chassériau.

Con Chassériau se dá, como bien indican algunos connotados estudiosos del arte, el intento plenamente conseguido de la influencia académica que representaba Ingres, con la vena romántica de Delacroix, artistas estos, por otra parte, que fueron fieros antagonistas por representar el primero los vitores establecidos del clasicismo, y el segundo, la ruptura de dichos valores.

En la exposición que se muestra en el museo, sabiamente curada y montada (dando la impresión de que estábamos transportados en una de esas grandes salas de arte europeas), en donde se seleccionaron dibujos y aguafuertes de las colecciones del Museo de Louvre y de la Biblioteca Nacional de París, podemos apreciar la maestría, el cuidado y la belleza con que este artista oriundo orgullosamente de nuestra patria, se expresaba plásticamente en el exigentísimo medio parisino de aquellos años de mediados del siglo XIX, el cual, como se sabe, era pléyade de los más grandes artistas de todos las ramas, estando en su apogeo músicos como Chopin, Liszt y Meyerbeer, o escritores como Hugo, Balzac, Stendhal, etc., mientras en pintura brillaban los mencionados Ingres y Delacroix, conjuntamente con Gericault, Millet y otros, siendo nuestro compatriota uno de los más señeros.

Como puede apreciar el visitante atento, el verdadero amante del arte que no se deja confundir con gato por liebre como pocos, es fundamental el dominio absoluto del dibujo, pues quien pretenda ser «Artista» (con mayúscula), no puede prescindir de tan importante herramienta, que como hemos dicho hasta la saciedad en muchas columnas publicadas en este medio, el arte se construye base de mucho esfuerzo, intensa disciplina, y como decía Leonardo en su tratado, con la «mente», pues no es con el facilismo ni el esnobismo de las modas que nos llegan retardadas desde las metrópolis a estos lares (en donde se encumbra a cualquiera que no posee cualidades necesarias y si innúmeras relaciones), que se transcenderá esa tan importante barrera que hace a los grandes artistas universales, que es el tiempo.

Felicitamos por este medio al Museo de Arte Moderno por tan excelente muestra, así como al Centro León y E. León Jiménez, quienes han permitido a través de todos los medios después de muchos años de gestiones en este tenor, tanto a nivel diplomático y las aseguradoras que han intervenido, que las obras del insigne hijo oriundo de estas tierras, vengan a recalar de la gran metrópolis cultural, que es Paris, para que nuestro público dominicano, tan ávido de eventos de esta categoría, disfrute de un soberano artista de la plástica mundial que fue Theodor Chassériau. ¡En hora buena!

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