Una coincidencia histórica

Una coincidencia histórica

R. A. FONT BERNARD
El 17 de octubre de 1887 el gobierno español decidió destituir, como gobernador de la isla de Cuba, al general Valeriano Wiler, llamado por la prensa norteamericana “el carnicero”. Le sustituyó el General Salustiano Blanco, de conocida tendencia moderada. El cambio en el orden militar coincidió con el inicio de negociaciones diplomáticas con los Estados Unidos de América, en torno a una agenda, redactada por el departamento de Estado, conforme a la cual se advertía una situación de privilegio para Norteamérica, como el principal cliente de Cuba.

Fue en esa circunstancia que el Presidente Mac’Kinley decidió enviar a La Habana el buque de guerra “Maine”, con la previa advertencia de que se trataba de “un gesto de cortesía internacional”. El 25 de enero el “Maine” entró en el puerto de La Habana, siendo recibido por las autoridades españolas con un tratamiento “correcto pero frío”, según lo calificó el periódico pro español “Diario de la Marina”.

Originalmente, debido a que el puerto de la ciudad capital de Cuba era infame por su suciedad, y en esa ciudad se registraban en la ocasión varios casos de fiebre amarilla, el Departamento de Estado anunció que por motivos sanitarios el “Maine” retornaría a su base, en la segunda semana de febrero.

Pero, unos días antes de la llegada del buque a la isla, el Subsecretario de la Marina, Teodoro Roosevelt, había declarado que no creía que Cuba podría ser pacificada con la concertación de una autonomía, con la siguiente conclusión: “Yo espero de todo corazón, que los acontecimientos se perfilan en forma que tengamos que intervenir en la isla, en un futuro no muy lejano”. Al propio tiempo, un “experto” del Departamento de Estado, especializado en el manejo de los asuntos españoles, cablegrafió al Secretario de Estado William Day, advirtiéndole que “estaría bien que nuestra escuadra del golfo de México estuviese preparada, para entrar en acción inmediatamente, dado que una emergencia puede suceder en cualquier momento.

Era evidente que antes de que el “Maine” zarpase hacia La Habana, entre las autoridades de Washington predominaba el sentimiento de que la proyectada autonomía había fracasado, y que la soberanía española en Cuba estaba hundiéndose. Se estimaba además, que si los Estados Unidos esperaban demasiado, los patriotas cubanos, dirigidos por el Generalísimo Máximo Gómez, resultarían a la postre victoriosos, reemplazando al fracasado régimen español.

No pasó desapercibido para las autoridades españolas en la isla la intención que suponía la visita de un barco de guerra moderno, como era el “Maine”. Por lo que el Almirante Cervera cablegrafió al Ministerio de la Marina en Madrid, advirtiéndole que España debía recurrir a cualquier recurso, para evitar verse envuelta en una guerra con los Estados Unidos.

A las 9:40 pasado el meridiano del 15 de febrero se oyeron varias explosiones, procedentes del puerto, cerciorándose los aterrados habaneros de que se había producido una explosión en el “Maine”, y que éste se hundía rápidamente, arrastrando hacia las profundidades del mar a doscientos cuarenta y seis marineros y dos oficiales. Sólo el Capitán, William Sigsbee y varios oficiales superiores, que estaban en tierra, tuvieron la suerte de escapar a la muerte. El Cónsul General norteamericano en La Habana, General Robert Lee, informó a su gobierno que creía indeterminable la causa de la explosión, advirtiendo que estaba inclinado a pensar que la misma había sido accidental. No obstante, altos oficiales de la Marina rechazaron la eventualidad de un accidente, aunque consideraron como posible que “un torpedo, una mina o una máquina infernal, pudiese haber sido colocado en la carbonera, cuando el barco era cargado en Key West”.

El Congreso norteamericano acusó a España del desastre, y demandó “una inmediata declaración de guerra”. Y por su parte, los periódicos sensacionalistas el “Journal” de William Hearst entre ellos, iniciaron una campaña de denuncias logrando aumentar su circulación a más de un millón de ejemplares cada día.

De acuerdo con las “primicias”, publicadas por el “Journal”, el “Maine” había sido destruido por una traición: el “Maine”, según la prensa amarilla, había sido partido en dos “por una máquina infernal secreta del enemigo”. Y, “recordad el “Maine” y al infierno con España”, se convirtió en un slogan nacional. Un reportaje imaginario, que encandiló la imaginación del pueblo, narró la historia de un supuesto marino manco, sobreviviente de la tragedia naval.

Por su parte, el vespertino “World” denunció editorialmente que en Cuba la vida humana y la propiedad estaban en peligro. “Cuba será pronto un montó de ruinas carbonizadas por la bárbara lucha de exterminio española, contra la población nativa”. “Sangre en las cunetas, sangre en los campos, sangre, sangre, sangre. Una nueva Armenia ha surgido a solo 80 millas de la costa americana”, transmitió el corresponsal de “World” en La Habana. Este vespertino, en competencia con el “Journal”, inventó la historia de una supuesta señorita Evangelina Cisneros, “asesinada por un lúbrico coronel español, mientras defendía su pudor”. Un antecedente de la campaña de desinformación puesta a circular años después, cuando se aseguró que los comunistas se habían apoderado de nuestro país, durante los acontecimientos bélicos de abril del 1965.

Un historiador de la época preguntó si se trataba de cumplimentar la Doctrina de Monroe, para asegurar el Destino Manifiesto, o si se trataba tan solo de aumentar las tiradas de los periódicos. Los acontecimientos posteriores demostraron que se trataba de lo primero, desde que una asamblea conjunta del Senado y la Cámara de Representantes de los Estados Unidos adoptó una Resolución, en la que se consignaba, entre otras cosas, que “el aborrecible estado de cosas que ha existido en Cuba desde hace los tres últimos años, en isla tan próxima a nuestro territorio, ha herido el sentido moral del pueblo de los Estados Unidos, en desdoro para la civilización cristiana, con un punto crítico, en la destrucción de un baraco de guerra norteamericano, y con la muerte de 266 de sus oficiales y tripulantes”. La guerra contra España fue declarada por el Presidente Mac’Kinley, quien originalmente no la deseaba. Unos meses después, el Presidente fue asesinado al iniciar su segundo período de gobierno.

Dieciocho años después de la explosión del “Maine”, un inesperado mar de fondo arrojó sobre los arrecifes de la costa de la ciudad de Santo Domingo, en nuestro país, al crucero “Memphis” de la Marina de Guerra de los Estados Unidos. Fue un accidente casual, porque contrario a lo sucedido en Cuba, ya el territorio de nuestro país estaba ocupado por la Infantería de Marina norteamericana. El autor de la obra titulada “Los americanos en Santo Domingo”, Melvin Knight, consignó en la misma que el “Memphis” estaba valorado en seis millones de dólares, y que su costo, tan solo alcanzaba a más de la suma en que fue fijada finalmente la deuda flotante de nuestro país.

En el cementerio colonial de la avenida Independencia de esta ciudad hay un sepulcro, en el que figuran los nombres de los “Marines” norteamericanos fallecidos en el naufragio del “Memphis, el 29 de agosto del 1916.

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