Una década sin Ruggiero Romano

<P>Una década sin Ruggiero Romano</P>

La historia es una de las materias, no hay muchas así, que es en realidad un mecanismo. En la historia hay ruedas. Si usted pone en movimiento una rueda, por más chica que sea, contribuye a todo un movimiento. Lo que me interesa es el movimiento general. Esto me gusta de la misma manera que me hubiese gustado hacer lingüística. El trabajo de historia significa pasar miles de horas en archivos, tengo kilómetros de microfilms de Buenos Aires todavía no explotados.

No se puede hacer historia sin trabajar en los archivos, por eso creo que la historia del tiempo presente no se podrá hacer nunca… porque existen cretinos en todos los países que han aprendido a destruir archivos… La diferencia entre hoy y hace 50 años es que hoy se destruye… Existe una voluntad política e individual en esta segunda mitad del siglo XX, de cuidar la imagen que se deja a la posteridad… Antes el rey podía dejar con tranquilidad sus papeles porque se los dejaba al hijo… Es cierto que los soviéticos se transformaron en especialistas de crear, modificar, inventar, agregar, sacar, rehabilitar… pero esa práctica se ha generalizado en todo el mundo…  Revista TODO ES HISTORIA , N° 251, mayo de 1988, Ruggiero Romano, entrevista publicada 1988

Ruggiero Romano impactó mi vida.  Mi vida intelectual se divide en dos.  Un antes y un después de que el polémico historiador italo-francés, americanista por convicción y adopción, llegara a mi vida. Lo conocí a los 25 años, cuando en 1981 me dirigí, pueblerina y prepotente, como todo joven que se ha leído 10 libros en su vida, a París, Francia, a realizar estudios de doctorado.  Ruggiero Romano me recibió con estudiada cortesía.  Aceptó guiarme en mi periplo de ser historiadora.  Conocía a  la República Dominicana y era amigo de Rubén Silié.  Al momento era asesor de Nelson Carreño, un dominicano que había llegado por accidente a Francia, después de haber llegado exiliado, huyendo a las fuerzas represivas de Balaguer. 

Estuve cinco años sufriendo y aprendiendo con Ruggiero Romano.  Sus clases de los lunes eran una verdadera muestra de erudición y conocimientos.  Polémico como siempre, buscaba la forma de atacar a los historiadores que él denominaba como seudos marxistas, que partían de premisas y llegaban a conclusiones preconcebidas. Su favorito era, sin lugar a dudas, André Gunder Frank.  La hipercriticidad de Romano me obligó a enviar a la basura mi sistema de pensamientos, influenciados por las teorías de moda. Me hizo leer mucho, pero sobre todo a ser crítica con las  lecturas.  Me enseñó a trabajar las fuentes y a ser cuestionadora de sus contenidos.  Al salir de Francia, recibí varias correspondencias suyas. La última fue para agradecerme el envío de mis tres primeras obras. Guardo esa carta como un verdadero tesoro. Cuando regresé al país, solo lo pude volver a  ver en dos oportunidades. La última fue en México en 1998.  Allí nos dimos cita una gran parte de discípulos de toda América. Estaba feliz de encontrarnos. Seguía siendo el hombre enérgico y crítico de siempre, pero su paso era más lento y su mirada más lejana.

Ruggiero Romano murió en el 2002 en su casa de la avenida Raspail, en París. El viejo apartamento parisino, el mismo donde estuvieron los cientos de latinoamericanos que acudían a su casa a recibir sus reprimendas, consejos y críticas. Había nacido en Fermo, una pequeña ciudad de Italia,  en 1923.  Después de haber estudiado filosofía y otras especialidades en historia y ciencias sociales, decidió irse a París en 1947. Su encuentro con el gran Fernando Braudel constituyó un hito en su vida intelectual.  Junto al gran historiador francés, padre de la nueva historiografía, formó parte del grupo de intelectuales que creó la École Pratique des Hautes Études. En 1955,  obtuvo la cátedra en Historia Económica. En un principio se dedicó, como la mayoría de los historiadores europeos, a estudiar la historia de Europa. Estudió los precios y la moneda en la Edad Media. Después decidió ser autónomo de las corrientes intelectuales de moda, y se dispuso a estudiar, y sobre todo a descubrir, la historia de la América hispánica, no latina, porque Romano decía que era una definición aberrante. A partir de esta decisión, Romano inicia una travesía intelectual que lo lleva a replantearse muchos de sus postulados y anteriores  preocupaciones: diferencias entre crecimiento y desarrollo económico, las relaciones entre continuidad y discontinuidad en la historia, los matices cualitativos y no solo cuantitativos.  Un elemento importante  en el pensamiento de Romano fue su concepto de “crisis” en la perspectiva de la larga duración.  Los historiadores coinciden en que existieron dos Ruggieros. El primero fue el historiador joven europeísta que seguía las tendencias y corrientes de la moda. El segundo, el americanista, era un verdadero crítico de esas ideas y comenzó a hacer nuevos y novedosos planteamientos de la historia de América.

Su producción intelectual fue rica, inmensa y prolífera, aunque no dejó una gran obra, como hizo Braduel con “El Mediterráneo”, o Pierre Vilar con “La Cataluña”. Se han contabilizado 69 títulos,  21 de los cuales fueron libros, y 12 grandes proyectos editoriales. Los más importantes fueron: la “Storia d’Italia” (1972–76) en 10 tomos (en colaboración con C. Vivanti), la “Enciclopedia” (1977–1985) en 16 tomos  y “Para una historia de América Latina” (1999) en 3 tomos (en colaboración con M. Carmagnani y A. Hernández Chávez).

Finalizo este homenaje a un hombre que cambió el rumbo de la investigación histórica en América, con las palabras finales del trabajo que presenté en el homenaje que le hicimos sus agradecidos discípulos: “La duda como método, la formulación constante de preguntas de difícil respuesta, la lectura crítica de lo que se escribe, el respeto al trabajo intelectual serio y ese inconfundible sentimiento de insatisfacción, constituyen la piedra angular de las enseñanzas de Romano. Gracias a esa sensación de incertidumbre, sigo amando la investigación histórica, permanezco inconforme con lo que hago y soy feliz de no encontrar explicaciones, sino nuevas preguntas. Gracias de nuevo Romano”. (MAS, Ruggiero Romano. El principio de la duda)

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