Nueva York chiquito se puso de moda cuando el Presidente, para describir su concepción de la modernidad en la ciudad, usó ese reduccionismo, en su rendición de cuentas en febrero. Fomentó sonrisa y sorpresa entre algunos, pero para los que viven debajo del Palacio no, porque sabemos del gusto pronunciado del Presidente para los viajes en helicóptero.
Los gustos del Palacio son conocidos, entre sombreros, zapatos y otros lujos; aprecian los viajes y los aires. En estos meses de campaña electoral, se evidencia esa predilección por la soledad de las alturas y la distancia requerida para deformar la realidad. Por eso, lo de Nueva York Chiquito. La participación desenfrenada y cotidiana del Presidente en la campaña electoral se hace en helicópteros, civiles y militares, sobrevolando barrios asustados y conscientes del peligro que representa, hoy, despegar y aterrizar varias veces al día, desde el helipuerto del Palacio.
Son tres helicópteros que llegan temprano, rasando los techos, activan las alarmas de los carros, ponen las casas a vibrar y los árboles a temblar. Dos y cuatro veces al día cruzamos los dedos para que no caigan. En esta campaña, el gobierno puso de manifiesto su irracionalidad, su predisposición por el despilfarro y el desprecio a la pobreza. La campaña electoral es tan despiadada, que nos hizo olvidar la temporada ciclónica; además no solo ha invadido las calles, las carreteras, los campos, los elevados, el malecón con sus secuelas, también ha invadido el cielo de la capital, ni las aves se salvaron.
Los habitantes de Gascue, Lugo y el entorno del Palacio presidencial también sufren: sufren un nuevo tipo de molestia, de agresión y de peligro, que las autoridades de la Dirección de la Aviación Civil deben atender. El Palacio Nacional está enclavado en barrios que concentran más de treinta mil personas en viviendas individuales y nunca como antes un Presidente de la República ha utilizado tanto sus helicópteros para una campaña electoral.
Los viajes del Presidente actual son diarios, en dos helicópteros militares y uno civil, sobrevuelan los techos con un ruido infernal, vibraciones, remueven el cielo, el follaje, el polvo, y a nivel de los techos, aterrizan y despegan, sin compasión, asustando y creando inseguridad. Es hora de modificar las rutas de esos aparatos en toda la ciudad, es parte de la planificación urbana.