¿Una dictadura aquí?

¿Una dictadura aquí?

Vivimos en un mundo globalizado. Ya transcurre el Siglo XXI. Las fronteras, al son del libre comercio, no son más que una ficción administrativa. La autopista mundial del Internet, el satélite, el fax, los mensajes electrónicos y ese correo digital que todo lo conecta, están a la orden del día.

Por su parte, los Estados Unidos de América, la única superpotencia en el planeta, ha firmado, afirmado y reafirmado su apuesta por regímenes democráticos, combate a toda forma de dictadura y, en su mayor área de influencia, América Latina, bajo auspicios de la OEA, resulta ya impensable el establecimiento de dictadura alguna.

Nuestros pueblos, hastiados de pobreza, cansados de miseria, presionados por la inflación, el bajo nivel de vida, la crisis en los sistemas educativos y de salud, agobiados por el desempleo, protestan recurrente y alzan su voz para advertir que sólo las libertades públicas lo mantienen cohesionados.

La República Dominicana, que ha sufrido dictaduras de la virulencia, de la magnitud de las que encabezaran Trujillo y, en su momento, Lilís, ha alcanzado un grado tal de madurez, una conciencia política, una adultez democrática lo suficientemente robustas como para no permitir, ni aceptar, ni tolerar otra satrapía en nuestro suelo.

La Unión Europea, con su creciente poder y sus inversiones, advierte con suma claridad, que sin respecto a las reglas democráticas, toda su ayuda y su cooperación, serían seriamente restringidas y su embajador ha mostrado preocupación ante signos inquietantes en las instancias electorales.

No se trata de que se desee permanecer de por vida en el poder. No es cuestión de si se quiere o no entregar el poder político, como lo manda la Carta Magna, tampoco es asunto de amenazas, quimeras o aventuras. De lo que sí se trata es de que aquí se tienen que celebrar comicios libres, limpios, transparentes y diáfanos donde quien ganó, ganó y el que perdió, perdió.

Si por querer disfrutar por siempre de las mieles del poder fuera, si el ser humano, con excepciones, no se dejara endiosar por el entorno y si el todopoderoso artículo 55 de la Constitución no convirtiera al gobernante de turno en un emperador, con mucho mando aunque sin corona, de la silla presidencial, nadie se apeara.

De lo que se trata es de si existen las condiciones históricas, objetivas y subjetivas para instaurar una nueva dictadura en el país. Si los países del concierto latinoamericano, los EEUU, Europa y el propio pueblo lo tolerarían. De lo que se trata es de que hay que aprender que el mandato presidencial es de cuatro años y que, la actual Constitución permite una repostulación, donde el voto secreto, y libre, decide la reelección.

Finalmente, cabría preguntarse si un hombre cristiano y de tradición democrática, como el actual Jefe del Estado, caería en el craso, pueril e histórico error de soñar con convertirse en dictador, sabiendo todos, como sabemos que quien prende fuego a la pradera, muchas veces termina calcinado en el mismo y que los pueblos son más inteligentes que lo que a menudo algunos creen.

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