A las generaciones dominicanas del presente y del futuro nos aguarda un futuro lleno de incertidumbres y acontecimientos humanos indeseables de difícil evasión y caerían sobre nuestras cabezas para aplastarnos como nación y perder nuestra identidad lograda a finales del siglo XVII.
No hay dudas que la avalancha humana que nos llega indetenible desde el occidente de la isla no tiene freno. No transcurre una semana sin que no surja un improvisado asentamiento de la gente de occidente especialmente en algún lugar en el oriente de la isla, en particular en las llanuras orientales mas allá del curso del río Higuamo.
La carga humana procedente de Haití tiene ribetes de estampida desde el occidente de la isla. Ya todos los recursos naturales están diezmados y una hambruna latente en terrenos estériles asola un terreno improductivo que ya una vez fue fértil, pero sus pobladores generacionales no supieron reutilizarlos. Tan solo era acabar con el fruto de la Naturaleza que pródiga y bien administrada pudiera haber servido para asegurar la vida en el occidente de la isla.
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La avalancha humana de occidente es indetenible. Los haitianos no se dejarán morir de hambre y a la callada llegan masivamente al territorio dominicano que una vez fue asegurado a sangre y fuego en el siglo XIX cuando Haití pretendía re ocuparnos y asentarse definitivamente en el oriente quisqueyano a cuenta que era un territorio de pocos habitantes y muy ignorante.
Los sangrientos 13 años de las contiendas entre las abrumadoras fuerzas haitianas bien armadas con lo que fue el armamento y vituallas de las tropas francesas cuando la malaria derrotó a Leclerc y sus tropas para desde entonces despertar las ambiciones de los ex esclavos haitianos de ocupar toda la isla como estipulaba el Tratado de Basilea. Fue un baño de sangre que la raza dominicana dejó en el terreno abonado generosamente por una raza que surgía para defender sus raíces y no dejarse aplastar por una especie humana surgida al calor de la sangre africana proveniente de las selvas de ese continente que se hizo cargo del occidente isleño y con pretensiones de adueñarse de la isla que con poca cosa lo hubiesen conseguido. Pero el coraje y aspiraciones del oriente isleño no dejaba espacio para ser vencidos y en cruentas batallas, desde 1844 a 1856, los dominicanos afianzaron su patriotismo en un pedazo de la isla que ya le era indispensable, y que en este siglo XXI, la convierte en una meta para el nutrido pueblo haitiano sediento de alimentos y de riquezas que ellos ven existe en el este de la isla.
No hay dudas que un enfrentamiento será inevitable. Las constantes y masivas repatriaciones resultan estériles por las dimensiones del problema. Y por más vehículos disponibles que el gobierno dominicano disponga resultan insuficientes, cuando a ojos vista y con la complicidad de los militares dominicanos el chorro de nacionales occidentales que cruzan la línea fronteriza no termina.
La repatriación es temporera ya que al poco tiempo retornan al país y es que tienen sus fuentes de trabajo en alguna población del Este o en el Cibao, tierra pródiga por sus fértiles terrenos ávidos de que se les cultive. Las bases de un futuro conflicto de imprevisibles consecuencias humanas están sembradas. Ojalá los isleños tengamos el discernimiento para saber remediarlo.