Una chef anónima

Una chef anónima

Desde mis años juveniles conozco a una hermosa mujer, que debe andar hoy por la sexta década de su existencia.

Aunque no alardea de su atractivo físico, recuerdo que tuvo decenas de pretendientes; sólo le correspondió a dos de ellos, con uno de los cuales contrajo matrimonio.

La unión duró varios años, pero terminó en divorcio, y aunque no se ha vuelto a involucrar en otra relación de pareja, mi amiga mantiene todavía uno que otro cortejante.

Un día cualquiera de los años finales de la década del cincuenta uno de sus hermanos me invitó a la casa familiar a escuchar música, y tuve la dicha de saborear un jugo de granadillo preparado por las manos de la esbelta jovencita.

Confieso que tardé más de quince minutos en consumir la exquisita bebida, paladeándola con delectación, como lo haría un infante con un caramelo.

Al elogiar la destreza culinaria de la doncella, el hermano afirmó que había nacido con vocación y habilidades de cocinera, lo que se manifestó desde el primer plato que preparó, bajo las orientaciones de su madre.

Mi amigo devino en ministro, y me dijo que estaba utilizando su reconocida elocuencia para convencer a la entonces cuarentona parienta divorciada de lo conveniente que sería para ellos iniciar una empresa dedicada a la venta de comida.

La idea provino de su conocimiento acerca de la magia de las manos de la dama en la preparación de alimentos.

Para que pudiera comprobar la certeza de su proyecto, me invitó a degustar un sancocho preparado por la aludida, que al ingerirlo me produjo una visión  anticipada de la patria celestial.

Estaba presente el ex esposo de la chef potencial, quien dijo que aunque aceptó la separación de la cónyuge, solamente la muerte lo apartaría de su sazón.

Sin ser glotón, me apenó que mi amiga rechazara la oferta comercial, porque las personas frugales somos las que  mayormente valoramos las virtudes de los que saben mezclar los ingredientes de las combinaciones alimenticias.

Fundamentado en la relación amistosa de añeja data, le señalé que había desperdiciado la oportunidad de llegar a ser millonaria, y su respuesta me impuso el silencio.

-Mario, mi decisión se debió a dos razones: que a la gente no le gusta pagar, y a mí me disgusta cobrar.

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