Una conversación espinosa

Una conversación espinosa

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
– Licenciado, el paladar de Amantina está cerrado. – ¡Qué raro! ¿Por qué estará cerrado? – Cuando dejó de llover encontraron un zapato en el borde de la acera. La lluvia había arrastrado el zapato a la cuneta desde un callejón. Cuando averiguaron el asunto encontraron un hombre muerto con la boca llena de hormigas. Fue a dos casas del paladar de Amantina. La policía está ahí y no dejan pasar a nadie. Con cara asustada el joven explicó al notario que «no era bueno» salir otra vez de la oficina mientras no terminara el interrogatorio de los vecinos. – Está bien, puede quedarse en el patio, contestó Menocal.

– ¿Qué pasa, primo, hay algún problema? – Parece que han encontrado un muerto cerca de aquí y las autoridades están levantando el cadáver. – Licenciado, en mi país se usa también esa fórmula judicial: «levantar el cadáver». Pero el lenguaje forense, tan formal, no impide las burlas. En Budapest los estudiantes solían decir: las autoridades levantaron el cadáver «después de haberlo acostado». – Tal vez este caso que tenemos hoy sea el resultado de una riña o, sencillamente, un crimen pasional. No sabemos nada aun. – Lo mejor es volver a la lectura del legajo en lo que se aclara el homicidio.

– ¿Doctor, usted puede identificar a los personajes mencionados en la Memoria de la señora de Bertrand? – Claro que no; como voy a saber quién es “el bigotudo” o «el hombre de la gorra». Desde luego, estoy seguro de que el tal León Nicolaievich es León Tolstoi, el escritor ruso fundador de las famosas escuelas. Ese Zinoviev fue un revolucionario bien conocido; acompañó siempre a Lenin, después siguió a Trotsky; Stalin lo fusiló en 1936. Eso no había ocurrido todavía cuando Marguerite viajó a San Petersburgo; ni cuando escribió la Memoria en compañía del licenciado Ruiz Medallón. No puedo saber más de ahí; pienso que si continuamos leyendo los documentos podríamos averiguar algunos pormenores, cerró Ladislao. – La verdad es que esos monjes que usted conoció en Checoeslovaquia no contribuían a la producción. Había que hacerlos doblar el lomo, continúo el notario. – Otros grupos que no contribuían a la producción económica fueron tratados mucho mejor: poetas, escritores, periodistas, investigadores, ajedrecistas, nadadores, no recibieron el trato que se les dio a los sacerdotes católicos. Los académicos, casi todos, fueron protegidos por el gobierno checo; y los astrólogos también, agregó Dihigo levantándose del sofá.

Ladislao empujó su taza de café sobre el escritorio de Menocal y arrastró hacia si el cuaderno del legajo. – Señores, en cada país hubo un procedimiento distinto contra los representantes de la religión organizada. En Albania, como ustedes saben, se prohibió bautizar a los niños con nombres cristianos. En Albania se actuó contra la Biblia y el Corán al mismo tiempo. Enver Hoxha confiscó los bienes de la Iglesia; trasformó los templos en establos o en salas de cine, según el lugar donde estuvieran situados. Señalar los excesos cometidos por un régimen, o por un gobernante en particular, no significa que debamos volver a la monarquía. Solo indica que no es provechoso renunciar al ejercicio de la razón por seguir un dogma con fachada de ciencia. La discriminación racial y las injusticias todas: sociales, económicas, administrativas, que provocan revueltas, siguen siendo perversiones y merecen ser abolidas. El hecho de ser críticos no nos obliga a dejar de ser revolucionarios.

Los cuatro hombres lucían intranquilos. La lectura del legajo los había sumergido en el mundo ruso, aunque no fuese el actual. Afuera estaba tendido un cadáver y la policía investigaba en los alrededores. La conversación había tomado un derrotero dificultoso; para los cubanos y para el húngaro. Y todo por culpa de un escrito viejísimo de una extranjera fallecida hace mucho tiempo. Para colmo, habían escuchado dos veces aquello de «la boca llena de hormigas» en menos de una hora.

Tras un silencio de varios minutos, Ladislao rompió el hielo. – Ustedes han tenido mucha suerte al poder esquivar los intereses de tres países con tradición imperialista: España, Estados Unidos, la Unión Soviética. Esa fortuna no la ha tenido Polonia, atrapada entre Austria, Rusia y Alemania. No es lo mismo aquello que «se dice» que aquello que «se hace». La ideología es, con mucha frecuencia, el envoltorio de un regalo ponzoñoso. Han pasado más de treinta años desde la caída de la dictadura de Batista. Los cubanos han vivido toda clase de experiencias políticas. Dihigo me contó en Bayamo la vieja historia del poeta mulato Clemente Zenea, quien murió fusilado por los españoles. Este héroe bayamés escribió los sentimentales «Cantos de la tarde». No basta con «formular dolorosas quejas», ni tampoco con «sufrir callados la opresión». Por lo que indirectamente expresa Lidia he podido entrever que muchos cubanos que saben bailar la rumba con destreza, son «quietistas» en todo lo demás. Siempre esperan, antes de actuar, «lo que disponga el comandante»; o lo que diga el babalao. En el pasado vivían pendientes de lo que se decidiera en Madrid o «se arreglara» en Washington. Ahora las cosas parecen depender de Moscú. En Hungría, en Checoslovaquia, en Yugoeslavia, la gente ha sufrido estos percances y sacado las conclusiones de lugar.

– Algunos cubanos me hacen preguntas esperando de mi revelaciones especiales, quizás por ser yo un extranjero. Pero no soy español; no soy norteamericano, ni ruso; no tengo funciones diplomáticas. Soy un simple ciudadano que investiga, por amor a la verdad, ciertos problemas de historia social. Me han tratado tan bien en Cuba y estoy tan agradecido de ello, que siento vergüenza al decir cualquier cosa que parezca una crítica, un reparo a mis anfitriones. ¡Somos amigos! Sí; siento que somos compañeros de trabajo, que navegamos en el mismo barco. La red de la historia contemporánea abarca a húngaros, cubanos, checos, rusos, españoles, alemanes; todos nos revolvemos como peces cogidos en un gran chinchorro universal. Santiago de Cuba, 1993.

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