Una carta de Eusebio Rivera

Una carta de Eusebio Rivera

Distinguido señor Corripio:
El día 10 de agosto en curso el periódico HOY publicó una colaboración del suscrito titulada “Muerte por inanición”. Se trató de una alegoría sobre la deuda externa de nuestro país. Dos días después el mismo periódico publicó un artículo del señor Virgilio Álvarez Bonilla expresando algunas consideraciones sobre el contenido de mi escrito y agregando algunas valoraciones sobre mi persona que no consideré pertinente ni beneficioso contestar porque previamente había recibido un correo electrónico del director del periódico, don Bienvenido Álvarez Vega, preguntándome, con la delicadeza que siempre le ha caracterizado, si los apodos mencionados en mi artículo se referían a don Virgilio Álvarez Pina y don Mario Álvarez Dugan Q.E.P.D. y le había respondido rápido y tajantemente que no, que no podía ser, sin agregar otras explicaciones porque leí su correo el mismo día que el artículo salió en la edición impresa del periódico y ni siquiera había ya oportunidad para cambiar los apodos por otros que no dieran lugar a comparaciones y confusiones.
Lo que motivó el artículo censurándome fue mi selección de los apodos que su autor, no yo, ligó con sus familiares fallecidos ya mencionados, a quienes colocó en el tiempo y circunstancias que él escogió de mi alegoría para postular que no podían ser ellos, exhibiendo una hipersensibilidad entendible por el estrecho vínculo familiar existente.
Atendiendo a lo anterior y a mi obligación de corresponder a la benevolencia de un periódico que por muchos años me ha prestado un espacio para compartir mis ideas, debo aclarar lo siguiente:
No conocí a don Virgilio Álvarez Pina, don “Cucho” para sus familiares, amigos y colegas, pero sí conocí a don Mario Álvarez Dugan, sus hijo, y quien nunca para mí fue “Cuchito” porque no estuve en su lista de amigos y mi diferencia de edad y el respeto que siempre me inspiró, no me lo hubiesen permitido. Él fue quien me abrió las puertas del periódico HOY para mis colaboraciones; su secretaria, Grimilda, fue testigo de que siempre pregunté por “don Mario” y él siempre me recibió y me trató con el respeto que un padre trata a un hijo. Cuando le visitaba preocupado porque alguna colaboración no salía y deseaba saber si cometí algún error que no fuera aceptable para el periódico, me señalaba el montón de papeles sin revisar y me aseguraba que ahí estaba el mío y que saldría, tarde o temprano, y así siempre fue.
No puedo culpar a quien no me conoce si mal me juzga, pero no podría excusar a quien me coloca tan bajo como para sobrepasar los límites de la ingratitud, manchando la memoria de don Mario usando por única vez su apodo o el de su padre con fines “maliciosos” ya que no visualizo cómo podría eso “beneficiarme” después de su muerte.
Si mi escrito deja esa vergonzosa impresión o malentendido, pido disculpas a sus familiares, exculpo totalmente al periódico y doy fe de que jamás fue mi intención.

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