Parecería que retornan a su anterior capacidad de generar pánico en las mentes de muchos ciudadanos los contagios en ascensos que ahora afectan a través de variantes del SARS-CoV-2 de menor letalidad y con la suposición en las autoridades de que un efecto inmunizador sentó reales en la colectividad a través de las anteriores y extendidas campañas de vacunación. Aun cuando las estadísticas oficiales indican que el padecimiento es ahora de menor duración (48 horas) lo mismo que las hospitalizaciones, se trata de una infección respiratoria que en sus viajes por los organismos humanos puede hallar condiciones pre existentes que conduzcan a una presencia agravante y simultánea de dos o más enfermedades; o que, como ocurre con niños, arribe a sistemas inmunológicos insuficientemente desarrollados.
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Persiste, a la luz de estas comprobaciones, cierto grado de vulnerabilidad por haber quedado fuera de la inoculación protectora un porcentaje importante de la población, superior a una cuarta parte de la demografía, y porque la prevención más eficiente es la que con periodicidad incluye reforzamientos en función de los nuevos perfiles del virus muy dado a mutar.
El pánico no procedería pero bajar la guardia absolutamente, tampoco. Y si el país queda expuesto desde ya a la recurrencia de transmisiones, igual deben ser sistemáticas y repetidas las vacunaciones. Atraer a la comunidad hacia nuevas dosis debe lograrse. Otros virus, gripales y parecidos, lo requieren anualmente por regla.