Marianne de Tolentino
Muchísimas cosas podríamos decir acerca de José Perdomo, siendo la primera que la vida artística nos mantuvo alejados de su pintura durante casi dos décadas, y luego, que es uno de los pintores más brillantes del país, por una larga carrera iniciada en el 1966, y diecisiete años transcurridos en Estados Unidos entre perfeccionamiento académico y exposiciones exitosas, dándole ya un nombre internacional.
Pero la llamada del “terruño” lo trajo de vuelta a Santo Domingo, donde entonces él cosechó prestigiosas exposiciones y premiaciones, convirtiéndose por unos años en el artista buscado y mimado, hasta que se cansen –como ha ocurrido con otros–. Hubiera debido seguir en esa ruta cimera, alternando las presentaciones locales y extranjeras, y jamás considerarse como un talento mayúsculo… a relanzar.
Felizmente, la exposición que presenta el Centro Mirador nos devuelve al gran José Perdomo, maduro, sosegado, a la vez renovado y reflejo de etapas anteriores, sumándolas en el tiempo… y en las telas.
A José nos ligan, aparte de varias muestras y textos, acontecimientos especiales, así haber presentado, curado y analizado la serie de sus obras, más que inspiradas, conmocionadas por el poema de Pedro Mir, “Hay un país en el mundo”, una correspondencia inolvidable entre arte y letras, disfrutada intensamente por nuestro Poeta Nacional, y que dio lugar a una hermosa edición…
El segundo evento fue el Premio de Pintura, atribuido en 1994 a José Perdomo en el Ecuador y la Bienal de Cuenca. Siendo miembro del jurado, nos tocó luchar para que se diese a la obra del artista dominicano la distinción que se merecía una obra sobresaliente…
¡Entre tantos recuerdos, esos dos se sitúan ciertamente fuera de lo común!
La exposición del Centro Mirador. “Por los caminos de la madre naturaleza” es no solamente un título de particular lirismo, sino que parece acompañar el recorrido del visitante a través del Centro Mirador, el cual –y es uno de sus tantos atractivos– se ha abierto camino arquitectónicamente a través de la naturaleza urbana, rocas y vegetación… Desde que entramos al recinto cultural, los vastos lienzos de José Perdomo nos acogen, de la planta baja hasta las alturas, desembocando prácticamente en el Mirador, o sea una auténtica ruta pictórica.
Cada pintura es distinta y está articulada con la siguiente, causando hasta efectos de sorpresa por las variaciones temáticas, por la renovación / innovación de metáforas, cuadro después de cuadro… José Perdomo extiende su registro de la naturaleza, de una manera a la vez real-imaginaria y conceptual, más allá de la representación, magnificando los elementos, y dándole una dimensión de “close up”. Sus bosques y jardines, follajes y flores, no surgen de modelos observados, sino de una creatividad fecunda, que desconoce límites en la forma y el color. Como aquellas visiones de sus pares orientales –de siglos y aun milenios anteriores–, su paisajismo especial no plasma, no recuerda, sino que reinventa.
Habría que referirse a la mayoría de las obras expuestas, así el maravilloso “Bosque encantado”, y el lírico “Baño de hojas”, de cromatismo exaltado y sensual. José Perdomo ha tenido siempre una paleta rica y vigorosa, audaz y generosa, que lo ubica como colorista y “tonista”. Hasta en las gamas mediatizadas, encontramos una luminosidad aguda: su “Jardín tropical” y sus “Mariposas” –un componente muy difícil que solo los maestros saben tratar, llevan hasta la claridad absoluta del mediodía, donde, por el resplandor de la luz, el color casi se extingue, blanquecino… Por cierto, el sol se multiplica, late, parpadea, en el óleo casi monocromático de “Sun Flower”.
El artista redefine el paisaje, construyendo un discurso pictórico complejo –no se trata sencillamente de una sucesión de obras– que alcanza hasta dimensiones míticas y místicas, en su hormigueante “Génesis” y el extraño “Solo Dios es invencible.”, ¡pero puede inesperadamente culminar espacialmente en un bodegón, ligero y tradicional! Ahora bien, hay una pintura, singular, sombreada y asombrosa, que nos remite, en su tratamiento, a otras épocas de José Perdomo: es aquel bosque de pinos, una proeza de matices en la oscuridad que se ilumina sigilosamente, si prolongamos la mirada…
Una exposición que debe verse. Hay obras de arte a las cuales podemos acceder cualitativamente con fotos y reproducciones. No es el caso de la muestra de José Perdomo, que se aprecia, en su auténtica dimensión, solamente viendo sus cuadros. Cada “hijo” pictórico de la madre naturaleza es aquí un mundo, donde percibimos detalles a veces ínfimos y signos secundarios, cuando tenemos la obra en frente. El artista interviene… con siluetas, grafiti, tachaduras, cicatrices, parásitos. Al menos en la lectura nuestra, no deja a la naturaleza indemne, él la “in-quieta” y quiere que nos inquietemos por preservar su plenitud. El compromiso ecológico no falta y se transmite… con pequeñas advertencias pictográficas.
A un maestro se le puede permitir esa pluralidad de enfoques y disfrutarlos intensamente. Con sobrada razón, Abil Peralta Agüero, en su impresionante, entusiasta y enjundioso ensayo para el catálogo, que destaca en José Perdomo “una espiritualidad cargada de fuerza vital”, coloca al artista al nivel que le corresponde: “Perdomo es un lujo para la memoria histórica de la pintura moderna dominicana, caribeña y latinoamericana”.