Una copa y una melodía por Obama

Una copa y una melodía por Obama

El tema obligado de estos momentos es la toma de posesión, mañana martes, del doctor Barack Hussein Obama como Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. Una fecha que divide en dos la historia de esa gran nación.

La importancia histórica de este hecho no está centrada en la crisis financiera y militar que vive los Estados Unidos; tampoco en la disminución de la popularidad mundial de Norteamérica, ni en el final de este ciclo de la hegemonía republicana de los últimos 12 años. Tampoco en que por primera vez en muchos años los jóvenes ciudadanos estadounidenses son los principales responsables de la ascensión al poder de un hombre joven como ellos, inteligente y brillante en sus estudios, que anda con una laptop a cuestas, que se comunica por e-mail a través de un blackberry, que adora los ejercicios físicos y que gusta de la llamada “comida chatarra”. La gran importancia del hecho de mañana, del acontecimiento que dejará dividida en dos la historia de los Estados Unidos reside en que por primera vez la democracia más poderosa del mundo será dirigida por un afroamericano que, además, fue elegido de manera abrumadora en una consulta electoral.

Es verdad que Barack Hussein Obama es un negro excepcional, pero lo esencial de este acontecimiento es su condición de un afroamericano que, según lo que él mismo ha dicho, sus fuentes de inspiración están localizadas en las luchas por los derechos civiles encarnadas en ese hombre extraordinario que fue Martin Luther King.  

La revolución democrática que EE. UU. exportaba tenía la vulnerabilidad de  una discriminación real, aunque silente y enmascarada.

 Los primeros negros esclavos llegaron a Jamestown en 1619, apenas 12 años después del asentamiento  de la primera colonia británica en lo que hoy es Estados Unidos de Norteamérica.  Ya en 1760, los negros sumaban 325 mil. En 1787 se dispuso la primera medida que prohibía  la esclavitud, el Northwest Ordinance, pero como muchas otras medidas similares y con la misma intención, no había interés económico ni voluntad política para aplicarla. Incluso, en 1836 el Congreso aprobó una mordaza para prohibir las peticiones abolicionistas; en 1875, fue aprobado el Civil Rights Act que permitía a los negros formar parte de un jurado y se garantizaba su acceso a lugares públicos, pero en 1883 el Tribunal Supremo de los Estados Unidos lo declaró inconstitucional.

Pero los negros no desmayaron. Desde el primero de diciembre de 1955, cuando la recordada Rosa Parks rehusó cederle su asiento en el autobús a un blanco, la lucha por los derechos civiles fue persistente y exitosa. Desde entonces el hecho racial ocupó los primeros planos de la opinión pública y enfrentó en varias ocasiones al Congreso y a la Suprema Corte. Las calles se llenaron de negros y de blancos que reclamaban los derechos de los primeros. Martin Luther King, Andrew Young, Albernarthy, Jesse Jackson, Coreta  King, actores y políticos, medios de comunicación y  la National Association for the Advancement of Coloured People, no desmayaron. La marea crecía y el anhelo de  justicia se anidaba en muchos corazones.

Y llegó el gran día. El dos de julio de 1964, el presidente Lyndon Johnson firmó el Civil Right Act. Así se coronó en victoria, tras el grito de “Tengo un sueño” y las notas emotivas de Mahalia Jackson, una vieja lucha que nació casi en los mismos días que la nación norteamericana. Porque las ideas son como los ríos subterráneos, que corren de manera imperceptible, pero nunca se detienen.

Pienso que inmediatamente detrás del triunfo de Obama y de su causa, están hombres y mujeres como Andrew Young, Jesse Jackson, Colin Powell, Condoleezza Rice, Toni Morrison y Oprah Winfrey, y los Presidentes que dieron a los primeros las oportunidades de servir y mostrar sus condiciones personales e intelectuales desde grandes posiciones públicas: Jimmy Carter, George Bush, Bill Clinton y Jorge W. Bush.

Ahora, brindemos una copa de vino por Obama y su pueblo con una melodía salida de la trompeta de Dizzy  Gillespie, del saxo de Charlie Parker y de la  voz portentosa de Ella Fitzgerald. 

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