Una exposición que enseña, divierte y fascina

Una exposición que enseña, divierte y fascina

Si preguntaran cuál es la exposición del año, creemos que una respuesta se impone: “El dibujo en colecciones dominicanas, escultura y cerámica. Homenaje a los maestros forjadores de la plástica nacional”.
Ciertamente, se suceden aquí decenas de muestras en instituciones públicas y privadas, parte de ellas muy buenas, otras simplemente aceptables, pero, como la que se presenta en el Escuela Nacional de Bellas Artes, poquísimas. Se trata de una excepción –cualitativa, cuantitativa, demostrativa–. Su excelencia prueba que si hay talentos, no solo de los artistas, sino de los organizadores, una “gran exposición” puede lograrse, contando con colaboraciones de la máxima seriedad, conocimientos teóricos y prácticos, capacidad investigadora, sin alardes personales.
Un nombre sobresale sin embargo: Alonso Cuevas. Más que coordinador, él es aquí ideólogo y hasta mentor del montaje. Pero su competencia y aporte se funde voluntariamente en una labor de equipo, donde Rosalba Hernández y Eric Genao – director de la ENAV– juegan un papel notable.
Semejante exposición debería permanecer de dos a tres meses para que públicos de distintas generaciones y del interior del país, la puedan visitar. Comprendemos que los coleccionistas se muestren renuentes a prestar durante largo tiempo; sin embargo, si hay varias obras –de tamaño “heroico” entre las esculturas–, la mayoría son dibujos de dimensiones modestas… y su ausencia temporal no desfigura un contexto residencial. En el aspecto del riesgo, los estudiantes de arte se convierten en centinelas de una exhibición que les llena de orgullo…
La exposición. ¡Cuánto nos alegramos que se nos proponga el dibujo como magna tradición del arte dominicano, con autonomía conceptual y estética, y no solo una etapa preparatoria de la pintura!
Nuestros artistas son dibujantes por excelencia y desde los orígenes (pre)históricos –por cierto la exposición lo tiene presente–. Pero a los infinitos juegos de la línea, mayormente sobre papel, le han agregado las tres dimensiones, con la escultura –entonces en la cumbre de la creación y la modernidad–, y la cerámica, nuestra expresión “local” primigenia.
No solamente es justo –sabemos que los escultores suelen ser hábiles dibujantes y bocetan–, sino que esta integración comunica un singular dinamismo al conjunto expuesto y a su museografía. Hemos de subrayar la calidad del montaje, que corresponde a la vitalidad y a “la vida de las formas” (título del libro de Élie Faure e incomparable estudio sobre el tema). Hay una perspectiva –sobre todo en la segunda sala– que sobrecoge al visitante cuando entra, y aun antes, desde la transparencia de la puerta…
La exposición ocupa dos salas, y su contenido avanza en el tiempo, con ejemplos que afirman la fuerza independiente de los medios de expresión. Podríamos considerar la primera como neoclásica, donde sobresale la transcripción de la naturaleza, sea humana o sea ambiental.
Aunque cabría una mención a cada uno de los autores y sus obras, el espacio nos limita, y la referencia no significa discriminación… Destacaremos a Théodore Chassériau, “nuestro” romántico francés, nacido en El Limón, y, gracias al aporte de una coleccionista apasionada, están variaciones de un dibujo, increíblemente suelto y preciso. Celeste Woss y Gil fue incontestablemente nuestra primera retratista, sumando refinamiento y fortaleza. Y Mariano Eckert, a veces injustamente menospreciado, aparece aquí en su esplendor de intérprete sensible de elementos circundantes.
Creemos que sobraría la valoración técnica, porque la investigación y la curaduría no hicieron concesiones al respecto…
Con el transcurso de las décadas, el dibujo dominicano ha evolucionado, como bien se ha dicho, hacia las formas de la vida. Sus audacias paulatinas y de distinta intensidad, pero jamás alteraciones gratuitas, nos recuerdan lo que Baudelaire había expresado hacia el futuro: “De hecho, los buenos y verdaderos dibujantes dibujan según la imagen de su cerebro, y no según la naturaleza”.
… Y surge Paul Giudicelli, hoy todavía el maestro de maestros y nuestro primer contemporáneo –en todos los sentidos–, con sus cerámicas, a la vez inicio y apogeo. Thimo Pimentel, cuya “lucha ha sido promover la cerámica en el país” (sus palabras), le rinde un homenaje vibrante. Sin duda, necesitamos una nueva retrospectiva de Paul Giudicelli y su inmenso legado.
Sobresale otro inmenso maestro, Domingo Liz, cuyos dibujos se convirtieron en territorio exclusivo de humor y meditación –sicológica, sociológica, nacionalista–. Fue él quien afirmó: “Todo verdadero artista tiene que echar raíces profundas en su medio”.
Otra virtud de la exposición es mostrarnos no solamente las obras, sino, en el catálogo, lo bien que escriben sus autores.
Tal vez sea opinión nuestra, pero el hecho de que el principal responsable de este acontecimiento, Alonso Cuevas, sea un artista, lo explica… y se lo agradecemos. ¡Es un deleite leer a varios de sus pares, y ojalá los críticos de arte dibujen como los artistas escriben!
En pocas palabras, esta exposición, global e individualmente, nos enseña – es educativa también– que, en el dibujo, el artista proyecta a la vez las esencias de la naturaleza, de la experiencia personal, del humanismo dominicano y universal, con una multiplicidad de soluciones en los medios, el trazado y el espacio, con una libertad que el propio maestro controla….
Anhelamos que una tercera edición –¡cuando hay capacidad todo se consigue!– presente a los dibujantes de los últimos decenios, los hay muy buenos. Nuestros comentarios… fueron simples apuntes: tanto la cerámica como la escultura requieren que las palabras no las olviden en un próximo texto.

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