Una cámara testigo de la historia

Una cámara testigo de la historia

Trujillo parecía cualquier cosa menos un tirano asesino. Vestido con un traje a la medida, clásico azul oscuro, con una corbata de lunares, parecía más bien el exitoso ejecutivo de una empresa. Sin embargo, no podía ocultar una ligera expresión de cinismo. Parecía más alto que los cinco pies y ocho pulgadas que medía, y más adelante me dijeron que sus zapatos estaban dotados de tacones especiales.

Bernard Diederich describe gustos, manías, fisonomía del sátrapa porque estuvo bastante cerca de él como fotógrafo, desde 1951 hasta que lo ajusticiaron, y sufrió el arrebato del dictador el día que se atrevió a retratarlo empapado en un baño de sudor.

El Generalísimo esperaba la llegada de Duvalier para la firma de un acuerdo, el veintidós de diciembre de 1958. Estaba incómodo, cuenta el periodista neozelandés, porque había llegado puntual a la cita en su Cadillac cubierto de polvo del camino y el calor subía. “Su maquillaje (tratándose de un hombre oscuro, lo añadía para aparentar que era blanco), se iba deteriorando y le goteaba por las mejillas. Pero cuando subía los escalones de la tribuna y levantaba mi cámara, movió la mano como quien busca un arma, y me apuntó con su índice directamente. Asustado, retrocedí un paso, perdí el equilibrio, y estuve a punto de caer, mientras Trujillo estallaba de risa”.

Los relatos aparecen en el libro “Una cámara testigo de la historia. El recorrido dominicano de un cronista extranjero. 1951 1966”. En el ejemplar hablan tanto el texto como las históricas trescientas fotografías de momentos memorables del acontecer reciente del país, que el brillante escritor pudo captar en su condición de corresponsal de la famosa revista Time.

La ira de Trujillo, sin embargo, no fue el único trance que debió enfrentar a su paso por Santo Domingo. Las balas de la revolución de abril le silbaron tan de cerca como las del ametrallamiento a estudiantes universitarios frente al Palacio Nacional en el primer año de gobierno balaguerista. Porque hasta 1966 estuvo Diederich presente en ese convulso periodo nacional caracterizado por las revueltas y protestas, la injerencia norteamericana, la arbitrariedad del yanqui, los golpes de Estado, gobiernos de facto, asonadas militaras, renuncias, alzamientos guerrilleros, manifestaciones políticas, movilizaciones populares, efímeros ensayos democráticos, elecciones, asilos… De todos estos acontecimientos da cuenta su lente activa que se movía certera tras la noticia y sus protagonistas.

En el álbum figuran, en consecuencia, personajes conocidos de la reacción y la revolución y el pueblo anónimo que respaldó o combatió sus acciones, en impresionantes fotos inéditas a las que acompaña, en casi trescientas páginas, el breve recuento de las experiencias vividas por el osado autor.

[b]En el Trujillato[/b]

El tiempo que pasó en la República durante la “Era de Trujillo” fue para Diederich tan intenso como peligroso. Hablaba con la radio a todo volumen o descargando el sanitario para acallar sus comentarios. Ciudad Trujillo, refiere, era excesivamente limpia, pero “dejaba entrever cierto olor de tensión y miedo”, por lo que casi se convirtió en paranoico. Conoció a Anselmo Paulino, cuya presencia “daba al momento un tinte de maldad”, a los todopoderosos jefes de la policía secreta y a Johnny Abbes, “un hombre estrecho de hombros, parecido a una botella de Coca Cola”, que una vez le infundió terror con preguntas de advertencia aparentemente inofensivas.

Apreció la doble condición de empleados y vendedores ambulantes que eran calieses, como pudo haber sido “Víctor el grande, el portero del hotel, que todos los corresponsales extranjeros sospechaban que era agente del SIM”, y del Benefactor ofrece descripciones de sus dotes humorísticas en creol, el variado vestir, las galas de buen bailarín, pero también diferentes manifestaciones de su carácter represivo y personalidad desalmada. Relata el acoso y la persecución a los antitrujillistas y exiliados. “El colegio Don Bosco estaba sometido a una vigilancia tal, que para no crearle problemas a los padres salesianos, no quisimos detenernos a nuestro paso”, escribe, y describe, además, las zanjas y policías acostados construidos en las embajadas para impedir la búsqueda de asilo.

El ajusticiamiento de Trujillo está profusamente ilustrado con fotos de los funerales, el impacto de las balas en el Chevrolet Blair, las escenas de histeria en el Palacio, las coronas de flores cubriendo el féretro, el entierro y los cuadros de dolor. Diederich publica reveladoras fotos de Pedro Livio Cedeño y los “Cocuyos de la Cordillera” con sus insignias negras para luego pasar a la llegada de los exiliados, el surgimiento de los partidos políticos, la lucha popular contra Ramfis Trujillo y Joaquín Balaguer, la violencia en los mítines…

[b]Entonces jóvenes[/b]

Las figuras de esos años tumultuosos aparecen entonces jóvenes y fogosas como Federico Carlos Álvarez y Ramón Tapia cargando el cadáver de Erasmo Bermúdez, Andrés Ramos Peguero en el local del MPD, el casi adolescente José Francisco Peña Gómez con Sacha Volman y Washington de Peña en la calle El Conde, Ángel Miolán, Miladys Sánchez, Elsa Justo, Brunildo Febles, en San José de Ocoa.

Ramón Cáceres, Viriato Fiallo, Fernández Caminero, Rafal Bonnelly, Rodríguez Echavarría, hombres y mujeres llorando, ovacionando, portando cartelones, son las figuras de ese momento en el que se concentra Diederich para luego dedicarse al breve mandato del profesor Juan Bosch y ahí se plasman las poses de sus viajes y miembros del gabinete hasta caer en el derrocamiento. Manuel E. Tavares, Luis Amiama, Ramón Tapia y un diligente Antonio Imbert Barreras se observan en discretos “close ups” o en amplio, como es la foto junto a Elías Wessin que los observa con interés. Son reveladoras las fotos de don Juan y doña Carmen rumbo al exilio.

En lo que es una completa cronología de hechos con sus ilustraciones continúa la angustiante Revolución de Abril con su secuela de muertos, sangre, dolor, protestas, alambradas, patrullas, soldados de ambos bandos disparando… Francis Caamaño, Héctor Aristy, Martha Jane, Carlos Grisolía Poloney, Pedro Bartolomé Benoit, el general Imbert, José Antonio Mayobre, Héctor Lachapelle, Montes Arache, Salvador Jorge Blanco, Jottin Cury, Alejandro Deñó, Héctor García Godoy, Emilio Rodríguez Demorizi, Eduardo Read Barreras y muchos otros se mueven en medio de las masas agitadas o en los improvisados salones de las negociaciones.

Relatos, fotos, historia, concluyen con el retorno de Bosch, la partida de Caamaño, el ascenso de Balaguer, la salida de los interventores y un conmovedor epílogo que da cuenta de la muerte del líder constitucionalista Oscar Santana, asesinado por “un grupo del MPD que quería robarse un pollo para hacer un sancocho”.

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