VIRGILIO ÁLVAREZ BONILLA
Hace poco visité en compañía de mi esposa Rosa María, la preciosa ciudad de Buenos Aires, donde reside desde hace años nuestro querido y fraterno amigo Cirilo José Castellanos. Con Cirilo me une una vieja amistad de aquellas inquebrantables forjada por el cariño y los afectos heredados de ancestros y cultivada sobre bases de sincera lealtad.
Nuestra visita a la señorial capital Argentina, sirvió para que el viejo amigo que se siente muy orgulloso de exhibir sus bien conservados ochenta años, a pesar de algunos fallos, por suerte superados en el engranaje interno, nos deleitara con varias de sus múltiple experiencias anecdóticas. Unas de ellas, por los datos inéditos y poco conocidos de estos acontecimientos, me llamó poderosamente la atención y por su valor histórico la transcribo.
Los hechos sucedieron en Roma durante los primeros meses del año 1954 del pasado siglo. Cirilo Castellanos se encontraba adscrito a la Embajada Dominicana en Italia en calidad de Consejero, siendo embajador el licenciado Telésforo R. Calderón. En los primeros días del año se presentó en Roma el licenciado Rafael F. Bonnelly, en aquel entonces secretario de Estado de la Presidencia. Don Fello como solían apodarle sus conocidos, tenía la delicada misión de parte del Generalísimo Rafael Leonidas Trujillo de negociar el famoso Concordato entre la Iglesia Católica y el Gobierno dominicano de la época.
La llegada del enviado de Trujillo, no sorprendió a ninguna de las dos misiones dominicanas en Roma, ya que tanto el embajador Calderón como el embajador ante la Santa Sede, Nicolás Vega, estaban previamente avisados de la ocurrencia. El licenciado Bonnelly instaló su sitio de trabajo en la sede de la Embajada ante el gobierno italiano, ya que la misma ofrecía más facilidades administrativas que la correspondiente al Vaticano. Cirilo le servia a don Fello como asistente especial. En aquella época, las misiones dominicanas en el exterior estaban compuestas por un reducido pero eficiente personal, pese a eso, la importancia del emisario y la labor a realizar ameritaban la asistencia de uno de los dos funcionarios auxiliares de la Embajada, el otro oficial en servicio lo era el señor Onésimo Valenzuela.
El trabajo de don Fello se concentró en negociar los términos del tratado en la forma que el distinguido jurista consideraba menos oneroso para los intereses dominicanos, la posición de los negociadores eclesiásticos era diferente; su propósito consistía en obtener la mayor ventaja posible para la curia dominicana. En ese ambiente que en ocasiones se tornaba hostil, los días se convertían en semanas de agotadoras jornadas donde el negociador dominicano mantenía una postura digna y vertical frente a las permanentes exigencias de los representantes del Vaticano. Cirilo, haciendo su papel de auxiliar y confidente, se encargaba entre otras cosas de importancia de cifrar y descifrar los permanentes cables que se cursaban entre Trujillo y don Fello.
Dentro del proceso negociador, llegó un momento crucial, donde el representante dominicano creyó conveniente dar por terminadas las conversaciones, debido principalmente a las intransigencias de los negociadores eclesiásticos. Decidido esto de parte de don Fello, llamó a Cirilo para solicitarle que cifrara un cable para Trujillo más o menos en los siguientes términos; «Negociaciones estancadas, peticiones Iglesia imposibles de complacer. Preparo regreso a esa. Bonnelly».
El licenciado Bonnelly, queriendo quizás desaguar sus angustias, se reunió la noche antes de su supuesto regreso con los embajadores Calderón y Vega. Comentaron los resultados de las negociaciones y el texto del cable que él dirigiera a Trujillo. Calderón, conocedor de las costumbres del gobernante, aprovechó el momento de intimidad, para hacer el siguiente comentario. «Fello, a Trujillo lo que le interesa es firmar ese acuerdo con el Papa, y para eso es capaz de complacerlos en todo y mucho más».
En efecto, temprano al día siguiente, se recibió la repuesta del Generalísimo, el cable descifrado por Cirilo decía más o menos lo siguiente; «Déle lo que pidan, regrese con el documento aprobado». Trujillo. Don Fello, todavía con el texto del cable en la mano, y en presencia de Cirilo se limitó al siguiente comentario. «Es verdad que a Trujillo lo único que le interesa es firmar junto al Papa».
Pocos meses después, el Generalísimo Trujillo, acompañado de su esposa María Martínez y de sus hijos María de los Ángeles (Angelita) y Leonidas Radhamés, e investido con el rango de Embajador en Misión Especial, se presentó en la Ciudad Eterna en un viaje que estuvo revestido de secreto de Estado, ya que los propios miembros del cuerpo diplomático dominicano no conocían con certeza la fecha y hora de arribo del mandatario. Trujillo arribó por el puerto de Génova, en el barco español Cervantes, cedido por el caudillo Francisco Franco, trasladándose a Roma por tren. Sólo las autoridades diplomáticas dominicanas estaban presentes en la estación ferroviaria para recibirle. Se hospedó en el hotel Recidence Palace, donde se alquiló un piso para su alojamiento, a pesar de que el referido hotel estaba calificado de cuatro estrellas y se pensaba no correspondía a la estatura política del Generalísimo dominicano.
Trujillo presidía la numerosa comitiva que haría la visita oficial al Vaticano para asistir a la audiencia especial con su Santidad Pio XII, la cual estuvo integrada por las siguientes personas. El canciller de entonces, doctor Joaquín Balaguer; el mayor general Anselmo Paulino Álvarez; el embajador en la Santa Sede, Nicolás Vega; el señor Atilano Vicini, consejero; el eneral Arturo R. Espaillat, el coronel Pedro V. Trujillo y el teniente coronel Fernando A. Sánchez hijo. Con anterioridad se había efectuado la firma del Concordato entre ambos Estados, que otorgaba amplios privilegios a la Iglesia Católica dominicana y que parte de su contenido no era de la total conformidad del propio negociador enviado por Trujillo.