Una calamidad húmeda

Una calamidad húmeda

-Él nació en una isla pequeña de las Antillas donde los pobladores eran mulatos, negros y blancos. La vegetación tropical le hizo creer desde niño que cualquier semilla que cayera en tierra fructificaría enseguida, sin hacer ningún esfuerzo. Arar, sembrar, regar, no parecía necesario. La tierra, según pregonaba un viejo llamado Plutarco, nos da todo lo que necesitamos: yerba para los chivos, plátanos en grandes racimos; y hasta medicamentos en hojas verdes para hacer infusiones. Muy pocas veces al año la temperatura bajaba tanto que su madre le obligara a ponerse un abrigo. Hiciera frio o calor, todo era casi lo mismo. Nunca le ordenaban salir con paraguas.
-Algunas veces a la isla llegaban ciclones que arrancaban árboles, hacían volar los techos de láminas acanaladas de zinc y anegaban calles, casas, escuelas, iglesias. Las personas mayores llamaban a estas situaciones de dos maneras: desbarajustes o calamidades. Los días de truenos y lluvias, la gente preparaba sopas espesas con mazorcas de maíz, auyamas, plátanos, carne de gallinas viejas. Tan pronto pasaba el huracán, los adultos barrían hojas, escombros y celebraban fiestas bailables para olvidar “los malos ratos” vividos. Varios curas convocaban feligreses, en sus respectivas parroquias, para dar gracias a Dios porque “ya había pasado el meteoro”. Si las calles conservaban pocos charcos, salían juntos en procesión.
-En esa isla caribeña las principales personalidades –alcaldes, funcionarios, políticos, empresarios- procedían de familias cuyos fundadores habían sido propietarios de alambiques, criadores de mulos para transporte de mercancías, importadores de comestibles en conservas. Jabones, perfumes, telas, herramientas, armamentos, enseres del hogar, “llegaban del extranjero”. Cuando algo escaseaba, se decía: “se ve que todavía no ha anclado el vapor”. Si se prolongaba el tiempo de la escasez, los comerciantes aclaraban: “ese producto ya no viene”.
-Los ciclones eran allí “calamidades húmedas”; los trastornos políticos se consideraban “calamidades calientes”, porque incluían riñas, combates a balazos, enfrentamientos entre grupos de maleantes de diversos partidos. A causa de las “calamidades calientes”, fueron surgiendo “pejes cajones”, que dominaban a la fuerza, por algún tiempo, a los caudillos turbulentos que se liaban a tiros. Los “hombres de armas” de los ejércitos regulares llegaron a ser muchísimos; y generales, un montón… ocupados solamente en calamidades húmedas.

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