Una enfermedad llamada sectarismo

Una enfermedad llamada sectarismo

En los ámbitos de la política y de la religión, el sectarismo es una suerte de autismo/infantilismo de determinados grupos que les impide el relacionamiento positivo  con otros grupos que se supone persiguen el mismo fin. El sectarismo se construye a través de un “nosotros los buenos, los puros, los mejores” que se opone a un “ellos”, los “impuros”.

Es una enajenación que en determinados momentos históricos o coyunturas políticas, ha llevado a colectividades o individuos a cometer los más costosos errores en la lectura de esas circunstancias y a veces a incurrir en  las más ominosas acciones. El sectarismo constituye una de las no pocas actitudes atávicas del ser humano.

Es cierto que en la historia se registran momentos en que la intensidad de las luchas sociales o políticas son tan profundas y casi tangibles que dan poco o ningún espacio a la razón. Por ejemplo momentos de guerras, invasiones a determinados territorios o de tragedias, naturales o humanas, donde la reflexión parece no tener cabida alguna. Eso lo entiendo.

Pero es difícil entender por qué se tiende a no hacer ninguna reflexión sobre esas experiencias y seguimos actuando guiados por esa atávica enfermedad. No creo que se haya calibrado en su justa dimensión, la trágica experiencia alemana de los años 30, cuando ante el avance de las huestes de los criminales nazis las dos únicas fuerzas políticas y sociales capaces de detenerla: los socialistas y los comunistas,  no se aliaron para hacerlo, debido al sectarismo de estos últimos.

Recientemente, en Italia, un movimiento de indignados dirigido por un comediante metido a la política logró un espectacular resultado electoral, más de un 25%, suficiente para a través una alianza con la izquierda sacar definitivamente al nefasto Berlusconi de la arena política. Pero, para conservar su “pureza”, el líder de ese movimiento prefirió no aliarse con “los políticos”. De modo Berlusconi y sus aliados, los fascistas de la Liga del Norte, se convirtieron en imprescindibles para sacar el país de la parálisis y hoy forman parte del nuevo gobierno de esa nación.

En el nuestro, son incontables los actos de infantilismo sectario de parte diversas franjas políticas y de varios dirigentes nacionales, tanto en momentos de grandes crisis, de guerra como en coyunturas normales. Persiste la tendencia hacia el despliegue de acciones de colectividades y de singulares personas con pocas o ninguna vinculación entre ellas. La fragmentación no se detiene, mientras los poderes del Estado se concentran en un solo partido y el comercio en un puñado de familias.

Esa circunstancia obliga a una seria reflexión para hacer conciencia sobre las nefastas consecuencias que para el país tiene el sectarismo enfermizo de determinados grupos y personalidades. La mejor forma de enfrentar las actitudes de éstos es elaborando una agenda unitaria de acciones tendentes a democratizar las formas de participación y de representación política, para romper un excluyente sistema electoral, enfrentar la forma arbitraria y hasta ilegal en que se quiere dirigir la Junta Central Electoral y prepararnos para las próximas jornadas electorales que serán determinantes para la presente y futuras generaciones.

Enfrentar dispersos ese proceso sería condenarnos al eterno lamento.

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