Una excesiva admiracion melómana

Una excesiva admiracion melómana

El concierto para piano y orquesta número 3 del compositor ruso Sergey Rachmaninoff es una de mis obras favoritas.

En mi discoteca aparece interpretado por varios solistas, que alterno en audiciones en el hogar y en el equipo de música de mi automóvil.

Hace  unos meses entré en Internet y al buscar la pieza musical apareció el nombre y la imagen de la pianista rusa Olga Kern mientras la ejecutaba en el concurso decimoprimero internacional Van Cliburn de 2001.

La piel blanca y la rubia cabellera estaban bellamente enmarcadas en el rojo vivo del vestido, que ceñía la robusta esbeltez juvenil de su anatomía.

El rostro hermosamente aniñado de la artista reflejaba las emociones que sus manos plasmaban en el instrumento.

Entrecerraba los ojos, y el labio inferior asumía variadas posiciones, sin que la tensión provocara una nota falsa, de acuerdo a la opinión de músicos de nuestra orquesta sinfónica consultados.

Al finalizar su interpretación, que la llevó a conquistar medalla de oro, recibió una cerrada y prolongada ovación del público, la orquesta aplaudió de pie, y el director James Conlon golpeó entusiasmado el piano con la batuta, que luego resbaló desde sus manos.

No pude contener el  balbuceo admirativo de estas líneas, porque la destreza y la intensidad emotiva de esta bella pianista podremos disfrutarlas durante el recital que ofrecerá el próximo día 13 en el Teatro Nacional.

Algo equivalente a una visión anticipada de la patria celestial, que tengo cada vez que me cito con ella y Rachmaninoff en el mágico espacio de la pantalla de mi computador.

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