Una entrevista al escritor Basilio Belliard

Una entrevista al escritor Basilio Belliard

POR LEÓN DAVID
L.D- HABLANOS UN POCO ACERCA DE TU TRAYECTORIA LITERARIA EN TANTO QUE POETA, ENSAYISTA Y CRÍTICO LITERARIO
B.B- Padezco del ideal del poeta-ensayista que siente como vocación literaria la palabra en tanto puente colgante entre el ensayo, la crítica y el poema. No sé cuál pasión pesa más en mí. Pero mis temas teóricos están atravesados, aguijoneados, por las ideas estéticas. Me siento más en casa propia cuando escribo crítica sobre poesía y poetas. Persigo el ideal de Eliot, Mallarmé, Paz, Poe o Alfonso Reyes. A esa tribu quisiera pertenecer.

Del poema pasé a la crítica y de ésta al ensayo. Mi primer poemario que publiqué fue Diario del autófago en 1997; luego Vuelos de la memoria donde reuní tres libros de poesía: Manual de peregrino, El topo y el espejo, Balada del ermitaño, La palabra del bosque, El libro del cielo y un libro de ensayo titulado Anatomía de la fascinación. Después publiqué un libro que obtuvo el Premio Anual de Poesía al que llamé Sueño escrito. En 2003 publiqué La espiral sonora: antología del poema en prosa en Santo Domingo (1900-2000) y un breve libro de ensayos literarios titulado Poética de la palabra. Acabo de estrenarme como editor con El búho y la luna, un libro de entrevistas de periodistas y escritores hechas a José Mármol, que edité y prologué.

L.D- ¿EN QUÉ CONSISTE PARA TI EL GENERO DEL ENSAYO?
B.B-
Bryce Echenique dice que el ensayo “es el género más misterioso del mundo”. Alfonso Reyes lo definió como “el centauro de los géneros”. Para mí el ensayo —que tiene una gran deuda con Montaigne, quien lo inventa—, es un diálogo entre la autobiografía, la poesía y el pensamiento. Pero también es un monólogo intelectual o una reflexión hacia adentro, la cual nos permite iluminar nuestro carácter y poner en escena los signos del pensamiento. Como género literario moderno, el ensayo es una reflexión inmanente de carácter personal e intuitivo que busca no persuadir, sino que participa como punto de vista del ensayista, al darnos una visión provisional del mundo. El ensayista escribe de lo que sabe y con toda su cultura. Exterioriza su personalidad creadora al margen de los personajes. Está más cerca del poeta que del novelista, pues huye de los personajes. Las grandes transformaciones espirituales, culturales, intelectuales, estéticas, teológicas y políticas se han hecho a través del ensayo. Basta citar el Discurso del método, El manifiesto comunista, El príncipe, La rebelión de las masas, Ariel, Utopías de Moro, los ensayos de Montaigne y Emerson, Freud y Niezstche, el Leviatán, El Contrato social o La riqueza de las naciones. El ensayista, pues, aborda un tema sin pretensión de agotarlo. Adopta un tono autobiográfico, aunque no per se. Su centro motriz gira alrededor de una idea, una sospecha, un hecho, una situación o una circunstancia. El lector de ensayos puede cambiar su vida, pero no es la intención del ensayista moralizar o desmoralizar. El ensayo, en suma, vive y combate entre la imaginación y la meditación, la intuición y la metáfora. El ensayista personal no investiga: intuye, especula, reflexiona y poetiza.

L.D- EN TU LIBRO POÉTICA DE LA PALABRA AFIRMAS QUE LA POESÍA “NO ES SINO AQUELLO QUE RESULTA DE UN ESTADO DE MELANCOLÍA DEL ESPÍRITU”. ¿PODRÍAS AMPLIAR ESA DEFINICION?   
B.B-
 La melancolía, tema que ha ocupado parte de mi pasión lectora, sirve de decorado a la imaginación poética y es fuente proteica de la escritura. En ella anida la soledad creadora y se funda todo destino estético. La personalidad melancólica es pues intrínseca al talento creativo y al sentimiento artístico. La morada ideal de la melancolía es el pasado. Ella está vinculada además al sentimiento de la caída y a la derrota del espíritu. De ahí que la vocación poética es una enfermedad de la imaginación. Todo acto poético tiene la huella de un trance melancólico. Pienso que toda creación literaria germina de un estado melancólico del espíritu creador (como bien lo expresó Novalis). Poe definió la melancolía como “el más legítimo de los tonos poéticos”. No solamente el poeta es un melancólico, sino además el genio, el sabio y el loco.

