Una entrevista a María Aybar
La mayoría de los críticos venden sus plumas

Una entrevista a María Aybar<BR><STRONG>La mayoría de los críticos venden sus plumas</STRONG>

POR LEÓN DAVID
Después del éxito obtenido recientemente por la prolífica pintora dominicana María Aybar, en el Museo d la Casa Rosada de Buenos Aires, Argentina, con la muestra pictórica OBRA RECIENTE, la artista inaugura sus más recientes trabajos intitulados UNA NUEVA VISIÓN este sábado 15 de julio en la Galería Forma, exclusiva boutique de arte contemporáneo ubicada en el Soho Porteño o Palermo Holiwood, barrio bonaerense que deslumbra por su vanguardia y exclusividad.

La inauguración de esta última exposición de Aybar forma parte de los eventos culturales gestionados por la Embajada Dominicana en Buenos Aires, y es auspiciada por el Cónsul Honorario Dr. Eduardo Basagaña y la industria Agropecuaria Lahore S. A.

De las obras que expone la dominicana la rigurosa crítica especializada de aquel país ha dicho lo siguiente: «Pintura rica en ingenuidad, y también notable en sabiduría, la de esta artista dominicana, lejana sólo en lo geográfico, es de una pureza genuina que impresiona por igual a los sentidos y a los sentimientos. Una feliz vertiente artística que, lejos de agotarse, se renueva y esplende cada vez más, en esta sosegada fiesta del diseño y el color que son todos y cada uno de sus tan seductores cuadros». César Magrini, escritor y crítico de arte. «Una pintura fresca, cálida. Una línea clara de la figura y una deconstrucción interesante del espacio sobre el que posan las figuras. Muy sugerente. Juano Villafañe, poeta y director artístico del prestigioso Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.

L. D.    ¿Cuándo empezaste a pintar? ¿Cómo se fue definiendo tu vocación de artista plástica?
M. A.
   En realidad desde que tengo uso de razón he jugado con colores y formas. Desde niña pintaba mis muñecas en papel y les hacía trajes. Cuando me divertía con mis hermanas amasando lodo, allá por los años 40,- vivíamos en una pequeña casa de madera en el ingenio Colón-, yo siempre terminaba haciendo figuras de barro. Cuando comía un mango, tomaba la semilla y la convertía en un rostro risueño pintándole ojos, boca y nariz, o sea, que la transformaba también en muñeco.

L. D.    Háblame de tu niñez, de la formación que recibiste en esos años de infancia y adolescencia, de tu familia?
M. A.
   Mi primera infancia en el ingenio Colón, en el Guano, fue linda. Mi hermana mayor, Ada, nos leía los cuentos de Las mil y una noches, cosa que alimentaba mi imaginación. Yo deseaba trasvasar a formas visuales todo lo que allí se contaba. Tomaba mis lápices de colores y trataba de dibujar ese mundo mágico.

En mi casa no había cuadros originales, pero sí láminas de santos y bodegones; todo eso excitaba mi fantasía; aspiraba a copiar esas imágenes.

Luego, a la edad de seis años, me internaron junto a mis hermanas en el colegio Cristo Rey de San Pedro de Macorís. Allí, en contacto con las imágenes pintadas de los santos y las esculturas que había en la capilla, anhelaba poder dedicarme a realizar objetos como los que tenía diariamente ante mis ojos, que tan bellos me parecían. Todos mis cuadernos estaban llenos de figuritas y dibujos, por lo que recibí más de un castigo de las monjas, que decían que estaba maltratando mis libretas.

Salí del colegio y fuimos a residir a la capital, en la calle Arzobispo Portes. Allí pude apreciar los cuadros del Convento a donde íbamos frecuentemente a misa y a escuchar tocar el órgano. La música clásica también era importante en nuestra casa. Recuerdo que muy pequeña me sentaba con mi padre a escuchar la ópera que trasmitían por la radio todos los domingos… Tendría yo para ese entonces no más de tres años de edad, y esa escena no se ha borrado aún de mi memoria.

L. D.    ¿Hubo alguna persona o algún suceso en tu edad temprana que contribuyera a que te consagraras al arte de la pintura?
M. A.
   Contaba yo doce años cuando fuimos a residir al central Río Haina donde mi padre había sido nombrado contralor del ingenio… El día de mi cumpleaños pedí de regalo una caja de colores y pinceles al óleo. La señora Aleida de los Santos, quien residía allí con su esposo, me guió en mis primeros trabajos al óleo. Eran tantas mis ganas de pintar que cuando terminé el bachillerato me inscribí en la carrera de arquitectura e ingeniería porque allí podría pintar. Conocí entonces a Colson y a Giudicelli, quienes me introdujeron de manera ya más formal y seria en los secretos del dibujo y el color.

No concluí la carrera, pues me casé a la temprana edad de dieciocho años y fui a residir a Bogotá, capital de Colombia, país del que era oriundo mi marido.

