Una celebración afectada por el derrumbe social

Una celebración afectada por el derrumbe social

 Para la celebración de mañana, precedida por la intensa propaganda comercial para estimular las compras de presentes a los seres queridos, se tropieza en este año, como es  la costumbre del  pasado reciente, de encontrarnos sumergidos en una calamitosa situación económica con todo lo que se consume en alzas constantes.

Pero estamos de frente  a la familia desintegrada y una sociedad donde a la madre ya no se  le reconoce  su abnegación y entrega de los primeros años de la criatura, que por nueve meses, llevó y formó en su seno.

 Esos recuerdos de la madre abnegada, no importando su nivel social, perdura en el baúl de los recuerdos de los que ya adultos y entrando en la última etapa de la vida, brotan espontáneamente tantas vivencias que se comparan con lo que está ocurriendo en la sociedad de este siglo. El vivir tradicional de la familia de hoy en día  no se asemeja en nada a los que vivíamos en las décadas del 40 y del 50 del siglo pasado.

 Lo que se inició  después de finalizada la II Guerra Mundial, fue fruto de la desintegración de las sociedades afectadas por la convulsión bélica que sacudió a los países de Europa, y separó a las familias en Estados Unidos,  con las mujeres trabajando en las fábricas dedicadas a la producción bélica  y los hombres en el campo de batalla. Desde entonces, se transformó  la sociedad occidental que, 70 años después, es todo un panorama distinto, emergiendo del mismo las semillas de la destrucción de la sociedad occidental.

 Todo se ha convulsionado, y hasta el encumbramiento en que uno  ponía a las madres se ha empañado con las nuevas necesidades y costumbres del apareamiento con la aceptación normal de las uniones libres,  y esto, sin hablar de la aberración  de las uniones de parejas del mismo sexo.

 Todavía persiste en muchos núcleos  familiares y sociales el amor a la madre y su significado   cuando cuida a sus criaturas y puede proporcionarle el alimento que sale de sus entrañas para esos primeros tiempos del hijo, proporcionando esa savia de vida y de amor que conlleva la creación de esos lazos fraternos  que se forjan con el intercambio del calor de dos seres que se compenetran y surge ese sentimiento que le da valor y más luego a la conducta invaluable de un ser responsable con sus semejantes.

 Todos recordamos las distintas facetas que nuestras madres, junto a los padres, se empeñaban en inculcarnos en esa masa virgen de nuestros cerebros, con esas correcciones típicas y dolorosas  de las décadas del 40 y del 50 del siglo pasado. Con severidad y el poco intercambio por una comunicación deficiente,  impedía un acercamiento que se compensaba por ese amor que a raudales derramaban las madres, convirtiendo a los niños en seres privilegiados.

 Es propicia la ocasión para rendirle en el recuerdo, una ofrenda de amor al ser que se dedicó a formarme y guiarme en esos primeros años, que para mi caso fueron muy especiales, ya que fui su primer hijo que le nació  vivo después de tres pérdidas, lo cual significó mucho para ella. Pese a esa sobreprotección,  creo que pude superarla para darle rienda suelta  a mis inquietudes y propósitos de  ser solidario con mis semejantes, contribuyendo de mejor manera al servicio comunitario. Y en eso era que veía a mi madre que vivía afanada en sus trabajos, pero atendía a sus semejantes; ella era un hito de referencia para las actividades que se llevaban a cabo para los fines benéficos y sociales en la vida pueblerina de Baní de la década de los 40 y 50 del siglo pasado.

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