Una dosis de espiritualidad
para una sociedad en crisis

Una dosis de espiritualidad <BR>para una sociedad en crisis

POR TOMÁS GÓMEZ BUENO
Ahora que la sociedad dominicana ha revelado de forma descarnada los agudos males que la golpean, desde diferentes litorales, han comenzado a darse fórmulas y sugerencias tendentes a disminuir el impacto de estos trastornos sobre nuestra desconcertada población.

Casi todos los sectores señalan de forma enérgica y con mucho convencimiento que la crisis que nos envuelve es una crisis de valores. De hecho, este diagnóstico es correcto. Vivimos una crisis de valores que está sacudiendo hasta las conciencias mas liberales.

Se habla de una crisis de la cultura, del sistema, de todos los componentes de la sociedad. La crisis es tal que los referentes normativos y de autoridad para pensar en la recomposición, no  parecen apuntar de forma clara hacia una solución esperanzadora.  Todo parece ser desesperanza y desolación. Esto es lo peor de la crisis.

Precisamente, Jesús de quien mucho nos jactamos de ser sus seguidores, fue crítico insistente de la religión. Durante su vida confrontó estos patrones religiosos, estas normas y estos estilos a los que nos aferramos porque ellos nos dan seguridad y nos permiten los mecanismos de dominación menos riesgosos para sostener nuestro estatus.

La religión institucionalizada, la religión como confesión y dogma, como  una construcción del sistema, también está en crisis. Esta crisis de la religión como parte del sistema no es nueva. Aquí me estoy refiriendo a la religión que tiene templos, que tiene prosélitos, que impone normas y organiza a la gente en torno a sus actividades. En términos sociológicos estoy hablando de todas las religiones.

Las religiones desde sus estructuras no pueden resolver los problemas, aunque algún sector religioso  dice que si ponemos capellanes en la policía, que se lee la Biblia en las escuelas, que si los ministros del gobierno se hacen religiosos, que si el gobierno invierte dinero en las iglesias, las cosas van a cambiar. Simplemente yo creo que no. Que las cosas van a seguir igual. De  lo que se trata no es de cambio de forma, sino de fondo.

La religión hace muy poco cuando se limita a ser una mediación para acomodar el sistema; por sobre todo, cuando hemos hecho una construcción religiosa donde Jesús y sus valores no ocupan un lugar preponderante. Lo grave del caso es que nuestra religiosidad lejos de revelar a Jesús y sus valores lo que hace es, en muchos casos, que lo oculta.

Los problemas nuestros no se resuelven con formulas simplistas ni con la promoción de estándares religiosos institucionalizados. Los cambios se van a producir cuando seamos capaces de crear una cultura con sentido critico para integrarse a los valores que promueven la vida plena para el ser humano y que al mismo tiempo sea capaz de poner en riesgo nuestra construcción social de religión, nuestros paradigmas, nuestras tradiciones, nuestra reputación sacralizada.

En cierto momento de la historia del pueblo de Israel, el Señor  manifestó su descontento con la religión, contra esa parte oficiosa que se convierte en alfombra de una cultura decadente y sin vida. En esta situación el Señor dijo:  “Harto estoy de holocaustos de carneros, y de sebo de animales gruesos: no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos. ¿Quién demandó esto de vuestras manos, cuando vinieseis a presentaros delante de mí, para hollar mis atrios? No me traigan más vanos presentes: el perfume me es abominación: luna nueva y sábado, el convocar asambleas…Cuando extendiereis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos: asimismo cuando multiplicareis la oración, yo no oiré: llenas están de sangre vuestras manos. Lavad, limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de ante mis ojos; dejad de hacer lo malo” (Isaías 1:10-16).

Este pasaje es un claro indicativo que ante la complejidad de los problemas, lo más recomendable es un acercamiento a Dios desde la práctica cotidiana, sin tanta religiosidad y aparataje ritual. Estamos llamado a crear una nueva espiritualidad que se haga presente en la vida, que enfatice la plenitud de vida a la que estamos llamados. Esta plenitud inicia con un cambio de relaciones: Mi relación con Dios y mi relación con mi prójimo y mi hábitat.

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