L. D.    Para tu desarrollo como artista, ¿qué significado tuvo esa mudanza a Bogotá?
M. A.
   En Bogotá tenía una amiga, Martha Bucelli, que, a su vez, era amiga de David Manzur, quien había regresado de los Estados Unidos y abierto un pequeño taller de enseñanza de dibujo y pintura. Corría el año 1965 cuando entré en dicho taller. Éramos cinco alumnas. Creo que no he conocido un profesor tan maravilloso como él en ninguna parte: maestro inigualable, generoso, gran artista y poseedor de una cultura que muchos eruditos envidiarían. Al poco tiempo me quedé sin los ingresos para pagar las clases, pero él me dijo que no importaba, así que fui becada y duré cinco años a su lado.

L. D.    A tu entender, ¿cuál es la importancia de David Manzur en el ámbito plástico latinoamericano?
M. A.
   No sabría decir si su pintura es tan apreciada en estos tiempos, ya que hoy día ese arte anda de capa caída y a cualquier embarre se le llama pintura. Lo que sí te puedo asegurar es que no creo que haya un pintor como él en ninguna parte del mundo; es un verdadero renacentista, y su obra no se puede conseguir con facilidad ya que pinta como los antiguos y todo lo que produce es vendido con cinco años de antelación.

L. D.    Cuéntame cómo fue tu proceso de aprendizaje en el taller de David Manzur.
M. A.
   Lo primero de todo era aprender a dibujar perspectiva, anatomía, etc. Después nos familiarizamos con la teoría del color y luego estuvimos haciendo prácticas de todas las técnicas conocidas, empezando por el temple al huevo y siguiendo con la acuarela, el óleo, el fresco, el grabado, el collage, etc., sin olvidar, claro está, la historia del arte y la estética.

L. D.    Por lo que toca a tu pintura, ¿qué enseñanza te dejó tu relación con León Bosch?
M. A
.   Al lado de León empecé a experimentar la manera de untar de los barrocos; ya no utilicé la grisalla y transparencias, sino que comencé a mezclar en la paleta los colores y a aplicarlos directamente en el lienzo sobre un esbozo al carbón.

L. D.    ¿Por qué tu evolución pictórica acusa tantos cambios de enfoque, técnica y temática?
M. A.
   Quizás porque en mí habitan más de una María, y después de trabajar una técnica y un enfoque plástico me aburre la repetición; busco otra manera de plasmar lo mismo o algo diferente; y siempre me siento cómoda haciéndolo y jugando con colores y nuevos planteamientos.

L. D.    ¿Qué persigues cuando tomas el pincel en la mano?
M. A.
   Detener el tiempo. Por ejemplo, cuando tomo una manzana y la plasmo en el lienzo se vuelve eterna, mientras que en la realidad la contemplo degradarse hasta que muere. Además, sobre la tela la pongo a vivir no como ella es sino como yo quisiera que fuese; es una manera de imitar al Demiurgo…

L. D.    ¿Qué artistas han influido en ti?
M. A.
   Antes que nadie mi maestro David Manzur…, y luego Velázquez, Vermeer, Picasso, Monet, etc., aun cuando yo no he tratado de imitar sus imágenes o, como dicen los italianos, su maniera, pero sí he extraído ciertos conceptos que de sus obras se desprenden en lo que concierne al uso del color, la luz y el equilibrio de la composición. 

L. D.    ¿Qué papel juegan la mente, el sentimiento y la mano en tu pintura?
M. A
.   Siempre he pensado que la pintura es un acto de coordinación de la mente, o sea, de las ideas, con el corazón y la mano. Ninguna de esas instancias puede faltar. Y si falta alguna de ellas nos damos cuenta de inmediato porque la pintura se resiente.

L. D.    ¿Cómo explicas la ironía que se expresa en tantas de tus obras?
M. A
.   Creo que esa es mi naturaleza, que soy así. Me decía mi padre que yo era una persona pícara y dicharachera porque me burlaba hasta de mí misma. Suelo contemplar la humanidad y me da risa lo absurdos, prepotentes y soberbios que somos. Nos tenemos por dioses y nos enseñoreamos como reyes, juzgando a los demás simple tramoya del teatro del mundo. ¡Que estúpidos que somos! Por eso satirizo y me burlo de mí misma y de las máscaras que nos ponemos. Sisebuta es una manera de reírme tanto de los hombres como de las mujeres. Aquellos desean mujeres que no piensen, sin cabeza, pero con buenos atributos eróticos, mientras que éstas se creen Venus, cuando en verdad parecen androides demacrados y no féminas.

L. D.    ¿Qué opinas de la crítica de arte?
M. A.
   Hay críticos que son genuinos estudiosos que tratan de esclarecer y poner de relieve los valores estéticos de la obra de arte. Otros, por desgracia la mayoría, simplemente venden sus plumas al mercado del objeto artístico y dicen lo que no creen y mienten porque son pagados para bendecir determinada corriente artística en boga, bien remunerados sus servicios por las galerías, los comerciantes -que lucran antes que con las obras con las firmas de los autores-, y los organizadores de bienales y eventos similares.

L. D.    ¿Quién es María Aybar?
M. A.
   En verdad que tal vez sepas tú más que yo quién soy. Te habrás dado cuenta de que cambio mucho de temperamento. Soy a veces risueña y fácil de complacer, en ocasiones me vuelvo impositiva al extremo de no entender cómo los que me rodean me soportan. En fin, creo que es muy difícil para una persona averiguar quién es pues estamos tan cerca de nosotros mismos que no nos vemos.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas