Una brisa refrescante para la isla

Una brisa refrescante para la isla

Naciones tan disímiles como las que vivimos en la isla de Santo Domingo son de los misterios insondables de los recovecos de la vida en comunidad de ambas naciones tan apartadas del desarrollo de la vida en armonía de dos sociedades tan variadas en sus orígenes.

En 400 años de vida en común nunca ha ocurrido una aproximación armónica de las dos poblaciones. Ni las jerarquías católicas de ambas iglesias están hermanadas en franca convivencia. Siempre ha estado latente un enfrentamiento que si bien no se ha llegado a vías de hecho es por la propia naturaleza de los isleños mas preocupados en sobre vivir y aprovechar los magros recursos para consumo de las dos poblaciones.

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El desarrollo de las dos poblaciones si bien mantienen un ritmo de crecimiento muy disímil es por las condiciones higiénicas en que viven los haitianos que mantienen esos habitantes occidentales con un crecimiento en alza que amenaza constantemente con un desbordamiento peligroso y fulminante para la población dominicana del oriente de la isla.

No ha habido una brisa refrescante que aplaque los sentimientos de enfrentamientos que latentes animan a las dos naciones apegadas a sus orígenes. Almacenan un rencor que no estalla y solo sirve para almacenar rencores y resentimientos ante el progreso avasallante de los dominicanos que han superado por mucho la viciada existencia de los occidentales hundidos en su pobreza y albergando los resentimientos frente a una comunidad vecina mas próspera y desarrollada que ellos a inicios del siglo XIX eran mucho más prósperos y modernos que la colonia hispana de oriente sometida a los desgobiernos de dirigentes militares improvisados con tan solo la fuerza e ignorancia de sus malos gobiernos.

No existe un cordón umbilical que atraiga a las dos poblaciones para aunar las pobrezas y enfrentarlas en comunidad de esfuerzos. Ni el catolicismo ha podido ser el aglutinante. Lo que ha existido es una latente animosidad que no ha estallado con fiereza en enfrentamientos de las dos poblaciones. Existe una tendencia al pacifismo isleño que evita un enfrentamiento desbordado con acciones que después serían para lamentar la posible sangre derramada en la isla.

La brisa refrescante para airear el ambiente de la animosidad isleña ha estado ausente cuando quedan rastros de una necesidad isleña de comer de la alimentación de oriente que con su producción agropecuaria abastece no solo a los miles de haitianos que viven en la tierra quisqueyana si no los millones de visitantes que anualmente llegan por vía marítima o aérea a las hermosas playas de la ribera isleña que tan atractiva resultan para esos miles de visitantes que no callan en sus países los elogios al estado de las mismas.

Es de una riqueza inconmensurable las bellezas naturales del país que con sus hermosas costas ayudada por la parte haitiana de la isla constituye un tesoro invaluable de gente que sabe agradar a los visitantes dándole amistad a quienes vienen de países en donde la entrega de una amistad desbordante no corre espontáneamente sino por las circunstancias de sociedades amoldadas a estilos muy críticos de la conducta humana.

Es poco lo que se puede hacer para mancomunar los esfuerzos isleños mientras duren las salvajadas de occidente con el reino de las bandas que no dan tregua y pretenden aplastar las vidas en sociedad de los malogrados haitianos sometidos a la violencia de bandas facinerosas que afortunadamente están todavía en el territorio occidental de la isla.

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