Una crítica demagógica

Una crítica demagógica

PEDRO GIL ITURBIDES
Quiero hacer una crítica demagógica. Bueno, tal vez una sola no baste, sino que será conveniente hacer dos o tres adicionales. Porque, después de todo, en ciertas ocasiones una comunidad necesita que alguien haga críticas demagógicas. Por ello, y con el permiso del Presidente de la República, doctor Leonel Fernández, me permito adentrarme en los furtivos caminos de la crítica demagógica.

Comencémosla en el cruce de la vieja carretera La Vega a Moca. Pienso que por las quejas de sus feligreses respecto de ésta, habló Monseñor Antonio Camilo Gonzáles, Obispo de la Diócesis de La Vega. Pues bien, esa vía fue abierta en su lateral sur/noreste para enterrar tubos de acueducto bajo la administración anterior. Como es habitual cuando estos cortes se producen y tarda la rehabilitación, la calzada asfáltica se agrieta, y, con el tiempo, se destruye. Esto le ocurrió al tramo que llega del cruce hasta cerca del cruce al Santo Cerro.

Ocurre que esta es zona de producción avícola y porcina. Hagamos volar la imaginación para saber el nivel y el color de las quejas de cuanto pequeño empresario contempla la rotura de un diferencial o del sistema de suspensión de un camión. Por aquí se explica el reparo de Monseñor.

Sigamos adelante, y tropezaremos, kilómetros adelante, con un espectáculo más deprimente. Este habla por sí sólo de la calidad del gasto público. Acerquémonos al río Verde para que entendamos esta crítica demagógica. De la vieja ruta que fue carretera única al Cibao en tiempos pretéritos, puede afirmarse que es sinuosa. Poco antes de llegar a Los Algarrobos nos sorprende una curva que desciende en ángulo de 80º. Hace más de setenta años se construyó en el lugar en que la curva desemboca sobre el río, un puente metálico. Resistente y firme, parecía inconmovible.

Pero aguaceros copiosos hicieron que el río Verde creciese hasta cargar con los aproches del lado norte. Y hete aquí que en ese lado, el puente se vino abajo. La ayudantía de Obras Públicas y los vecinos improvisaron un aproche muy especial. Consiste en un relleno de tierra ¡que cubre la parte hundida del puente! Pero esta zona es productora de plátanos y otros frutos, que necesitan una vía segura y confiable. No negaré que con este aproche tan singular los vehículos circulan sin tropiezos, aunque los conductores deben tener cuidado. Debido a ello, nadie que cruce por esos lados deja de recordar al Superior Gobierno y otras yerbas aromáticas.

Si bien no ganamos para sustos, la dichosa carretera es fuente de lamentos, apenas se corren otros seis o siete kilómetros. Ya en el poblado mismo de Los Algarrobos, justo en el lugar en que una carretera perpendicular cruza rumbo a Cayetano Germosén, se observa una destrucción más llamativa. El pavimento ha desaparecido y en su lugar se contempla una terraza compactada tras los daños de una crecida del río Licey. ¡Qué río más carpetoso éste!

Todo esto se salpica con escoriaciones variadas, diversas y dispersas a lo largo de los 29 kilómetros, hasta Moca. Se precisa ser un culebro para no descalabrar el tren delantero de un vehículo. Y esto, por nueva vez, obliga a recordar al Superior Gobierno y todos sus esfuerzos por imbricarnos en la modernidad y el progreso.

Yo que conocí muchacho a Monseñor Camilo, apuesto a su moderación y parquedad al juzgar al prójimo, y pienso que habló por la desazón de sus feligreses. Porque veinte años no es nada conforme el mejor decir gardeliano. Sin embargo, un año por carretera mala es mucho para productores agropecuarios que esperan que los gobiernos presten atención prioritaria a vías de comunicación como ésta. Y que sufren cuando el desempeño público luce retraído al enfrentar la solución de problemas que despiertan críticas demagógicas

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