Una catedral sin torre

Una catedral sin torre

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Me parece que ese escudo del portón, con el centro vaciado, es el de los Austria. Arriba tiene intacta el águila bicéfala. – Así es, amigo, lo dañaron durante una invasión de los ingleses; usted es un hombre observador. – ¡Cómo no voy a reconocer ese escudo! En Hungría, y en los países vecinos, no hay persona que no lo haya visto mil veces.

Esa dinastía gobernó casi seis siglos. ¿Por qué está tronchada la torre de la catedral? ¿Fue demolida o bombardeada en alguna época? – No; nunca sufrió daño; es que no acabó de construirse. Las autoridades militares se opusieron a que los curas tuviesen una torre más alta que la de la fortaleza. Fíjese usted: las campanas fueron colocadas en esa espadaña de ladrillos. Para un templo con una nave así es una verdadera ridiculez.

El campanil no parece parte de una construcción de piedra tan noble y sólida. – ¿Por qué no lo destruyen y completan la torre? ¿El arquitecto original dibujó los planos de la torre prohibida? Tal vez ahora nadie se oponga por razones militares. Amigo, algunas catedrales han tardado siglos en completarse. Abran una colecta de dinero e inicien una campaña publicitaria para erigir la torre. Busquen para esa tarea un obispo enérgico, un munícipe terco, un periodista empecinado. Desde luego, necesitarán también un contratista en buenas relaciones con el gobierno.

– ¡Dios mío, una torre mocha en la catedral Primada de América! Tal vez la UNESCO pueda ayudar en la difusión del proyecto, o con asesores expertos que hayan trabajado en edificaciones religiosas del siglo XVI. Lo veo como un asunto simbólico para toda la comunidad de Santo Domingo. – Doctor Ubrique, comprendo el sentido de su idea; pero tal vez nadie se anime a secundar un proyecto tan poco práctico. ¿Para que serviría la torre? ¿Para coronarla con un campanario? Habría que comprar campanas de bronce dignas de una catedral. ¿A quienes llamaríamos al echar a volar las campanas? Tal vez provocaríamos un debate ideológico en las cámaras legislativas.

– ¿De quién es esa estatua con pedestal de granito gris? – Del primer Almirante, del descubridor de América. Esta plaza lleva su nombre. – Pero en el monumento veo otra escultura, además de la del personaje principal. – El artista quiso representar a los aborígenes de esta isla, a las gentes que encontró aquí el descubridor. Los primitivos pobladores fueron de la raza taína. Es una figura femenina. Ladislao levantó la cabeza; miró los pies del navegante, que tocaban un ancla, reparó en unas sogas enrolladas en un amarradero, notó que con el brazo levantado señalaba un punto en el horizonte; luego dio la vuelta al pedestal y examinó la imagen de la indígena desnuda. – ¿Quién fue el escultor? – No lo sé con seguridad. El trabajo lo encomendaron a un artista llamado Ernesto Gilbert. Se inauguró en 1887, en el aniversario de la Independencia de República Dominicana. ¿Quién sirvió de modelo al escultor?  ¿Cómo puedo saber eso? – ¿La modelo era dominicana? – No tengo como contestar esa pregunta, doctor. – Las líneas del cuerpo de la mujer no parecen las de una indígena de origen amazónico; recuerdan más bien los rasgos de las mujeres mulatas de Cuba, de la República Dominicana.

– Usted no ha sentido un fuerte olor a marihuana al aproximarse a la estatua del almirante. – Sí, lo he sentido. Estos jóvenes que están ahí podrían haber fumado antes de nosotros llegar. Ahora consumen marihuana en todas partes, no solo en Santo Domingo. – Por supuesto; aprendí a distinguir ese olor en Nueva York, en Washington Square. Es una droga suave, según dicen. Pero se ha extendido el uso de drogas terribles: el ácido lisérgico, por ejemplo. Hay clubes de consumidores de L.S.D. En los Estados Unidos y en Alemania hay muchos adictos a esta droga. – ¿En Alemania? – Sí, en Alemania existe una «tendencia» a ella por la costumbre de comer pan de centeno. El poeta Robert Graves, catedrático en Oxford y adorador de Mallorca, afirmaba que los alemanes consumían demasiado pan de centeno. En el centeno se reproduce un hongo parásito del que se extrae el L.S.D. Atribuía a ese consumo tan continuo e intenso la histeria colectiva del nazismo. Es lo que llaman el «furor teutónico». Graves conectaba la química y la fisiología con los fanatismos ideológicos y políticos de Bohemia, Alemania, Austria, Polonia. Echaba la culpa al pan de centeno. El uso de drogas, ciertamente, puede desquiciar o debilitar a los pueblos. – Doctor Ubrique, usted debería buscar trabajo y quedarse aquí durante una larga temporada. Santo Domingo, R. D., 1993.

henriquezcaolo@hotmail.com

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