Una cruzada nacional por la vida

Una cruzada nacional por la vida

La violencia se ha apoderado de la sociedad dominicana, con preocupantes y lamentables resultados trágicos.

A diario las noticias de desenlaces fatales sobrecogen a la población, y envían un mensaje negativo y perjudicial a los miles de compatriotas que han hecho de tierras extranjeras su segunda patria, como también en aquellos que buscan un remanso de paz para disfrutar sus vacaciones.

No hay dudas de que gran parte de la población ha entrado en situación de pánico, por la conducta encrispada de quienes apelan a las armas, y no al diálogo, para dirimir diferencias personales o de negocios.

Hace unos pocos días me referí, en estas mismas páginas, a la soberbia que muestran algunos ciudadanos que se creen estar por encima de los demás, al ostentar una vida de abundancias o disfrutar de niveles altos en el entramado social.

No más salir a las calles para encontrarse usted con gente que pretende atropellar a los demás usuarios, y pretender ejercer un dominio de las vías como si fuesen de su propiedad.

Observo una desmedida prisa de ciertos conductores por alcanzar su destino, ejerciendo presión sobre los demás usuarios de las vías.

Es necesario que las organizaciones religiosas, profesionales, políticas, gremiales y empresariales tomen la iniciativa de convocar a una gran cruzada moral, para lograr una reflexión general sobre el respeto a la vida.

Nadie tiene el derecho de privar de la vida a otro ser humano, ni siquiera en circunstancias que les sean favorables en un diferendo.

Estamos a tiempo de producir un gran cambio en la conducta del dominicano, y evitar que esta sociedad sufra un mayor deterioro, que nos conduzca a un despeñadero.

Los trágicos casos ocurridos durante la semana deben ser suficientes para cambiar el rumbo de las cosas.
Todos tenemos que producir un cambio en la conducta social. Postergar una transformación puede resultar peor, y hasta provocar contagio en un estado de cosas que ya intranquiliza hasta a las altas esferas políticas.

Las iglesias, no importa su fe, deben unir voluntades para incitar a una reflexión de toda la población.

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