Una cárcel deprimente recibe a los cruceros

Una cárcel deprimente recibe a los cruceros

Solo cabrían 91  pero el sistema carcelario no repara en límites. La cárcel de La Romana,  de las de peores condiciones, aloja 548 hombres y mujeres y su penosa fachada es “con vista al puerto”.

La Romana. Enclavado  frente al puerto que recibe  los cruceros que llegan al  principal polo turístico del país, se encuentra uno de los recintos  más deprimentes del sistema penitenciario: la cárcel  de La Romana.

Una masa de 548 hombres y mujeres cohabitan en un espacio destinado solo  a  91  personas, concentrando   este penal  cinco veces la cantidad  que resiste.

Está ubicado a la izquierda, en el área que ocupa la fortaleza del Ejército de esta ciudad. Como es típico en las instituciones castrenses,  la primera impresión es de higiene y organización. Agentes espigados custodian celosos el entorno y  se mantienen atentos a cualquier movimiento anormal.

 Sin embargo, esa primera impresión se diluye pocos metros adentro, donde, luego del chequeo rutinario, se accede  al patio del recinto ambientado en una mañana de domingo con la estridencia de varias bocinas y  una mezcla de ritmos.

 “Esta es la cárcel”, dijo un miembro del Ejército que hizo de guía, frente a un pequeño patio en que decenas de hombres compartían en medio del ruido y  juegos de dominó.

“Arriba están las mujeres”, agregó frente a una imagen que no podía ser peor.

Confinadas.   Un montón de mujeres aglomeradas detrás de rejas observaban la ‘diversión’ en el patio al que no podían bajar. Tal vez como consuelo, estaban maquilladas y vestidas ‘de domingo’.

“Solo nos sacan a las 7:00 de la mañana y a las 6:00 de la tarde para comprar cualquier cosa abajo”, explican.

El panorama, ni por asomo, se compara con las mujeres ubicadas en los centros del nuevo modelo, donde priman las condiciones idóneas para la rehabilitación, pero aquí no es así.

 La mayoría de las mujeres recluidas en este penal están en una especie de baño de vapor permanente del que solo salen dos horas al día, para evitar que se rocen con los hombres que, en el tiempo restante del día, ocupan el patio.

  “Mira!, mira… hazme la diligencia para que me trasladen a Najayo, yo no quiero estar aquí, hace mucho calor y casi no se puede salir”, pedía  una reclusa que  conversaba junto a otra mientras enjugaba el sudor que chorreaba por su rostro.

  Estaban sentadas en el  dormitorio que comparten, compuesto por una cama pequeña,  algunas  ropas  en la pared y  artículos personales. No cabe nada más.

Las presas ocupan tres celdas en las que hay 29, 26 y 24 chicas. En las dos primeras  están separadas en estrechísimas goletas improvisadas a lo largo de un pasillo en  que viven dos y tres. Las  24    condenadas ocupan la celda 10 y duermen en literas de tres niveles y tienen un televisor “para las novelas”, dicen. 

 En comunidad.  Lejos del custodia  las mujeres aseguran que se llevan bien  y por celdas comparten una estufa eléctrica y el baño, que  mantienen limpio.

 El tema de la sexualidad aflora: “Yo digo que no me  meto a lesbiana pero cuando una dura tanto presa no se sabe”, dice una,  mientras otra que lleva nueve años allí asegura que  ni siquiera piensa en sexo, ‘pero a nosotras no nos dejan tener relaciones  y muchas terminan en eso”, confiesa.

Entre sus dudas o mentiras disfrazadas esas mujeres ven pasar los días y  asomadas por la ventana  que da al  puente que lleva a  Casa de Campo observan pasar a los que ni siquiera se percatan de que ellas existen y están allí.

El infierno

Si la creencia de que el infierno es un lugar caliente es cierta, ya los presos de La Romana lo conocen. Sus goletas están ubicadas en lúgubres pasillos en los que ‘como puedan’ se acomodan. Aquí no hay lugar para muchos privilegios porque sencillamente el espacio no alcanza.

“Muchacha, esto aquí es el mismo Diablo o peor, estrecho, caliente y en la boca del mal”, dijo un recluso que recién había sido trasladado a ese penal.

Sobre los vicios, los reos aseguran que, a pesar de que el registro es riguroso, cuando se hacen redadas allí siempre aparecen drogas, cuchillos y celulares.

En el patio están, uno al lado de otro, un ventorrillo, una iglesia, un colmado y potentes bocinas. Bajo un área techada los presos se entretienen en juegos de mesa.

  Rabo e’ chivo

Pidiendo permiso para no interrumpir la intimidad en los camastros, típica de un día de visitas, se llega a la peor área de allí: Rabo e’ chivo. “¿Qué quiere?” pregunta en su escaso español un haitiano que compartía con una mujer y al enterarse de que se observaban las condiciones en que están no dudó en decir: “esto es para ratones”. Y no se equivocó. Realmente parece una cueva de ratas pero, aunque allí abundan, hay hombres. El olor a sudor, humedad y marihuana se hace presente en el área oscura y carente de ventilación, cuya condición obliga a que los presos se mantengan más en el patio que dentro.

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