L.D- ¿POR QUE TE HA ATRAÍDO TANTO EL HAIKU?
B.B-
El haiku me atrajo por primera vez en una época en que leía varios ensayos sobre poesía e historia de la literatura japonesa. En un curso de escritura creativa en New Mexico State University a mí me correspondió el reto de hacer un ensayo teórico sobre el haiku y presentar una muestra propia. Al hacerlo quedé hechizado por esa forma poética oriental. Tenía que escribir haiku y de ahí surgió una vocación que hace varios años suspendí, pero que dejó sus frutos en un libro donde reúno más de medio centenar al que titulé Manual del peregrino y que aparece en el libro Vuelos de la memoria, de poca circulación, publicado por, a la sazón, el Consejo Presidencial de Cultura, en su colección “Fin de siglo”, creada por José Bobadilla y que abarcó cerca de media docena de escritores dominicanos. Fue una gran iniciativa editorial de Bobadillla, a quien le agradezco haberme incluido en esa colección de lujo limitada pero memorable. El haiku me sedujo por su brevedad, sabiduría y magia. Porque en esa forma poética el poeta puede congelar un instante de creación y sintetizar el mundo, la naturaleza o una estación del año, como lo hace el haiku tradicional. Recrea una experiencia vital; es un relámpago intuitivo cargado de saber filosófico, de iluminación y misterio. Me atrae además el hecho de que con él, el poeta percibe el mundo y crea una cosmogonía personal. De lo cotidiniano a lo trascendente, a través del haiku, podemos condensar, en un teorema verbal, una visión del mundo real.

L.D- ¿QUÉ REQUISITOS DEBE LLENAR UN BUEN TRADUCTOR DE LITERATURA Y ESPECIALMENTE DE POESÍA?
B.B-
No ejerzo el oficio de traductor, aunque he hecho algunas reflexiones teóricas sobre la traducción y hecho algunos intentos del portugués. Aún así me voy a permitir hacer algunas divagaciones. El traductor de poesía tiene que captar, percibir y transferir al texto traducido, una versión del original. Nunca se traduce literalmente. Traducir es interpretar el ritmo, la respiración, el temblor, los sonidos y los sentidos del texto original. Toda traducción postula una lectura proyectiva: un espejo del original. La traducción es un ejercicio de generosidad y de democracia literaria, pues pone a los lectores de una lengua en contacto con los lectores de otra ajena. El traductor es un autor virtual, pero la traducción es un hecho de creación de una gran dignidad intelectual que deviene en muchas ocasiones en un arte. Conocer la lengua traducida, sus ritmos expresivos, giros sintácticos y fonéticos es una forma del talento y la creación.

L.D- ¿QUÉ PIENSAS DE LA CRÍTICA LITERARIA EN GENERAL —SU FUNCIÓN E IMPORTANCIA— Y DE LA QUE SE LLEVA A CABO EN NUESTRO PAÍS?
B.B-
La crítica es una condición de todo espíritu intelectual y creador. Asumo la crítica literaria a partir de una experiencia estética que resulta del contacto directo con la obra criticada. No creo en la crítica donde media un abismo entre la obra criticada y el crítico. La crítica ha de ser imaginativa, apasionada y poética (como la quería Baudelaire). Pero además creadora y entusiasta. La crítica literaria profesional es capaz de descubrir talentos y despertar una vocación suspendida. De ahí su importancia en una tradición, época o cultura. Para ser literaria, reitero, la crítica debe ser imaginativa y creadora. La crítica ha de ser contra el lenguaje literario, la realidad social, el oficio de escritor, la tradición y la escritura misma. De ese modo se vuelve creadora y constructiva. La crítica ha tenido representantes paradigmáticos que se leen como escritores: Saint Beuve, De Sanctis, Mathews Arnold, T.S.Eliot, Samuel Johnson, Harold Bloom, Maurice Blanchot, Octavio Paz, Edmond Wilson o Roland Barthes, por citar algunas figuras emblemáticas. En la República Dominicana la crítica aún no ha creado una tradición y sólo hay casos aislados que no conforman una tradición o una generación. Carece de sistematicidad. O es muy superficial en los medios de comunicación escritos y en las academias no se practica. Por un lado, hay críticos sin vocación y, por otro lado, críticos que la ejercen de modo autoritario y paternal. Existen los que practican el terrorismo académico, prohijado por la asunción de los presupuestos de una tendencia crítica específica que promueven como paradigmática. Hemos ido de una crítica impresionista y esteticista a una crítica carente de entusiasmo.

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