Una causa indefendible

Una causa indefendible

Una buena parte de la humanidad ha estado siguiendo de cerca la situación de los rehenes, y en particular la ex candidata presidencial Ingrid Betancourt, en manos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Desde el punto de vista político militar, no hay manera de justificar el mantenimiento en rehenes de las personas en manos de este grupo, y sobre todo de esta mujer afectada de trastornos de salud bastante delicados.

La persistencia de este grupo en mantener esta situación se aparta de toda lógica, sobre todo porque está desdeñando la oportunidad de asumir un rol político activo, en caso de deponer las armas.

Alguna vez, América Latina fue caldo de cultivo para revueltas armadas de corte guerrillero. Las hubo en Venezuela con las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), en Bolivia con el Che Guevara, en Uruguay con Los Tupamaros y en Perú con Sendero Luminoso. Salvo la revolución cubana, no se tiene conocimiento de éxito de este tipo de levantamiento. No parece que las FARC vayan a lograr ser la segunda excepción exitosa, y menos en estos tiempos en que la correlación de fuerza le desfavorece por haberse contaminado con el narcotráfico y por persistir en mantener rehenes más allá de lo razonable y prudente en el contexto de la lucha. Liberar a los rehenes, y particularmente a Ingrid Betancourt, podría ser una salida.

 

Clientelismo y pobreza

El clientelismo como arma proselitista ha ido reemplazando la forjación de la convicción de los pueblos en la medida en que las organizaciones políticas se han ido quedando sin liderazgos sólidos y auténticos. Conforme se desacreditan las organizaciones, su capacidad de convencimiento se hace menos consistente y obliga a la compra de conciencias y preferencias.

Monseñor Ramón Benito de la Rosa Carpio, presidente de la Conferencia del Episcopado Dominicano, afirma que el clientelismo se nutre de la pobreza, y no le falta razón. Dádivas y promesas de mejorar condiciones de vida o hábitat son armas que los políticos apuntan hacia el blanco más vulnerable, que es el de los más necesitados. Si algún indicador puede revelarnos la incapacidad de un partido político para convencer y atraer simpatías en base a argumentos, ese, sin duda, es el grado de clientelismo a que apele para tratar de impulsar sus particulares causas.

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